La historia de Colombia está plagada de personajes o situaciones que despertaron grandes expectativas y en el camino se fueron desinflando, unas veces porque enemigos soterrados se impusieron a la brava, otras por la torpeza de quienes inspiraban una esperanza de cambio.
Ocurrió por ejemplo cuando Belisario Betancur prometió la paz y al final de su gobierno entregó un país lacerado por el dolor de una Corte Suprema primero secuestrada por el M-19 y luego aniquilada bajo el fuego oficial en el Palacio de Justicia, con un presidente pusilánime que no tuvo el coraje de enfrentar a las bestias que entre el 6 y 7 de noviembre de 1985 le dieron un golpe de Estado exprés, de 24 horas, durante el cual actuaron con más salvajismo que el empleado por el Ejército de Pinochet en su asalto al Palacio de la Moneda.
Otra esperanza fallida se dio con la Ola Verde, una especie de tsunami espontáneo de rechazo a lo que en 2010 representaban Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, que encabezó Antanas Mockus pero terminó naufragando por cuenta de lo que Horacio Serpa llamó “el triunfalismo inicial que le dieron los sondeos, la falta de experiencia en cuestiones electorales y costosos errores de comunicación”. Sobre todo errores de comunicación, sí, como las peleas intestinas con los coequiperos Enrique Peñalosa y Lucho Garzón, o cierta declaración de Mockus en la que consideró “justo” que los médicos ganaran un millón de pesos “o menos” de sueldo mensual, con lo cual se le esfumaron en un santiamén todos los votos de los trabajadores de la salud.
Hoy parece renacer una nueva esperanza en Claudia López, una corajuda senadora que comienza a ser vista como la ‘outsider’ de esta campaña, la misma que durante una sesión legislativa definió a Álvaro Uribe como ‘sanguijuela de alcantarilla’ y hoy ha tomado la lucha contra la corrupción como bandera en su aspiración –ya cantada- hacia la Presidencia de Colombia. Ella ha propuesto 7 puntos concretos para enfrentar a los corruptos y anda en busca de 5 millones de firmas, y no podemos sino desearle éxitos en tan titánico empeño.
Claudia comienza a tener calurosa acogida entre los jóvenes, y es muy bueno que eso ocurra, porque la juventud es la llamada a cambiar el mundo. Ahora bien, del mismo modo que Uribe quiso tirarse a Mockus cuando comparó a Antanas con “un caballo discapacitado”, habría que formularle a nuestra admirada congresista una amable invitación para que evite terminar como una yegua desbocada, y en consonancia procure no olvidar el proverbio griego: “cuando los dioses quieren perder a un hombre (o a una mujer), le dan poder”.
No conozco en el espectro político a mujer más lúcida e inteligente, de brioso carácter, pero a la vez con más ínfulas de mandamás que Claudia López. Y esto tiene tanto de bueno como de malo, porque del mismo modo que abre unas puertas, cierra otras.
Es desde todo punto de vista loable y conveniente –por renovadora- la alianza que parece estar cuajando entre ella, Antonio Navarro (Alianza Verde), Sergio Fajardo (Compromiso Ciudadano) y Jorge Robledo (PDA). Qué bueno sería entonces que ellos cuatro se sometieran a una consulta abierta que eligiera su candidato a la presidencia, frente a lo cual me atrevo a aventurar que Claudia tomaría la delantera por llevar la voz cantante. Y que esa alianza fuera la génesis de una coalición más amplia con los partidos Liberal y La U, mediante una nueva consulta que diera como resultado un candidato único de las cinco fuerzas citadas, y que todo lo anterior se diera antes de la primera vuelta, porque si llegan a ella divididos lograrían colarse dos de los tres candidatos de la derecha a la segunda vuelta: Germán Vargas (Cambio Radical) o Alejandro Ordóñez (Partido Conservador) y/o Iván Duque (CD). Y en tal caso, apague y vámonos.
Lo preocupante de todos modos es el permanente tono pendenciero que viene mostrando Claudia López (al mejor estilo uribista, digamos), y es cuando el espectador desprevenido se pregunta si no será que “la que no ha visto a Dios, cuando lo ve se asusta”. El asunto es que ahora se ha enfrascado en una batalla desgastante con las huestes del “petrismo”, que por un lado la atacan sin fundamento por ser amiga de Peñalosa (lo fue, pero soltaron amarras), mientras ella con una piedra en la mano les responde: “Los resentidos que nunca saben perder y defienden socialismo son tan peligrosos a la democracia como corruptos del establecimiento que gobiernan”. (Ver trino)
Fue ahí donde me sentí impelido a responderle, diciéndole que “Se te fueron las luces, apreciada Claudia. Muchos socialdemócratas se sentirán excluidos de tu proyecto, así aclares diferencia”. Ella diferenció entre socialismo y socialdemocracia pero terminó insultando –y excluyendo- a unos y otros al equipararlos con gente corrupta, y dejó el mal sabor del caudillo que en su inflado ego cree que “quien no está conmigo, está contra mí”.
Precisamente por los días de 2014 en que actuó como coordinadora nacional programática de la decepcionante campaña de Enrique Peñalosa a la presidencia, escribí la columna ‘Yo, Claudia’ (ver aquí) donde dije que “si no la matan antes (y es de esperar que nunca ocurra, que siempre esté protegida de sus poderosos enemigos), ella tiene madera para grandes cosas”.
