1924: “Se nos fue Luis”
El 21 de enero de 1924, Tejada se entera de una luctuosa noticia: luego de una larga postración, Lenin, el padre de la Revolución Bolchevique, ha fallecido. Dos días después, le dirige una sentida despedida. La deuda de gratitud que tenía hacia Lenin, “el único salvador del mundo”, era inmensa: a él le debía haber encontrado “un bello ideal de conducta, en el momento en que todos los ideales de conducta habían caducado o aparecían estériles o pequeños”.
La muerte de Lenin fue la primera de una racha de fatalidades que terminó arrastrando consigo la vida de quien había sido proclamado Príncipe de los cronistas colombianos por la revista Caminos de Barranquilla. Semanas después, el hijo que esperaba con Julieta murió a las pocas horas de nacido. El joven que en 1920 había declarado su intención de “no tener hijos jamás”, a la vuelta de cuatro años intentó dar ese “paso inicial hacia la eternidad” y no lo consiguió.
El 29 de febrero, día que tornaba bisiesto ese 1924 tremendo, un nuevo duelo: el general Benjamín Herrera murió en su habitación del hotel Franklin. Aunque Tejada se había distanciado del jefe liberal, a quien llegó a tildar de caudillista, al acompañar su multitudinario entierro fue incapaz de sustraerse a la admiración que despertaba el hombre que había sido “en sí mismo, la concreción suprema de la energía vital y espiritual del pueblo”.
La adversidad parecía no minar la vida de Tejada. En marzo salió a la venta su Libro de crónicas, con cuarenta y siete de sus textos escogidos por él mismo. Entrevistado para la revista Cromos, dijo que el libro estaba dirigido a las gentes ocupadas que no tenían tiempo de leer “los grandes y famosos libros”, y agregó que planeaba editar un volumen acerca de Julieta, su compañera, y un drama de “almas del pueblo” que se sumarían a otros textos que tenía en mente sobre la danza, la cocina, el juego y el suicidio.
La política siguió reclamando su concurso. En mayo, el grupo comunista que presidía participó de las sesiones del I Congreso Obrero y del IV Congreso Socialista. El programa presentado por Tejada y sus camaradas, que para ellos representaba el documento político más trascendental que se había publicado en Colombia desde la declaración de independencia, a juicio del biógrafo Gilberto Loaiza constituye “una conmovedora demostración de pobreza doctrinaria”, prueba de que “para 1924 no se llegaba en este país más allá de una irreflexiva aplicación de Trotsky, Lenin y Bujarin a la realidad local”. No obstante, a juicio del historiador Medófilo Medina, la aparición de este grupo marcó la transición hacia un tipo nuevo de partido en el que tendrían cabida algunos principios marxistas.
Con el trajín de veinte horas diarias dedicadas a predicar, estudiar y escribir, la salud de Tejada colapsó. El joven heraldo de la revolución poco a poco se marginó de toda actividad pública. El 29 de junio asistió por última vez a la concentración dominical del Sindicato Central Obrero. “Los partidos del porvenir”, su último artículo, apareció el 11 de julio en El Espectador. En adelante, quienes acudieron a su lecho y lo encontraron demacrado, barbado, mordiendo su pipa y rodeado por curtidos obreros y reclutas adolescentes, forjaron el retrato de Tejada como apóstol de la causa comunista.
No se conoce un dictamen que dé cuenta del menoscabo en la salud del cronista. Al parecer, de las cuatro principales causas de mortandad que afectaban a los adultos en la Bogotá de los años veinte: sífilis, tuberculosis, afecciones cardiacas y cáncer, esta última fue la única que no comprometió su organismo. La hipótesis de la sífilis contribuye a explicar la muerte prematura del hijo de Luis y Julieta, y se sustenta en testimonios que describen los últimos años de Julieta aislada y con rasgos de demencia. Tuberculosis fue la causa del deceso que se ventiló públicamente; la condición de Tejada como fumador empedernido y el tratamiento prescrito por su médico apoyan esta posibilidad. A su turno, Adel López Gómez mencionó una deficiencia cardiaca hereditaria que habría cobrado la vida de algunos hermanos del cronista.
