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En el camino

Luis Tejada Cano (VII)

John Galán Casanova
20 de julio de 2024 - 05:05 a. m.
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1923: a la vanguardia ideológica

Para un personaje como Tejada habría sido imposible sustraerse a la agitación social reinante en el mundo tras la Primera Guerra Mundial y el triunfo de la Revolución Rusa. Como César Vallejo, como Vicente Huidobro, como Neruda, como tantos intelectuales y artistas latinoamericanos, vio la necesidad de realizar sus ideas de avanzada a través de la beligerancia política.

Acorde con esta postura, la mayoría de artículos escritos por Tejada en sus últimos años responde al pensamiento crítico de un militante, esto es, alguien que tajante y constantemente toma partido en contra o a favor. Entregado cada vez más al proselitismo, el cronista iría renunciando a toda aspiración literaria. La frase que durante esa época repetiría tanto escritor comprometido salió también de labios de Tejada. Se la dijo a su colega Romualdo Gallego observando el retrato de Lenin que presidía su pequeña biblioteca comunista: “No tenemos derecho de hacer literatura mientras haya tantas injusticias en la Tierra”.

En lo sucesivo, cada noticia, cada suceso escogido como tema para sus artículos le sirvieron de pretexto para destacar un problema, revelar una iniquidad, desarrollar un planteamiento. La situación del país, convulsa en medio de un panorama de carestía, represión, huelgas y protestas, le brindaba la oportunidad de desplegar su batería de argumentos.

Vocablos como “lucha de clases”, “proletariado” y “burguesía” entraron a hacer parte de su léxico. La profundidad del marxismo de Tejada podría ponerse en duda si consideramos que en esos años las lecturas comunistas disponibles eran por lo general folletos y resúmenes vertidos del ruso a través del francés y el inglés. Aun así, el conocimiento que tenía de nuestra propia realidad hizo que su discurso no se agotara en la rigidez dogmática, permitiéndole erigirse ―en palabras de su biógrafo Gilberto Loaiza― en “la máxima voz intelectual en la formación de la conciencia política de la clase obrera colombiana”.

Faltaba ver si el Partido Liberal estaba dispuesto a incorporar los postulados socialistas en su programa. Hacia mediados de 1923, el cronista no se mostraba muy seguro de eso. En una carta del 8 de junio, Jorge Eliécer Gaitán, quien se había hecho su amigo, intentó convencerlo de que sería desde las filas “cien veces dicientes, prestantes y rememoradoras del liberalismo” desde donde la nueva generación realizaría “su obra en contra de la burguesía y por la liberación económica del trabajo”. Pero para entonces la radicalización política de Tejada no tenía marcha atrás. Más de una vez declaró su desencanto ante los partidos tradicionales, a los que acusó de actuar a favor de una minoría que poseía todas las garantías y acaparaba beneficios en detrimento de los menos favorecidos. Para acabar con esa tiranía de clase, afirmó el miércoles 29 de agosto en El Espectador, el único camino, la única fórmula de salvación posible era la de proponerse un “cambio radical del contenido del Estado” que sustituyera “el dominio ineficaz de una pequeña burguesía mentalmente exhausta, moralmente corrompida, ladrona, venal, explotadora, impune, irresponsable y tiránica”. (Cualquier parecido con la bicicleta estática de nuestra historia no es mera coincidencia).

Congregados en torno a Tejada, periodistas y universitarios simpatizantes del socialismo como José Mar, Alejandro Vallejo, Diego Mejía y Moisés Prieto conformaron el primer núcleo comunista del que se tiene noticia en Colombia. Donde vivía el poeta Luis Vidales, y luego en la casa cercana al paseo Bolívar alquilada por Tejada y Julieta, los jóvenes izquierdistas se reunían durante las noches para conspirar y debatir. En su entusiasmo, asumían que la revolución era un hecho casi inminente, a la vuelta de la esquina. El programa que presentaron al cuarto Congreso Socialista en Bogotá lo calificaron como el “documento político más trascendental” que se había publicado en Colombia “en el curso de los últimos ciento catorce años, desde la declaración de independencia”.

