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                                                                                                                                Hermanos enemigos

                                                                                                                                Jaime Bayly

                                                                                                                                Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.

                                                                                                                                Tengo siete hermanos, todos menores que yo. Estoy oficialmente peleado con tres de ellos. Cuando digo oficialmente, quiero decir públicamente. Cuando digo públicamente, quiero decir por periódico. Cuando digo por periódico, quiero decir que he peleado con esos tres hermanos en una columna del periódico en que escribo semanalmente.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Con uno de mis hermanos, el más rico de todos, estoy ferozmente enemistado por las viles razones del dinero. No me debe plata, ni yo le debo plata. El origen de la discordia es que él es mucho más rico que yo y eso me parece inaceptable. El problema es que él no trabaja y gana fortunas con sus inversiones sagaces y yo trabajo y cada vez gano menos dinero. Entonces me parece injusto que mi hermano sea abusivamente rico, sin haber hecho méritos para ello. Peor todavía, y eso me duele en el alma, mi hermano no paga impuestos y yo desembolso una fortuna. No paga impuestos porque, astuto como es, se ha mudado hace años a un paraíso fiscal donde no se moja con impuestos a la renta ni a las ganancias de capital ni a nada. Me duele en el alma, me parece una lesión a mi honor, que mi hermano, siendo menor que yo, y menos inteligente que yo, y menos laborioso que yo, posea un patrimonio escandaloso, gracias a su clarividencia para invertir en todas las bolsas de este mundo, cuando la única bolsa que yo conozco más o menos bien es mi bolsa testicular, y ni siquiera esa bolsa he sabido gobernarla con buen juicio y en menudos líos me ha metido. ¿Cómo puedo entonces perdonarle a mi hermano que sea tan escandalosamente acaudalado? No puedo. Es imperdonable. Todo el tiempo pienso: el dinero que él ha ganado lo merecía yo. Es decir: él me ha quitado el dinero que yo debí ganar. En otras palabras: él es tan rico porque me ha robado el dinero que me correspondía. No puedo perdonarlo. Lo he denunciado por periódico, lo he conminado a pagar impuestos, le he exigido que done parte de su fortuna a obras de caridad, pero no me hace caso. Y entonces estamos peleados y somos enemigos y no hay villancicos ni pino con luces titilantes ni reyes magos que obren el milagro de la reconciliación entre él y yo.

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                                                                                                                                Finalmente está mi hermano el deportista, el corredor de maratones y triatlones, el nadador y ciclista. He peleado ferozmente con él. Yo propicié la pelea, disparé el primer proyectil, marché a la guerra sin que él la provocara. Antes de indisponernos públicamente, debo confesar que ya lo envidiaba. ¿Por qué envidiaba a mi propio hermano? Porque él no trabaja. No trabaja y, peor aún, es feliz. Es feliz porque todos los meses viaja con su encantadora esposa a una ciudad del mundo a participar en una competencia de maratón, o ciclismo, o natación. Por supuesto, mi hermano es un atleta y tiene el cuerpo espléndido, exento de grasa, bien torneado y esculpido, de un velocista profesional. Y como tiene mucho dinero, entonces se da la gran vida y hace lo que más le gusta, que es agitarse y sudar, y viaja todos los meses, sin privarse de lujos ni comodidades. Peor todavía, o peor para mí, llega siempre en los primeros puestos de las competencias y le dan premios y medallas y después él me manda las fotos de sus éxitos deportivos en el mundo entero. Y yo me quedo cabreado, furioso, humillado, pensando nada de esto es justo, yo trabajo duramente todos los días y mi hermano no trabaja en modo alguno, y sin embargo él se da la gran vida y yo soy un gordito haragán, ensimismado, rencoroso, que escribe libros que nadie lee y hace programas de televisión que nadie ve, mientras mi hermano va sudando olímpicamente por el mundo y recogiendo premios por ser tan agilito.

                                                                                                                                Así las cosas, hemos decidido que no viajaremos para reunirnos con nuestras familias biológicas en las fiestas de fin de año. Me temo que el próximo año encontraré un pretexto bizantino para pelearme con un hermano más. Entretanto, he enviado perfumes para todos mis siete hermanos, incluyendo a mis enemigos. Por lo visto, las navidades obran esos milagros: no me reconcilio con mis hermanos enemigos, pero les obsequio los mejores perfumes. Elijo entonces tener enemigos bien perfumados.

