“Actriz, hippie, recordatriz de bruja y pintora”: así se definió Sandra Reyes en su Instagram. Imborrable en la memoria nacional por su caracterización de la doctora Paula Dávila en la telenovela Pedro, el escamoso, la carismática artista bogotana partió de esta dimensión el domingo pasado, día de la primera luna nueva de diciembre.
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“Actriz, hippie, recordatriz de bruja y pintora”: así se definió Sandra Reyes en su Instagram. Imborrable en la memoria nacional por su caracterización de la doctora Paula Dávila en la telenovela Pedro, el escamoso, la carismática artista bogotana partió de esta dimensión el domingo pasado, día de la primera luna nueva de diciembre.
Me pareció irónico que la eucaristía ofrecida por sus familiares a esta recordatriz de bruja, más proclive al linaje de Lilith que al culto mariano, se hubiera realizado en la parroquia de la Inmaculada Concepción, donde se honra a la Virgen con la siguiente plegaria: “Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza”. No obstante, no resulta incongruente porque Sandra será recordada, entre tantas otras cosas, por la gracia, pureza y belleza de su ser.
Ignoro cuál sello le correspondía en el calendario maya, pero su vida me hace pensar en el kin número 6, CIMI, el de quien enlaza mundos, pues enlazar mundos fue justo lo que ella hizo al asumir dualidades como la de ser una campesina citadina, una hippie de la jai y de la vereda, una proletaria famosa, una mujer sublime y carnal hecha de carcajadas y lágrimas, humilde y noble, alegre y desolada, real y ficticia.
Esa dualidad explica que en el curso de un año haya muerto dos veces: primero encarnando a la desahuciada doctora Paula, y ahora encarnándose a sí misma. Y así como tuvo una muerte doble, también tuvo dobles exequias. En la mañana del martes, con la misa del culto católico, y en la noche, con una rumba en su honor, como era su anhelo.
Y he aquí de nuevo la dualidad, la suma de los contrarios marcando su destino: del día a la noche; de El Chicó a Teusaquillo; de la religión oficial a la espiritualidad alternativa; del Ave María de Schubert a las canciones de la Abuela Margarita; del evangelio de San Lucas a las espirales del novenario muisca; del “Brille para ella la luz perpetua” al “Soy una niña salvaje, inocente, libre y silvestre”; del culo alojado cómodamente en bancas de madera al culo arduamente apoyado a ras del piso, el culo a tierra; y, en fin, de los cuerpos adustos e inmóviles en la capilla a los cuerpos girando entre gaitas, maracas y tambores.
Quienes tuvimos la fortuna de acudir al aquelarre llevamos flores, velas, sahumerios, semillas, esencias, frutas, hojas de tabaco y de coca, cacao y bebidas. Las ofrendas dispuestas formaron un luminoso mandala, un altar en torno al cual se desplegó una ronda de testimonios, una acción de gracias por la hermosa y poderosa existencia de Sandra. Por su alma múltiple que le permitió albergar y representar tantos seres. Por su cuerpo que sintió el placer y propició el hecho de hablar abiertamente del orgasmo y la vagina. Por su amoroso corazón de madre soltera y guerrera. Por su plenitud de Tauro que la impulsó siempre hacia adelante, sin dejar nada a medias. Por la constancia de sus manos cultivadoras y la profundidad de su visión para sembrar la energía femenina. Por la dura enfermedad que la devastó y, no obstante, le deparó la dicha de sentirse bien amada. Por su tenaz determinación de honrar la vida cada día y entregarse a la tierra para retornar a las estrellas. Por la maestría de la muerte que no es muerte sino un nuevo camino.
Una vez concluido el círculo de gratitud, en cuanto los cueros y tambores nos pusieron a bailar, recordé que el domingo a mediodía, antes de que se expandiera la onda mediática del fallecimiento de Sandra, casual o causalmente yo había estado escuchando una canción llamada “La última rumba”, pensando en agregarla a la playlist con la que espero me despidan cuando llegue la hora.
Luego, cuando la bruja de mi mujer me contó que no habría velación y que se estaba organizando una rumba porque eso era lo que Sandra quería, supe que había encontrado un título para este homenaje y evoqué la letra entonada por Henry Fiol, el blanco que canta como negro, otro brillante enlazador de mundos como ella: “Gente alegre celebrando,/ gente alegre vacilando/ con el golpe del tambor./ Esta es la última rumba, /baila por si te da la gana,/ canta por si te da la gana./ Quién no baila, quién no goza./ Es la cosa más sabrosa,/ es la cosa más hermosa./ Esta es la última rumba”.
Coda: Agradezco a las magas que me convidaron a asistir y me permitieron tomar notas durante el ritual.