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A sus 92 años, procedente de la damnificada isla de Puerto Rico, donde reside, el exluchador Bill Martínez, más conocido como el Tigre Colombiano, llegó al aeropuerto El Dorado de Bogotá el sábado 15 de octubre en horas de la noche. En cabeza de este ufano reportero, El Espectador se hizo presente en exclusiva para darle la más fervorosa bienvenida.
Boxeador amateur en su temprana juventud, pionero en la práctica del Vale Todo en la Bogotá de los años cincuenta, campeón mundial de lucha libre profesional, instructor de artes marciales mixtas en Puerto Rico tras batirse 37 años en el ring, todos los artículos y reportajes sobre el tema coinciden en señalar a Bill Martínez como uno de los padres, la leyenda viva, el máximo exponente de la lucha libre colombiana de todos los tiempos.
Medio siglo antes de que el Tigre Radamel Falcao deslumbrara al planeta con sus goles, antes de que el ciclista Cochise Rodríguez —Italia, 1971— y el boxeador Kid Pambelé —Panamá, 1972— conquistaran títulos mundiales, otro Tigre, el primero y único en su especie Tigre Colombiano, obtuvo en 1960 un Campeonato Mundial de Lucha, categoría peso pesado júnior, al derrotar al yugoeslavo Michael Uyovic en el Circus Krone de Múnich, entonces República Federal Alemana.
Luego del esplendor de la llamada época de oro –que se prolongó a nivel mundial desde comienzos de los años cincuenta hasta mediados de los setenta–, la lucha libre en Colombia como espectáculo masivo fue entrando en decadencia, siendo hoy cosa del pasado las veladas multitudinarias de lucha en recintos como la plaza de toros La Santamaría y el coliseo de la Feria Exposición.
Eso explica el actual desconocimiento de las proezas conseguidas por el Tigre, un personaje fuera de serie, con una vida superlativa, en mora de ser contada para librarlo del olvido al que está expuesto, pues hoy en día muy poca gente –excepto los mayores de sesenta, setenta u ochenta años que tuvieron la fortuna de verlo luchar– sabe de su fabulosa existencia.
Bill Martínez: el “Hombre de las mil llaves”, el hombre de los muchos nombres –por exigencia de los promotores–: el Tigre Colombiano aquí, en México y en casi toda Latinoamérica; Volante Bill, en Venezuela; Bill Patiño, en España y África; en los Estados Unidos, sin la ñ, Pedro Patino y Pistol Pete Patino; en Alemania, Tiger Boy; en Austria, Mr. Tiger; Patino Martinez (sic), alguna vez en Bélgica; Tijger Columbia, en Holanda; King Tiger, en Japón; y Billy Martin en Puerto Rico, El Salvador y República Dominicana.
Bill Martínez: el hombre de las mil llaves, de los cien golpes, de los mil atuendos –butargas, batas y capas satinadas, botas y calzones atigrados–, de los mil domicilios –Nueva York, Barranquilla, Bogotá, Cáqueza, Cachipay, Guateque, Caracas, Santiago de Chile, París, Múnich, Barcelona, Madrid, Amberes, Londres, Texas, Los Ángeles, Ciudad de México, San Juan, Moca y San Sebastián de las Vegas del Pepino…–, el trotamundos con pasaportes repletos de entradas y salidas, el peleador de incontables luchas, diecisiete fracturas y, mal contadas, veintiseis cirugías.
Las cifras dan una idea parcial de su magnitud. Porque hay más: al ir atando cabos, el Tigre resulta ser un personaje de película, una suerte de Forrest Gump que roza de modo providencial personalidades y momentos cumbre del siglo XX. El 9 de abril de 1948, a sus dieciocho años, Bill escuchó los disparos que segaron la vida de Gaitán, y vio cuando arrastraban el cadáver de Roa Sierra por la carrera Séptima. Después haría parte del círculo de seguridad de Rojas Pinilla, y junto con otros luchadores escoltó al general durante sus primeros años de gobierno. A comienzos de 1963, figuró como legionario en tomas de la batalla de Farsalia rodadas en Almería, España, para Cleopatra, la película que consagró a Elizabeth Taylor junto a Richard Burton. Y en noviembre de ese mismo año, el promotor Morris Sigel lo contrató para una primera temporada en Texas. La noche del fatídico viernes 22 de noviembre no se llevó a cabo la velada programada en el Sportatorium de Dallas; el asesinato del presidente Kennedy en la plaza Dealey obligó a cancelar todo acto público en la ciudad.
El lunes 13 de enero de 2014, gracias a la mediación de uno de sus nietos, envié un saludo y una solicitud de amistad a la cuenta personal de Bill Martínez en el Facebook. El miércoles 15, agradeciendo mi interés en su vida deportiva, el Tigre me respondió desde su domicilio en Moca, presto a atender mis preguntas y a facilitarme registros que pudieran serme de utilidad. Hablaba muy en serio: a primera hora del viernes 17 recibí su primera entrega, con fotos y certificados de sus inicios en el boxeo aficionado, la lucha grecorromana, el jiu-jitsu y el fisiculturismo. Fue así como entablamos una intensa relación virtual, un mano a mano exhaustivo, superlibre, sin árbitro y sin límite de tiempo, desde la isla de mi cuarto hasta su Isla del Encanto.
A raíz de ese contacto, y de la ulterior investigación, escribí las 375 páginas de Entrena como bestia, pelea como salvaje, la biografía del Tigre Colombiano que empezará a circular a finales de este mes bajo el sello editorial Planeta. El lanzamiento se realizará el martes 8 de noviembre en el Gimnasio Moderno, motivo por el cual el Tigre ha dejado su madriguera antillana con la ilusión de compartir este acontecimiento con su familia, amigos y afición.
Para todos los efectos prácticos, Bill Martínez, excampeón mundial de lucha libre, quien ejerció durante cuatro décadas una de las profesiones más riesgosas del planeta dejando en alto el nombre del país, no recibe ninguna clase de auxilio o protección por parte de los órganos rectores del deporte colombiano. Sus títulos, enseñanzas, hazañas y distinciones ameritan que le sea concedida una pensión honorífica en reconocimiento a una de nuestras máximas glorias deportivas. Ojalá que en el despacho de la ministra María Isabel Urrutia alguien tome nota de esta solicitud.
Seguiremos informando.