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                                                                                                                                  Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                  Una felicidad que yo no merecía

                                                                                                                                  Jaime Bayly

                                                                                                                                  Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.

                                                                                                                                  Viví los primeros veinte años de mi vida en la ciudad en que nací, Lima, la ciudad del polvo y la niebla, a orillas del mar enfermo que lame sus costas y de espaldas a una franja desértica que parece infinita. Viví catorce años con mis padres, asustado porque mi padre me insultaba y me pegaba, y seis años con mis abuelos, contento porque ellos sí me querían.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Esos cinco años viajando todas las semanas, viviendo en hoteles, fueron los años del desenfreno, los excesos, las fiestas libertinas, las discotecas subterráneas, los años de sentirme Capote y Bukowski o una mezcla promiscua de ambos. Salvo los días que debía hacer televisión en el Caribe, fumaba marihuana, aspiraba cocaína y tenía novias y novios de paso. Increíblemente, no me enfermé. Increíblemente, sobreviví.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Harto de las televisiones, del dinero fácil y de ser siempre un turista de paso en el gran teatro de la vida, renuncié a la televisión y me mudé a Madrid con la determinación de convertirme en un escritor a tiempo completo. Dejé las drogas, alquilé un piso cerca del Retiro, compré un cuaderno y me obligué a escribir todos los días en la biblioteca pública del barrio. No tenía residencia española, había entrado como turista, no busqué un trabajo, vivía de mis ahorros, solo quería escribir. Sin terminar la novela, o escribiéndola una y tantas veces, reviviendo el pasado torturado, vengándome de las afrentas y las humillaciones del pasado, me despedí de Madrid y me mudé a Miami. Ya no quería seguir viviendo en el hotel Sonesta de Key Biscayne. Alquilé un apartamento en aquella isla apacible. Volví a la televisión. Dejé de escribir. La novela quedó inconclusa. Me sentí un traidor a mi propia causa, a mi vocación.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Ese equilibrio se rompió cuando mi esposa se separó de mí y se marchó con nuestras dos hijas a vivir en Lima. No supe qué hacer, adónde ir. No sabía si irme a Lima como un perdedor, si quedarme en Miami lejos de ellas, si aventurarme de nuevo a Madrid a vivir la vida austera y quijotesca del contador de cuentos, del narrador de ficciones, no sabía si mudarme a Santiago de Chile para no estar tan lejos de mis hijas. Desorientado, abatido, llorando la ausencia de mis hijas, me propuse verlas una semana de cada mes. Entonces, dondequiera que me hallase, viajaba a Lima todos los meses y me hospedaba en un hotel, ya no en El Olivar ni en Miraflores, sino en uno más moderno y lujoso, el Park Plaza, con vistas al mar. En Key Biscayne me mudé a una casa grande y allí amoblé una habitación para mis hijas y otra por las dudas para mi exesposa. Venían a menudo, en sus vacaciones, a visitarme, cuando yo no pasaba por Lima, visitándolas, cargado de regalos. Mal que mal, las veía a menudo. Pero su ausencia me dolía y me hacía llorar y cuestionar el sentido mismo de mi existencia.

                                                                                                                                  Estuve muchos años viviendo en Miami. Gané mucho dinero. Viví como un príncipe exiliado. Viajé a todas partes, me alojé en los mejores hoteles, en las suites presidenciales. Entrevisté a grandes celebridades, a poderosos, artistas, intelectuales, deportistas, a toda suerte de gente famosa y aspirante a famosa, lo que de paso me convirtió en alguien famoso, al menos en América. Seguí escribiendo novelas y publicando una cada dos años. Conseguí preservar el tenso equilibrio: escribir de día, hacer televisión de noche, ver a mis hijas todos los meses y hasta viajar con ellas.