Tejada no fue un acérrimo defensor del cuidado de la salud. Desde 1920, en su “Elogio de la inactividad”, al “placer perfectamente animal de sentirse fuerte” le opuso el “espiritual y exquisito de sentirse decadente”. En agosto del año siguiente, en Pereira, tras reponerse de una larga postración, ensalzó “la exquisita voluptuosidad de ser débil” y escribió un párrafo premonitorio sobre “la voluptuosidad penetrante del agotamiento y de la decadencia que deben experimentar los tísicos en los últimos periodos de su enfermedad”.
Con suma reticencia, amigos y familiares entrevistados por Gilberto Loaiza reconocieron que Tejada consumía morfina, esa quintaesencia del opio, considerada entonces como el vicio de los intelectuales. Él no escribió abiertamente sobre esto, pero hizo alusiones a la “sobreexcitación febril”, la embriaguez “delicada y fantástica” y “la inconsciencia inefable de los opios, de las morfinas, de las drogas perversas y espirituales”.
A fines de agosto, Tejada viajó con Julieta a Girardot por recomendación del médico Luis Zea, esperando que el clima del puerto ribereño le sentaría bien. Desafortunadamente, su condición empeoró. Fiel al credo vitalista que lo llevó a devorar la existencia sin reparar en límites, se salió con la suya y cumplió el propósito de “suicidarse dulce y suavemente” entre el delirio de la fiebre y el sopor de los analgésicos.
Tras su muerte, que tuvo lugar la tarde del 17 de septiembre en su habitación del hotel Suiza, se multiplicaron las manifestaciones de pesar. El Congreso de la República interrumpió su sesión ordinaria para lamentar su partida. La Asociación de Linotipistas de Bogotá, el Directorio Central Obrero, la Junta Nacional del Partido Socialista, la Institución Flor del Trabajo y el Sindicato de los Voceadores de la Prensa enviaron pésames por la desaparición del “altivo escritor, agilísimo cronista y valeroso defensor de las ideas reivindicadoras del obrerismo”. Germán Arciniegas escribió: “Era comunista. El único comunista que hayamos conocido. Si el comunismo no hubiera existido antes, Luis Tejada lo habría inventado”.
María Cano, una de las tías que lo hospedó durante su estadía en Medellín, y quien siguiendo sus pasos iniciaría un fulgurante liderazgo obrero al año siguiente, le expresó así su solidaridad a Julieta, la apesadumbrada viuda: “Hermanita, estas palabras que el alma traza con sangre y con lágrimas son toda nuestra ternura que va hacia tu dolor supremo. Se nos fue Luis. Se fue con todo nuestro amor, con nuestra alegría, con la luz de nuestra vida”.
Tiñendo de humor la tristeza, el poeta Ciro Mendía escribió una sentida “Carta sin respuesta a Luis Tejada” donde le decía: “Luis Tejada, Luis, ¿qué es eso? ¿Tú que no tienes un peso, tan largo viaje emprendiste? (…) Tú no has muerto Luis Tejada. Yo a ti no te creo nada. ¿Muerto tú? ¿Muerta tu roja vida apenas empezada? Esta es una paradoja de las tuyas, Luis Tejada”.
Tejada habría celebrado esta jovial elegía. Aborrecía la visión angustiosa de la muerte heredada del medioevo; a cambio, propuso intimar con la tumba, “tan fraternal y tan unida a nosotros, tan cálida y tan inmóvil como un buen lecho”. De haber podido estar presente entre sus camaradas reunidos para evocarlo, de seguro hubiera sido el primero en alzar la copa y decir: “¡Bebamos, porque es verdad que la alegría de la muerte debe afrontarse en la florida adolescencia!”.
