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Un problema que de entrada se presenta con Alejandro Gaviria es que al referirse a él siempre se debe incluir su nombre de pila, para no confundirlo con el que ferió o entregó el Partido Liberal al gobierno de Iván Duque y hoy asume poses de independiente, César Gaviria.
La pertinencia de mencionar aquí el partido de Jorge Eliécer Gaitán y Darío Echandía reside en que el suscrito columnista profesa ideas liberales desde que rompió cobijas con su familia ultragoda, tan goda que tuvo un tío al que bautizaron Laureano. Y el día que Alejandro Gaviria lanzó su candidatura me vi enfrentado a un dilema político-ideológico, pues el único candidato de ideas liberales que hasta ese momento veía en la palestra electoral era a Gustavo Petro.
Sin duda alguna Alejandro Gaviria es también un verdadero liberal, con diferencias más de forma que de fondo con Petro. Tanto su ideario de 60 puntos como sus libros (en particular Otro fin del mundo es posible, que recomiendo a ojo cerrado) lo muestran como un hombre de avanzada, que no le teme a confesarse ateo ni a contar que tuvo una experiencia con LSD, ni a manifestarse a favor de la interrupción del embarazo o de derechos plenos para la comunidad LGBT.
El problema, aquí sí de fondo, es que Alejandro cometió el gravísimo error de dar un primer paso en falso (con el pie derecho, digamos), cuando elogió el nombramiento de Alberto Carrasquilla en el Banco de la República: a partir de ese momento en el imaginario colectivo quedó etiquetado como uno más del Establecimiento. Y es la razón básica por la cual se desató en contra suya un verdadero tsunami de ataques, sobre todo del petrismo, donde lo acusaron (falsamente a mi modo de ver), de ser neoliberal y/o “ficha del régimen”.
En columna reciente dije algo que hoy parece fallida ilusión: ante la debacle del uribismo y de la derecha en general, percibía una primera vuelta en la que se encontraban Petro en representación de la izquierda y Gaviria como el candidato único del centro, en consideración a que con el lanzamiento de su candidatura “este último puso a tambalear la opción de Sergio Fajardo y debilitó el repertorio de candidatos de la Coalición de la Esperanza, que han quedado como invitados de piedra al convite electoral”. (Ver columna).
Ahora bien, vino el error con los “pergaminos” de Carrasquilla… y hoy el cuento es a otro precio: sumado a dicho gafe, Gaviria no deja de lucir una aparente debilidad en el modo de expresar sus planteamientos. Habla muy pasito, le falta perrenque político. Esto hace prever que Fajardo puede recuperar el terreno perdido, sobre todo por el papel de mártir en que lo ha convertido la persecución del aparato estatal uribista en su contra, que prefiere a todas luces competir contra Petro en segunda vuelta que contra Fajardo. Y es comprensible: con Petro les quedaría “mamey” alborotar de nuevo el miedo a convertirnos en otra Venezuela, mientras que con Fajardo llevarían las de perder. Pero este no tiene la más mínima posibilidad de superar en votación a Petro en el primer envión, he ahí el intríngulis.
En todo caso, sería nefasto para Colombia si Fajardo nuevamente quedara tercero en la primera vuelta, como en 2018: esta vez no se iría a ver ballenas, por supuesto, pero su inveterada tibieza haría prever que termine por despreciar a Petro frente al candidato de la derecha, mientras que con Gaviria la cosa sería a otro precio, porque no se le ve maniatado a los poderosos intereses del Grupo Económico Antioqueño (GEA), como sí a Fajardo.
Fue por ello que anhelé una segunda vuelta entre Alejandro Gaviria y Petro, pero esta hoy se diluye tanto en la insoportable levedad argumental del exministro de Salud, como en el descaro atrabiliario que exhibe este gobierno para comprar gobernabilidad y que en aplicación de la inexorable ley del péndulo, orienta definitivamente la balanza a favor del Pacto Histórico, cada día más fortalecido con la incorporación de nuevas fuerzas.
Aquí se ha dicho en incontables ocasiones que el mejor programa de gobierno es el de Gustavo Petro, del mismo modo que he señalado con razonable preocupación su dificultad para armar equipo, y en otros aspectos se le ha invitado, en ánimo colaborativo, a reinventarse. (Ver columna).
Sea como fuere, considerando la cada vez más fuerte capacidad adquisitiva de este gobierno para comprar lo que se le atraviese sin importar el color político (decía Vito Corleone que “todo hombre tiene su precio”), estaríamos abocados a un escenario donde de nuevo llegarían a segunda vuelta Gustavo Petro y el candidato de la extrema derecha, llámense un Fico Gutiérrez, un Óscar Iván Zuluaga o un Alirio Barrera, este último para nada descartable, motivo “novedad”.
Ahora bien, la aspiración de Alejandro Gaviria aún no está en modo debacle -como sí la está para Rodolfo Hernández- y sus posibilidades de renacer como el ave fénix se centran en que resulte triunfador en la consulta amplia del centro político en marzo de 2022, a la que concurrirían los candidatos de la variopinta Coalición de la Esperanza, Compromiso Ciudadano (Sergio Fajardo), el partido Alianza Verde y el mismo Gaviria en calidad de independiente.
La urgencia histórica hoy está en lograr que así no lleguen unidos a primera vuelta, la izquierda y el centro sí logren propinarle una derrota política al ya desgastado y dividido Centro Democrático, impidiendo que pase uno de los suyos a segunda vuelta.
Es en este escenario ideal donde vislumbro a Alejandro y Gustavo Petro disputándose la presidencia, y es aquí donde, si me pusieran a escoger, aún no tengo claro por quién se inclinaría mi voto. Pero tengo claro, eso sí, cuál debería ser la consigna: que entre el pueblo y escoja.
Post Scriptum. Cuenta Alejandro Gaviria en excelente reportaje de Mauricio Silva para El Tiempo que Petro “estuvo aquí sentado en abril y vino con una teoría interesante: ‘Yo enfatizo los derechos colectivos y usted los individuales. Puede haber un tipo de complementariedad’. Pero estas semanas he notado por parte de sus seguidores tal nivel de ataque, de infamia, de calumnia, de mentiras, de pugnacidad, que yo veo ahí unas tendencias antidemocráticas muy grandes, autocráticas, de destrucción”. Es razonable su preocupación, esas fuerzas petristas rabiosas deberían entender que en algún momento de la jornada van a necesitar los votos de aquellos a quienes hoy atacan con tanta saña.