                                                                                                                                  Siguiendo los raros e impredecibles dictados del amor, de pronto me encontré viviendo entre Miami por mi trabajo, Lima por mis hijas y Buenos Aires por mis amores. Es decir que durante casi una década viví en esas tres ciudades y volví a la rutina de viajar todas las semanas y vivir en hoteles, al menos en Lima y Buenos Aires. Por supuesto que en Buenos Aires mi hotel fue siempre el Alvear de Recoleta, pero también el hotel del Casco, cerca de la catedral de San Isidro, y en Lima dejé el Park Plaza y me mudé al Country, propiedad señorial en el corazón de San Isidro.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Rotos o corrompidos los amores argentinos, adicto a las pastillas y al dinero, me mudé a Bogotá porque me hicieron una oferta extraordinaria para hacer televisión en esa ciudad. Vivía en un hotel en la zona norte, el Portón, en la calle 84, entre la Séptima y la Octava. Compré una camioneta. Me asignaron chofer y dos guardaespaldas con ametralladoras. Caminaba del hotel al supermercado a comprar jugos de uva morada y de mandarina, custodiado por los guardaespaldas. Me sentía importante, poderoso. Recluido en mi suite, escribía durante el día y ya de noche me dirigía al estudio. Todos los fines de semana, todos, viajaba a Lima en un avión cochambroso a ver a mis hijas y producir un programa de televisión. Ganaba mucho dinero. Pero estaba fatigado de vivir, harto de seguir siendo yo mismo. Mis anfitriones en Bogotá quisieron extenderme el contrato dos años más, pero yo quería descansar o quería morirme y por eso decliné. Tiempo después regresé a Miami y compré una casa en Key Biscayne, donde ahora escribo estas líneas heridas de melancolía.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  En esta casa he vivido los últimos trece años. Volví a casarme, tuvimos una hija, me curé de las depresiones y los insomnios, seguí persiguiendo el sueño elusivo de ser un escritor. En esta casa he escrito cinco novelas y un libro de cuentos. En esta casa he sido feliz, soy feliz, tanto que me da miedo decirlo. En esta casa he visto a mi esposa escribir varios libros, he visto a nuestra hija crecer y ser feliz. Estos últimos trece años he viajado con ellas, casi siempre con ellas, a ciudades que ya conocía pero que he redescubierto con ellas, gracias a ellas. Estos últimos trece años, los mejores de mi vida, he producido, dirigido y presentado un programa de televisión que sigue en antena, en el mismo canal. Espero que ese programa no se interrumpa, o no tan pronto.

                                                                                                                                  Ahora siento que todo lo anterior fue nadar y nadar a contracorriente, sin desmayar, sin ahogarme en el vasto mar de las penas y los fracasos, hasta llegar a esta isla en el paraíso para ya quedarme aquí hasta el final de los tiempos, prolongando una felicidad inédita, una felicidad que pensé que no existía o que yo no merecía.

                                                                                                                                  Viví los primeros veinte años de mi vida en la ciudad en que nací, Lima, la ciudad del polvo y la niebla, a orillas del mar enfermo que lame sus costas y de espaldas a una franja desértica que parece infinita. Viví catorce años con mis padres, asustado porque mi padre me insultaba y me pegaba, y seis años con mis abuelos, contento porque ellos sí me querían.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Esos cinco años viajando todas las semanas, viviendo en hoteles, fueron los años del desenfreno, los excesos, las fiestas libertinas, las discotecas subterráneas, los años de sentirme Capote y Bukowski o una mezcla promiscua de ambos. Salvo los días que debía hacer televisión en el Caribe, fumaba marihuana, aspiraba cocaína y tenía novias y novios de paso. Increíblemente, no me enfermé. Increíblemente, sobreviví.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Ese equilibrio se rompió cuando mi esposa se separó de mí y se marchó con nuestras dos hijas a vivir en Lima. No supe qué hacer, adónde ir. No sabía si irme a Lima como un perdedor, si quedarme en Miami lejos de ellas, si aventurarme de nuevo a Madrid a vivir la vida austera y quijotesca del contador de cuentos, del narrador de ficciones, no sabía si mudarme a Santiago de Chile para no estar tan lejos de mis hijas. Desorientado, abatido, llorando la ausencia de mis hijas, me propuse verlas una semana de cada mes. Entonces, dondequiera que me hallase, viajaba a Lima todos los meses y me hospedaba en un hotel, ya no en El Olivar ni en Miraflores, sino en uno más moderno y lujoso, el Park Plaza, con vistas al mar. En Key Biscayne me mudé a una casa grande y allí amoblé una habitación para mis hijas y otra por las dudas para mi exesposa. Venían a menudo, en sus vacaciones, a visitarme, cuando yo no pasaba por Lima, visitándolas, cargado de regalos. Mal que mal, las veía a menudo. Pero su ausencia me dolía y me hacía llorar y cuestionar el sentido mismo de mi existencia.