1924: “Se nos fue Luis”
El 21 de enero de 1924, Tejada se entera de una luctuosa noticia: luego de una larga postración, Lenin, el padre de la Revolución Bolchevique, ha fallecido. Dos días después, le dirige una sentida despedida. La deuda de gratitud que tenía hacia Lenin, “el único salvador del mundo”, era inmensa: a él le debía haber encontrado “un bello ideal de conducta, en el momento en que todos los ideales de conducta habían caducado o aparecían estériles o pequeños”.
La muerte de Lenin fue la primera de una racha de fatalidades que terminó arrastrando consigo la vida de quien había sido proclamado Príncipe de los cronistas colombianos por la revista Caminos de Barranquilla. Semanas después, el hijo que esperaba con Julieta murió a las pocas horas de nacido. El joven que en 1920 había declarado su intención de “no tener hijos jamás”, a la vuelta de cuatro años intentó dar ese “paso inicial hacia la eternidad” y no lo consiguió.
El 29 de febrero, día que tornaba bisiesto ese 1924 tremendo, un nuevo duelo: el general Benjamín Herrera murió en su habitación del hotel Franklin. Aunque Tejada se había distanciado del jefe liberal, a quien llegó a tildar de caudillista, al acompañar su multitudinario entierro fue incapaz de sustraerse a la admiración que despertaba el hombre que había sido “en sí mismo, la concreción suprema de la energía vital y espiritual del pueblo”.
La adversidad parecía no minar la vida de Tejada. En marzo salió a la venta su Libro de crónicas, con cuarenta y siete de sus textos escogidos por él mismo. Entrevistado para la revista Cromos, dijo que el libro estaba dirigido a las gentes ocupadas que no tenían tiempo de leer “los grandes y famosos libros”, y agregó que planeaba editar un volumen acerca de Julieta, su compañera, y un drama de “almas del pueblo” que se sumarían a otros textos que tenía en mente sobre la danza, la cocina, el juego y el suicidio.
La política siguió reclamando su concurso. En mayo, el grupo comunista que presidía participó de las sesiones del I Congreso Obrero y del IV Congreso Socialista. El programa presentado por Tejada y sus camaradas, que para ellos representaba el documento político más trascendental que se había publicado en Colombia desde la declaración de independencia, a juicio del biógrafo Gilberto Loaiza constituye “una conmovedora demostración de pobreza doctrinaria”, prueba de que “para 1924 no se llegaba en este país más allá de una irreflexiva aplicación de Trotsky, Lenin y Bujarin a la realidad local”. No obstante, a juicio del historiador Medófilo Medina, la aparición de este grupo marcó la transición hacia un tipo nuevo de partido en el que tendrían cabida algunos principios marxistas.
Con el trajín de veinte horas diarias dedicadas a predicar, estudiar y escribir, la salud de Tejada colapsó. El joven heraldo de la revolución poco a poco se marginó de toda actividad pública. El 29 de junio asistió por última vez a la concentración dominical del Sindicato Central Obrero. “Los partidos del porvenir”, su último artículo, apareció el 11 de julio en El Espectador. En adelante, quienes acudieron a su lecho y lo encontraron demacrado, barbado, mordiendo su pipa y rodeado por curtidos obreros y reclutas adolescentes, forjaron el retrato de Tejada como apóstol de la causa comunista.
No se conoce un dictamen que dé cuenta del menoscabo en la salud del cronista. Al parecer, de las cuatro principales causas de mortandad que afectaban a los adultos en la Bogotá de los años veinte: sífilis, tuberculosis, afecciones cardiacas y cáncer, esta última fue la única que no comprometió su organismo. La hipótesis de la sífilis contribuye a explicar la muerte prematura del hijo de Luis y Julieta, y se sustenta en testimonios que describen los últimos años de Julieta aislada y con rasgos de demencia. Tuberculosis fue la causa del deceso que se ventiló públicamente; la condición de Tejada como fumador empedernido y el tratamiento prescrito por su médico apoyan esta posibilidad. A su turno, Adel López Gómez mencionó una deficiencia cardiaca hereditaria que habría cobrado la vida de algunos hermanos del cronista.
