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Heme aquí, como cada día, como prácticamente cada momento de la vida, enfrentado a un dilema. Escribo una historia sobre un joven poeta rolo que llega a vivir a Medellín y registra en su diario: “Ayer vi a la paisita del Popular 2. Quedamos de almorzar el jueves”.
La cuestión es que usar la palabra paisa se ha vuelto problemático, políticamente incorrecto. Cooptado por los discursos de la grandeza de la raza, la Antioquia Federal, la mano negra y el corazón grande, el vocablo “paisa” se traquetió y hoy remite al espectro más opaco de lo antioqueño: la prepotencia, el regionalismo recalcitrante, el fanatismo, el racismo, el conservadurismo, el todo vale, el paramilitarismo, el narcotráfico, la explotación sexual, la homofobia y la transfobia, rasgos que suscitan la aversión de quienes no creen a ciegas en las bondades de la verraquera, el empuje y el orgullo paisa.
De suerte que heme aquí ante el dilema de autocensurarme y reformular la frase: “Ayer vi a la paisita del Popular 2”. ¿Cómo debería anotar entonces el joven poeta rolo? ¿“Ayer vi a la antioqueñita del Popular 2”? ¿O: “Ayer vi a la pequeña y graciosa medellinense del Popular 2”? Y si la invita a un restaurante típico, ¿que pidan mondongo para no mentar la bandeja paisa? Y si luego van a teatro, ¿que no asistan a “País paisa”, de El Águila Descalza?
El asunto no debería llegar a tales extremos. ¿No sería mejor recuperar el término y no solo endilgarle connotaciones negativas? En mi cabeza, y en el imaginario nacional, así como son paisas Álvaro Uribe, José Obdulio Gaviria, César Pérez, Luis Pérez, Popeye y Pablo Escobar, también lo son Carlos Gaviria, Héctor Abad Gómez, Jesús María Valle, Luis Alberto Álvarez, León Zuleta, Piedad Córdoba, Daniel Carvalho y Jesús Abad Colorado. Tal como los vates tradicionales Jorge Robledo Ortiz y Carlos Castro Saavedra, también son paisas Jaime Jaramillo Escobar, José Manuel Arango, Juan Manuel Roca, Helí Ramírez, Víctor Gaviria, Darío Jaramillo y Piedad Bonnett. Tan paisas como la Madre Laura, Paola Holguín, Natalia París, Anatolia del Niño Jesús Muñoz de Tuberquia y Flor Maruja del Perpetuo Socorro Bustamante de Cataño ―más conocidas como Tola y Maruja―, lo son Simona Duque, Betsabé Espinal, María Cano, Débora Arango, Teresita Gómez y María Teresa Uribe.
En 1993, cuando llegué a Medellín a hacer una práctica universitaria de un semestre y me quedé diez años, salía del cascarón sin ventanales de La Alpujarra y contemplaba horrorizado la medialuna del “Monumento a la raza” de Rodrigo Arenas Betancourt. En el patetismo de ese mazacote de concreto y bronce de novecientas toneladas y 38 metros de alto, veía a punto de desplomarse la abigarrada épica de la antioqueñidad: coronadas por la muerte, serpientes, mazorcas, cruces, madres suplicantes, azotes, arados, hachas, guerreros, mineros, bateas, rieles, puñales, cadáveres, hombres alados, deidades, fieras y bestias desorbitadas.
Al igual que un carriel, una chiva, un yipao, una silleta, los alumbrados o una bandeja paisa, la mole escultórica de La Alpujarra revela la faceta barroca y excesiva de la antioqueñidad. Luego advertí que la monumentalidad de Arenas Betancourt dialoga con el minimalismo de Germán Londoño y Luis Fernando Peláez, y que a los ampulosos Robledo Ortiz y Castro Saavedra se opone el ascetismo de Amílcar Osorio y José Manuel Arango, y que la estridencia de Kraken convive con la fanfarria de Puerto Candelaria, el chucuchucu del Combo de las Estrellas, el freestyle de los AlcolirykoZ, la música de las grietas de Natalia Valencia y la música de las palmeras de Latina Stereo.
El universo semántico paisa alcanza todos los matices: de lo charro a lo grave, de lo oficial a lo transgresor, de lo terrible a lo edificante, de lo cálido a lo funesto, del Jardín Botánico a La Escombrera, de Barrio Triste al Parque de los Pies Descalzos, de Pacho Maturana al Bolillo Gómez, de René Higuita a Mariana Pajón, de Alonso Salazar a Federico Gutiérrez, de José Manuel Freidel y Cristóbal Peláez a Farley Velásquez y Carlos Mario Aguirre, de Maluma, Karol G. y J. Balvin a Radio Bolivariana y Paisa Estereo, de Tomás Carrasquilla, Luis Tejada, Barba Jacob y Mejía Vallejo a Gonzalo Arango, Tomás González, Eduardo Escobar y Fernando Vallejo. Todo a cual más multiforme y variopinto, como el Festival Internacional de Poesía, como la Fiesta del Libro, y como El Hueco, ese fascinante Triángulo de las Bermudas en pleno centro de Medellín.
Al fin y al cabo, tras semejante cúmulo de elucubraciones, he resuelto que el joven poeta rolo de mi historia sí va a encontrarse con la paisita del Popular 2. Siguiendo el léxico de la tonada “El paisa es el rey”, le dirá que es una recuca, chupará guaro, se torcerá, hablará mierda, se cagará de la risa, se rascará hasta las pelotas y proclamará que estima como un putas a todos sus parceros. Al día siguiente, para bajarle el guayabo, haré que suba al cerro Nutibara y se zampe una bandeja con frisoles, hogao, arepitas de bola, aguacate, arroz, carne en polvo, chorizo, morcilla, tajadas de plátano maduro, huevo frito, limón y un chicharrón de siete vagones ante un bucólico balcón del pueblito paisa.
CODAS
1. A propósito de las cuchas paisas, una cita del cuento “El perdón”, de José Libardo Porras: “Las cuchas son lo máximo. ¿Cómo será no tener cucha? ¿Cómo será tener cucho? ¡Qué guerrera es esta vieja! ¡Las viejas son unas guerreras! ¡Las viejas no dejan caer el mundo!”.
2. A raíz del asesinato en Bello de la mujer trans Sara Millerey González, el hashtag #paisas ha sido tendencia. El internauta @Arenas719 trinó: “A los paisas nos ofende más que nos traten como lo peor de Colombia (que lo somos), que lo que nos impacta lo que pasa aquí”. La brutalidad de este acto aviva la estigmatización. La vida de Sara horrendamente truncada reclama no olvido, no repetición, justicia y reparación. ¿Podrá una sociedad tallada por la violencia reaccionar ante tanta sevicia? He ahí el dilema paisa.

Por John Galán Casanova