                                                                                                                                  Estuve muchos años viviendo en Miami. Gané mucho dinero. Viví como un príncipe exiliado. Viajé a todas partes, me alojé en los mejores hoteles, en las suites presidenciales. Entrevisté a grandes celebridades, a poderosos, artistas, intelectuales, deportistas, a toda suerte de gente famosa y aspirante a famosa, lo que de paso me convirtió en alguien famoso, al menos en América. Seguí escribiendo novelas y publicando una cada dos años. Conseguí preservar el tenso equilibrio: escribir de día, hacer televisión de noche, ver a mis hijas todos los meses y hasta viajar con ellas.

                                                                                                                                  Siguiendo los raros e impredecibles dictados del amor, de pronto me encontré viviendo entre Miami por mi trabajo, Lima por mis hijas y Buenos Aires por mis amores. Es decir que durante casi una década viví en esas tres ciudades y volví a la rutina de viajar todas las semanas y vivir en hoteles, al menos en Lima y Buenos Aires. Por supuesto que en Buenos Aires mi hotel fue siempre el Alvear de Recoleta, pero también el hotel del Casco, cerca de la catedral de San Isidro, y en Lima dejé el Park Plaza y me mudé al Country, propiedad señorial en el corazón de San Isidro.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Rotos o corrompidos los amores argentinos, adicto a las pastillas y al dinero, me mudé a Bogotá porque me hicieron una oferta extraordinaria para hacer televisión en esa ciudad. Vivía en un hotel en la zona norte, el Portón, en la calle 84, entre la Séptima y la Octava. Compré una camioneta. Me asignaron chofer y dos guardaespaldas con ametralladoras. Caminaba del hotel al supermercado a comprar jugos de uva morada y de mandarina, custodiado por los guardaespaldas. Me sentía importante, poderoso. Recluido en mi suite, escribía durante el día y ya de noche me dirigía al estudio. Todos los fines de semana, todos, viajaba a Lima en un avión cochambroso a ver a mis hijas y producir un programa de televisión. Ganaba mucho dinero. Pero estaba fatigado de vivir, harto de seguir siendo yo mismo. Mis anfitriones en Bogotá quisieron extenderme el contrato dos años más, pero yo quería descansar o quería morirme y por eso decliné. Tiempo después regresé a Miami y compré una casa en Key Biscayne, donde ahora escribo estas líneas heridas de melancolía.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  En esta casa he vivido los últimos trece años. Volví a casarme, tuvimos una hija, me curé de las depresiones y los insomnios, seguí persiguiendo el sueño elusivo de ser un escritor. En esta casa he escrito cinco novelas y un libro de cuentos. En esta casa he sido feliz, soy feliz, tanto que me da miedo decirlo. En esta casa he visto a mi esposa escribir varios libros, he visto a nuestra hija crecer y ser feliz. Estos últimos trece años he viajado con ellas, casi siempre con ellas, a ciudades que ya conocía pero que he redescubierto con ellas, gracias a ellas. Estos últimos trece años, los mejores de mi vida, he producido, dirigido y presentado un programa de televisión que sigue en antena, en el mismo canal. Espero que ese programa no se interrumpa, o no tan pronto.

                                                                                                                                  Ahora siento que todo lo anterior fue nadar y nadar a contracorriente, sin desmayar, sin ahogarme en el vasto mar de las penas y los fracasos, hasta llegar a esta isla en el paraíso para ya quedarme aquí hasta el final de los tiempos, prolongando una felicidad inédita, una felicidad que pensé que no existía o que yo no merecía.

                                                                                                                                  Por Jaime Bayly

                                                                                                                                  Escritor, periodista y conductor de televisión peruano.
                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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