Tejada no fue un acérrimo defensor del cuidado de la salud. Desde 1920, en su “Elogio de la inactividad”, al “placer perfectamente animal de sentirse fuerte” le opuso el “espiritual y exquisito de sentirse decadente”. En agosto del año siguiente, en Pereira, tras reponerse de una larga postración, ensalzó “la exquisita voluptuosidad de ser débil” y escribió un párrafo premonitorio sobre “la voluptuosidad penetrante del agotamiento y de la decadencia que deben experimentar los tísicos en los últimos periodos de su enfermedad”.
Con suma reticencia, amigos y familiares entrevistados por Gilberto Loaiza reconocieron que Tejada consumía morfina, esa quintaesencia del opio, considerada entonces como el vicio de los intelectuales. Él no escribió abiertamente sobre esto, pero hizo alusiones a la “sobreexcitación febril”, la embriaguez “delicada y fantástica” y “la inconsciencia inefable de los opios, de las morfinas, de las drogas perversas y espirituales”.
A fines de agosto, Tejada viajó con Julieta a Girardot por recomendación del médico Luis Zea, esperando que el clima del puerto ribereño le sentaría bien. Desafortunadamente, su condición empeoró. Fiel al credo vitalista que lo llevó a devorar la existencia sin reparar en límites, se salió con la suya y cumplió el propósito de “suicidarse dulce y suavemente” entre el delirio de la fiebre y el sopor de los analgésicos.
Tras su muerte, que tuvo lugar la tarde del 17 de septiembre en su habitación del hotel Suiza, se multiplicaron las manifestaciones de pesar. El Congreso de la República interrumpió su sesión ordinaria para lamentar su partida. La Asociación de Linotipistas de Bogotá, el Directorio Central Obrero, la Junta Nacional del Partido Socialista, la Institución Flor del Trabajo y el Sindicato de los Voceadores de la Prensa enviaron pésames por la desaparición del “altivo escritor, agilísimo cronista y valeroso defensor de las ideas reivindicadoras del obrerismo”. Germán Arciniegas escribió: “Era comunista. El único comunista que hayamos conocido. Si el comunismo no hubiera existido antes, Luis Tejada lo habría inventado”.
María Cano, una de las tías que lo hospedó durante su estadía en Medellín, y quien siguiendo sus pasos iniciaría un fulgurante liderazgo obrero al año siguiente, le expresó así su solidaridad a Julieta, la apesadumbrada viuda: “Hermanita, estas palabras que el alma traza con sangre y con lágrimas son toda nuestra ternura que va hacia tu dolor supremo. Se nos fue Luis. Se fue con todo nuestro amor, con nuestra alegría, con la luz de nuestra vida”.
Tiñendo de humor la tristeza, el poeta Ciro Mendía escribió una sentida “Carta sin respuesta a Luis Tejada” donde le decía: “Luis Tejada, Luis, ¿qué es eso? ¿Tú que no tienes un peso, tan largo viaje emprendiste? (…) Tú no has muerto Luis Tejada. Yo a ti no te creo nada. ¿Muerto tú? ¿Muerta tu roja vida apenas empezada? Esta es una paradoja de las tuyas, Luis Tejada”.
Tejada habría celebrado esta jovial elegía. Aborrecía la visión angustiosa de la muerte heredada del medioevo; a cambio, propuso intimar con la tumba, “tan fraternal y tan unida a nosotros, tan cálida y tan inmóvil como un buen lecho”. De haber podido estar presente entre sus camaradas reunidos para evocarlo, de seguro hubiera sido el primero en alzar la copa y decir: “¡Bebamos, porque es verdad que la alegría de la muerte debe afrontarse en la florida adolescencia!”.