Tejada amplificó ese fervor en sus artículos, llegando a aseverar que los obreros gobernaban ya en Rusia, Alemania e Inglaterra, y que no estaban lejos de hacerlo en Francia, Italia y España. En una de sus “Gotas de tinta” de 1924, al plantear que el mundo se hallaba dividido en dos mitades, una tradicional y conservadora, y la otra revolucionaria y futurista, refrendó su opción personal: “Yo he tomado partido con la mitad futurista y me empeño en seguir sus movimientos y sus luchas, en percibir sus triunfos y sus caídas, en calcular sus probabilidades de éxito en todas partes. Así, tengo idealmente el mundo metido dentro de mí, con la turbulenta existencia cotidiana vivo su vida múltiple, pero la vivo en una forma singularmente intensa, porque es partidarista y sectarista”.

El asunto que más ocupó su interés durante esta etapa fue el de las condiciones que debía afrontar la clase trabajadora. Su análisis partía de un diagnóstico desolador: “La situación actual del trabajador colombiano no puede compararse por ningún aspecto con la de los trabajadores de cualquier centro industrial europeo, ni en la relación existente entre el salario que gana y el interés que produce el capital, ni en las condiciones generales de vida”.

En sus planteamientos fue más allá de la simple denuncia. Citando la legislación de varios países y disposiciones de la Organización Internacional del Trabajo, exigió la adopción de medidas inexistentes en nuestro medio en ese momento, como la jornada laboral de ocho horas, el salario mínimo, el descanso dominical, la regulación del trabajo nocturno, las pensiones y la prevención de accidentes de trabajo.

Alertó sobre la urgencia de “elevar progresiva y rápidamente el nivel moral y económico del proletariado, no para eludir la ineludible revolución social, sino para tratar de guardarla y suavizarla”. En estos términos, semejantes a los expresados por Rafael Uribe Uribe en 1904 al proclamar: “O el liberalismo socializa sus programas o desaparecerá”, Tejada le advertía a la clase dirigente del país que solo la eficaz intervención reguladora del Estado podría evitar los “excesos reaccionarios y las bárbaras venganzas” que estaban haciendo rodar cabezas en otras partes del planeta.

Con el resto de vanguardistas latinoamericanos compartió los tópicos sustanciales de su crítica social: en el plano económico, una denuncia visceral del imperialismo estadounidense ―ya en 1920 había denunciado los desmanes de la United Fruit Company en la zona bananera―; y, en lo político, una adhesión mesiánica al ideario comunista, como se advierte tanto en la “Oración para que no muera Lenin” que escribió en 1922 ante un reporte que había anunciado la presunta muerte del líder soviético, como en el posterior homenaje que le rindió al confirmarse su deceso, a comienzos de 1924: “a su palabra ardiente, rica en ideas dinámicas, le debo mi fe y mi esperanza, la grandeza íntima de mi vida, mi adquisición de un motivo puro de lucha, mi convicción sincera de que el mundo puede llegar a ser realmente más amable y más justo y de que el hombre adquirirá sobre la tierra una actitud de ennoblecida dignidad”.

BONUS TRACK

La Agenda Cultural de la Universidad de Antioquia dedicó su número 321 a resaltar la memoria de Tejada con una nutrida selección de artículos sobre su obra y seis crónicas de su autoría.

John Galán Casanova

Por John Galán Casanova

Poeta y ensayista bogotano. Premio nacional de poesía joven Colcultura, 1993. Premio internacional de poesía "Villa de Cox", 2009.

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Camilo(3yl69)20 de julio de 2024 - 10:43 p. m.
Señor Galan, como las anteriores columnas escritas sobre Tejada, esta es excelente, mil gracias
Alberto(3788)20 de julio de 2024 - 09:19 p. m.
Muy interesante capítulo, gracias.
Pathos(78770)20 de julio de 2024 - 08:57 p. m.
Entre esos grandes ideales no cabía imaginar el desastre de la antigua URSS y el legado autoritario y dictatorial q dejo,hoy con un Putin cometiendo barbaridades inhumanas
Fernando(30486)20 de julio de 2024 - 06:12 p. m.
Gracias por su interesante columna.
Francisco(82596)20 de julio de 2024 - 05:43 p. m.
Y todo ello en un joven de veintitantos años. Visto con los ojos de hoy, qué gran pérdida para el país y qué lamentable que un hombre de sus cualidades viera su vida tronchada tan abruptamente. Pero es un gran ejemplo para la juventud y para todos, especialmente para mundo intelectual, político y literario. Agudo, profundo al par que sencillo y con un estilo personal muy grato y eficaz.
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