Hay un amigo que me debe una plata, cinco millones de pesos para ser exactos. No es plata que yo le haya prestado, es por un trabajo que hice y la suma referida es el saldo a favor. Ese amigo se llama Ancízar Casanova y con él me encontré a tomar un café en la cafetería La Croissantina de Girón el sábado 16 de junio de 2018, un día antes de la elección de Iván Duque como presidente de Colombia.
Casanova no solo es un agudo estratega de la política nacional, sino alguien cuyo trabajo lo obliga a hacer mediciones mediante encuestas que él mismo contrata. Esa tarde, aunque nos reunimos a finiquitar un asunto editorial pendiente, aprovechó la ocasión para lanzarme una apuesta tentadora. Muy seguro de cada sílaba que pronunciaba, me dijo que al día siguiente iba a ganar Iván Duque y que la diferencia de votos con Gustavo Petro iba a ser superior al millón y medio de votos, y en la frase siguiente la puso superior a dos millones. Mientras tanto mi vaticinio, como lo había publicado en Facebook y Twitter, apuntaba a dos escenarios posibles: Petro perdía por una pequeña diferencia de votos, o ganaba por la misma pequeña diferencia.
Pero centrémonos en ese millón y medio de votos, porque corresponde a los términos que me propuso el amigo apostador —y calculador—, a saber: si Duque ganaba por una suma igual o inferior a 1’499.999 votos, o si Petro era elegido presidente, él ya no me debería cinco sino diez millones de pesos. Pero si Duque ganaba por una suma de votos superior al millón y medio de votos, la deuda de él conmigo quedaba saldada de inmediato.
Mi primera reacción casi a ojo cerrado fue aceptar la apuesta, pero antes tomé la precaución de preguntarle en qué se basaba para hacer tan osada y tentadora oferta. Queriendo convencerme de que no elucubraba, Ancízar comenzó por mostrarme un vaticinio que le hizo sobre una servilleta días antes de la primera vuelta a un político uribista que primero apoyó a Didier Tavera a la Gobernación de Santander y luego regresó al uribismo, donde daba cifras cerradas sobre los resultados que obtendría cada uno de los cinco candidatos que se enfrentaron allí, y acertó en el orden que ocuparon estos y en el aproximado de votos para cada uno. (Ver servilleta).
Luego Casanova me habló sobre lo que iba a pasar el domingo, e hizo una sumatoria en la que a los inamovibles casi ocho millones de votos de Duque les agregó una proporción razonable de los que recibiría de Germán Vargas Lleras y demás “adherencias” (conservadores, liberales, Cambio Radical, la U, etc.), y a Petro le descontó los que dejaría de recibir por la promoción del voto en blanco que de manera irresponsable hizo Sergio Fajardo dos días antes de la votación (viernes 15 de junio), y a continuación esbozó un cálculo del total de votos que recibiría Petro, y en su dictamen final pronosticó que Duque ganaría por más de dos millones de votos, pero a efectos de la apuesta lo redujo al millón y medio ya referido.
No quiero alargar la pita, solo resumo en que la cifra de votos que dio a favor de Duque me pareció exagerada, tan exagerada que decidí cogerle la caña en la apuesta, aunque por una suma que en caso de perder el suscrito no me hiciera tanto daño: un millón de pesos.
Casanova acogió sin titubear mi contrapropuesta, y aquí debo citar como testigos a los amigos y visitantes de mi muro de Facebook, puesto que lo mismo que cuento aquí lo publiqué el sábado 16 de junio a las 11:45 p.m., solo que redactado no en futuro pluscuamperfecto sino en pretérito reciente, narrando lo que acababa de pasar en esa cafetería en torno a la apuesta para el día siguiente. (Ver post de Facebook).
Yo difería de tan avasallador resultado a favor de Iván Duque, pues en mi condición de optimista empedernido estaba convencido de que la diferencia de votos a favor o en contra de Petro no sería superior al millón de votos. Así que decidí jugármela, asumí el riesgo, y al anunciar la apuesta en mi muro de FB cité pomposamente al emperador Julio César cuando al cruzar el río Rubicón dijo “alea iacta est”, la suerte está echada. Y el resto de la historia ustedes ya la conocen.