                                                                                                                                Tengo siete hermanos, todos menores que yo. Estoy oficialmente peleado con tres de ellos. Cuando digo oficialmente, quiero decir públicamente. Cuando digo públicamente, quiero decir por periódico. Cuando digo por periódico, quiero decir que he peleado con esos tres hermanos en una columna del periódico en que escribo semanalmente.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Con uno de mis hermanos, el más rico de todos, estoy ferozmente enemistado por las viles razones del dinero. No me debe plata, ni yo le debo plata. El origen de la discordia es que él es mucho más rico que yo y eso me parece inaceptable. El problema es que él no trabaja y gana fortunas con sus inversiones sagaces y yo trabajo y cada vez gano menos dinero. Entonces me parece injusto que mi hermano sea abusivamente rico, sin haber hecho méritos para ello. Peor todavía, y eso me duele en el alma, mi hermano no paga impuestos y yo desembolso una fortuna. No paga impuestos porque, astuto como es, se ha mudado hace años a un paraíso fiscal donde no se moja con impuestos a la renta ni a las ganancias de capital ni a nada. Me duele en el alma, me parece una lesión a mi honor, que mi hermano, siendo menor que yo, y menos inteligente que yo, y menos laborioso que yo, posea un patrimonio escandaloso, gracias a su clarividencia para invertir en todas las bolsas de este mundo, cuando la única bolsa que yo conozco más o menos bien es mi bolsa testicular, y ni siquiera esa bolsa he sabido gobernarla con buen juicio y en menudos líos me ha metido. ¿Cómo puedo entonces perdonarle a mi hermano que sea tan escandalosamente acaudalado? No puedo. Es imperdonable. Todo el tiempo pienso: el dinero que él ha ganado lo merecía yo. Es decir: él me ha quitado el dinero que yo debí ganar. En otras palabras: él es tan rico porque me ha robado el dinero que me correspondía. No puedo perdonarlo. Lo he denunciado por periódico, lo he conminado a pagar impuestos, le he exigido que done parte de su fortuna a obras de caridad, pero no me hace caso. Y entonces estamos peleados y somos enemigos y no hay villancicos ni pino con luces titilantes ni reyes magos que obren el milagro de la reconciliación entre él y yo.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Finalmente está mi hermano el deportista, el corredor de maratones y triatlones, el nadador y ciclista. He peleado ferozmente con él. Yo propicié la pelea, disparé el primer proyectil, marché a la guerra sin que él la provocara. Antes de indisponernos públicamente, debo confesar que ya lo envidiaba. ¿Por qué envidiaba a mi propio hermano? Porque él no trabaja. No trabaja y, peor aún, es feliz. Es feliz porque todos los meses viaja con su encantadora esposa a una ciudad del mundo a participar en una competencia de maratón, o ciclismo, o natación. Por supuesto, mi hermano es un atleta y tiene el cuerpo espléndido, exento de grasa, bien torneado y esculpido, de un velocista profesional. Y como tiene mucho dinero, entonces se da la gran vida y hace lo que más le gusta, que es agitarse y sudar, y viaja todos los meses, sin privarse de lujos ni comodidades. Peor todavía, o peor para mí, llega siempre en los primeros puestos de las competencias y le dan premios y medallas y después él me manda las fotos de sus éxitos deportivos en el mundo entero. Y yo me quedo cabreado, furioso, humillado, pensando nada de esto es justo, yo trabajo duramente todos los días y mi hermano no trabaja en modo alguno, y sin embargo él se da la gran vida y yo soy un gordito haragán, ensimismado, rencoroso, que escribe libros que nadie lee y hace programas de televisión que nadie ve, mientras mi hermano va sudando olímpicamente por el mundo y recogiendo premios por ser tan agilito.

                                                                                                                                Así las cosas, hemos decidido que no viajaremos para reunirnos con nuestras familias biológicas en las fiestas de fin de año. Me temo que el próximo año encontraré un pretexto bizantino para pelearme con un hermano más. Entretanto, he enviado perfumes para todos mis siete hermanos, incluyendo a mis enemigos. Por lo visto, las navidades obran esos milagros: no me reconcilio con mis hermanos enemigos, pero les obsequio los mejores perfumes. Elijo entonces tener enemigos bien perfumados.

                                                                                                                                Por Jaime Bayly

                                                                                                                                Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.

                                                                                                                                Temas recomendados:

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