Hoy debo reconocer que mi contendor en la apuesta no solo acertó en que ganaba Duque, sino en un vaticinio exageradamente cercano al resultado final, si es que se puede dar un acierto exagerado: la diferencia exacta entre Duque y Petro fue de 2’338.891 votos.
No quiero hacer ningún análisis alarmista sobre lo que puede significar para Colombia el regreso de Álvaro Uribe al poder en la figura de un muchacho inexperto pero adiestrado para el obediente cumplimiento del objetivo estratégico trazado por las fuerzas oscuras que lo gobiernan. Más bien, procuraré aplicar lo que en alguna ocasión le escuché a mi madre: “tenga paciencia y maldiga pasito”.
Sea como fuere, debe haber claridad en esto: he sido derrotado en franca lid y, como corresponde a un caballero, de la cuenta de cobro por el saldo que Ancízar Casanova me adeuda descontaré el millón de pesos perdidos en la apuesta. Pero que conste, citando al político brasilero Darcy Ribeiro:
“Me puse del lado de los pueblos originarios y me derrotaron.
Me puse del lado de los negros y me derrotaron.
Me puse del lado de los pobres y me derrotaron.
Me puse del lado de los trabajadores y me derrotaron.
Pero nunca me puse del lado de quienes me derrotaron.
Esa es mi victoria”.
La única enseñanza posible de todo esto es que resulta imposible cambiar en cosa de meses estructuras mentales arraigadas en el pueblo colombiano y ligadas desde lo religioso a la presencia de un padre autoritario que mediante el miedo los induce a no caer en el “error” de liberarse de sus propias ataduras. Esclavos felices, mejor dicho.
DE REMATE: Al día siguiente de la elección, Jorge Robledo salió con esto: “Se confirmó que era falso que votar en blanco era votar por Duque o por Petro”. (Ver trino). Vaya, vaya, qué facilidad para convertir en aparente triunfo una aplastante derrota. Lo cierto fue que gran parte de los votos de Fajardo en Antioquia se fueron para Duque y otra parte para Petro, pero los votos en blanco que Robledo necesitaba para hacerle daño a Petro no aparecieron. Apostó mal… y perdió. Colega en el infortunio, digamos.
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Casanova no solo es un agudo estratega de la política nacional, sino alguien cuyo trabajo lo obliga a hacer mediciones mediante encuestas que él mismo contrata. Esa tarde, aunque nos reunimos a finiquitar un asunto editorial pendiente, aprovechó la ocasión para lanzarme una apuesta tentadora. Muy seguro de cada sílaba que pronunciaba, me dijo que al día siguiente iba a ganar Iván Duque y que la diferencia de votos con Gustavo Petro iba a ser superior al millón y medio de votos, y en la frase siguiente la puso superior a dos millones. Mientras tanto mi vaticinio, como lo había publicado en Facebook y Twitter, apuntaba a dos escenarios posibles: Petro perdía por una pequeña diferencia de votos, o ganaba por la misma pequeña diferencia.
Pero centrémonos en ese millón y medio de votos, porque corresponde a los términos que me propuso el amigo apostador —y calculador—, a saber: si Duque ganaba por una suma igual o inferior a 1’499.999 votos, o si Petro era elegido presidente, él ya no me debería cinco sino diez millones de pesos. Pero si Duque ganaba por una suma de votos superior al millón y medio de votos, la deuda de él conmigo quedaba saldada de inmediato.
Mi primera reacción casi a ojo cerrado fue aceptar la apuesta, pero antes tomé la precaución de preguntarle en qué se basaba para hacer tan osada y tentadora oferta. Queriendo convencerme de que no elucubraba, Ancízar comenzó por mostrarme un vaticinio que le hizo sobre una servilleta días antes de la primera vuelta a un político uribista que primero apoyó a Didier Tavera a la Gobernación de Santander y luego regresó al uribismo, donde daba cifras cerradas sobre los resultados que obtendría cada uno de los cinco candidatos que se enfrentaron allí, y acertó en el orden que ocuparon estos y en el aproximado de votos para cada uno. (Ver servilleta).
Luego Casanova me habló sobre lo que iba a pasar el domingo, e hizo una sumatoria en la que a los inamovibles casi ocho millones de votos de Duque les agregó una proporción razonable de los que recibiría de Germán Vargas Lleras y demás “adherencias” (conservadores, liberales, Cambio Radical, la U, etc.), y a Petro le descontó los que dejaría de recibir por la promoción del voto en blanco que de manera irresponsable hizo Sergio Fajardo dos días antes de la votación (viernes 15 de junio), y a continuación esbozó un cálculo del total de votos que recibiría Petro, y en su dictamen final pronosticó que Duque ganaría por más de dos millones de votos, pero a efectos de la apuesta lo redujo al millón y medio ya referido.
No quiero alargar la pita, solo resumo en que la cifra de votos que dio a favor de Duque me pareció exagerada, tan exagerada que decidí cogerle la caña en la apuesta, aunque por una suma que en caso de perder el suscrito no me hiciera tanto daño: un millón de pesos.
Casanova acogió sin titubear mi contrapropuesta, y aquí debo citar como testigos a los amigos y visitantes de mi muro de Facebook, puesto que lo mismo que cuento aquí lo publiqué el sábado 16 de junio a las 11:45 p.m., solo que redactado no en futuro pluscuamperfecto sino en pretérito reciente, narrando lo que acababa de pasar en esa cafetería en torno a la apuesta para el día siguiente. (Ver post de Facebook).
Yo difería de tan avasallador resultado a favor de Iván Duque, pues en mi condición de optimista empedernido estaba convencido de que la diferencia de votos a favor o en contra de Petro no sería superior al millón de votos. Así que decidí jugármela, asumí el riesgo, y al anunciar la apuesta en mi muro de FB cité pomposamente al emperador Julio César cuando al cruzar el río Rubicón dijo “alea iacta est”, la suerte está echada. Y el resto de la historia ustedes ya la conocen.
Hoy debo reconocer que mi contendor en la apuesta no solo acertó en que ganaba Duque, sino en un vaticinio exageradamente cercano al resultado final, si es que se puede dar un acierto exagerado: la diferencia exacta entre Duque y Petro fue de 2’338.891 votos.
No quiero hacer ningún análisis alarmista sobre lo que puede significar para Colombia el regreso de Álvaro Uribe al poder en la figura de un muchacho inexperto pero adiestrado para el obediente cumplimiento del objetivo estratégico trazado por las fuerzas oscuras que lo gobiernan. Más bien, procuraré aplicar lo que en alguna ocasión le escuché a mi madre: “tenga paciencia y maldiga pasito”.
Sea como fuere, debe haber claridad en esto: he sido derrotado en franca lid y, como corresponde a un caballero, de la cuenta de cobro por el saldo que Ancízar Casanova me adeuda descontaré el millón de pesos perdidos en la apuesta. Pero que conste, citando al político brasilero Darcy Ribeiro:
“Me puse del lado de los pueblos originarios y me derrotaron.
Me puse del lado de los negros y me derrotaron.
Me puse del lado de los pobres y me derrotaron.
Me puse del lado de los trabajadores y me derrotaron.
Pero nunca me puse del lado de quienes me derrotaron.
Esa es mi victoria”.
La única enseñanza posible de todo esto es que resulta imposible cambiar en cosa de meses estructuras mentales arraigadas en el pueblo colombiano y ligadas desde lo religioso a la presencia de un padre autoritario que mediante el miedo los induce a no caer en el “error” de liberarse de sus propias ataduras. Esclavos felices, mejor dicho.
DE REMATE: Al día siguiente de la elección, Jorge Robledo salió con esto: “Se confirmó que era falso que votar en blanco era votar por Duque o por Petro”. (Ver trino). Vaya, vaya, qué facilidad para convertir en aparente triunfo una aplastante derrota. Lo cierto fue que gran parte de los votos de Fajardo en Antioquia se fueron para Duque y otra parte para Petro, pero los votos en blanco que Robledo necesitaba para hacerle daño a Petro no aparecieron. Apostó mal… y perdió. Colega en el infortunio, digamos.
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