Sigo pensando lo mismo y aplaudiría encantado si fuera la primera mujer Presidente de Colombia, o la primera vicepresidente en fórmula con Humberto de la Calle, pero no puedo terminar esta columna sin anhelar que en lo que resta de campaña le fuera bajando algunos decibeles a su tonito camorrero, a menudo altisonante…
DE REMATE: Antes que coalición debería hablarse de urgente concertación entre las fuerzas partidarias de afianzar la paz, para defenderla de la ‘mano negra’ que el domingo pasado hizo sentir su rugido de bestia herida con un bombazo por los lados de La Macarena. La amenaza es seria.
En Twitter: @Jorgomezpinilla
http://jorgegomezpinilla.
La historia de Colombia está plagada de personajes o situaciones que despertaron grandes expectativas y en el camino se fueron desinflando, unas veces porque enemigos soterrados se impusieron a la brava, otras por la torpeza de quienes inspiraban una esperanza de cambio.
Ocurrió por ejemplo cuando Belisario Betancur prometió la paz y al final de su gobierno entregó un país lacerado por el dolor de una Corte Suprema primero secuestrada por el M-19 y luego aniquilada bajo el fuego oficial en el Palacio de Justicia, con un presidente pusilánime que no tuvo el coraje de enfrentar a las bestias que entre el 6 y 7 de noviembre de 1985 le dieron un golpe de Estado exprés, de 24 horas, durante el cual actuaron con más salvajismo que el empleado por el Ejército de Pinochet en su asalto al Palacio de la Moneda.
Otra esperanza fallida se dio con la Ola Verde, una especie de tsunami espontáneo de rechazo a lo que en 2010 representaban Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, que encabezó Antanas Mockus pero terminó naufragando por cuenta de lo que Horacio Serpa llamó “el triunfalismo inicial que le dieron los sondeos, la falta de experiencia en cuestiones electorales y costosos errores de comunicación”. Sobre todo errores de comunicación, sí, como las peleas intestinas con los coequiperos Enrique Peñalosa y Lucho Garzón, o cierta declaración de Mockus en la que consideró “justo” que los médicos ganaran un millón de pesos “o menos” de sueldo mensual, con lo cual se le esfumaron en un santiamén todos los votos de los trabajadores de la salud.
Hoy parece renacer una nueva esperanza en Claudia López, una corajuda senadora que comienza a ser vista como la ‘outsider’ de esta campaña, la misma que durante una sesión legislativa definió a Álvaro Uribe como ‘sanguijuela de alcantarilla’ y hoy ha tomado la lucha contra la corrupción como bandera en su aspiración –ya cantada- hacia la Presidencia de Colombia. Ella ha propuesto 7 puntos concretos para enfrentar a los corruptos y anda en busca de 5 millones de firmas, y no podemos sino desearle éxitos en tan titánico empeño.
Claudia comienza a tener calurosa acogida entre los jóvenes, y es muy bueno que eso ocurra, porque la juventud es la llamada a cambiar el mundo. Ahora bien, del mismo modo que Uribe quiso tirarse a Mockus cuando comparó a Antanas con “un caballo discapacitado”, habría que formularle a nuestra admirada congresista una amable invitación para que evite terminar como una yegua desbocada, y en consonancia procure no olvidar el proverbio griego: “cuando los dioses quieren perder a un hombre (o a una mujer), le dan poder”.
No conozco en el espectro político a mujer más lúcida e inteligente, de brioso carácter, pero a la vez con más ínfulas de mandamás que Claudia López. Y esto tiene tanto de bueno como de malo, porque del mismo modo que abre unas puertas, cierra otras.
Es desde todo punto de vista loable y conveniente –por renovadora- la alianza que parece estar cuajando entre ella, Antonio Navarro (Alianza Verde), Sergio Fajardo (Compromiso Ciudadano) y Jorge Robledo (PDA). Qué bueno sería entonces que ellos cuatro se sometieran a una consulta abierta que eligiera su candidato a la presidencia, frente a lo cual me atrevo a aventurar que Claudia tomaría la delantera por llevar la voz cantante. Y que esa alianza fuera la génesis de una coalición más amplia con los partidos Liberal y La U, mediante una nueva consulta que diera como resultado un candidato único de las cinco fuerzas citadas, y que todo lo anterior se diera antes de la primera vuelta, porque si llegan a ella divididos lograrían colarse dos de los tres candidatos de la derecha a la segunda vuelta: Germán Vargas (Cambio Radical) o Alejandro Ordóñez (Partido Conservador) y/o Iván Duque (CD). Y en tal caso, apague y vámonos.
Lo preocupante de todos modos es el permanente tono pendenciero que viene mostrando Claudia López (al mejor estilo uribista, digamos), y es cuando el espectador desprevenido se pregunta si no será que “la que no ha visto a Dios, cuando lo ve se asusta”. El asunto es que ahora se ha enfrascado en una batalla desgastante con las huestes del “petrismo”, que por un lado la atacan sin fundamento por ser amiga de Peñalosa (lo fue, pero soltaron amarras), mientras ella con una piedra en la mano les responde: “Los resentidos que nunca saben perder y defienden socialismo son tan peligrosos a la democracia como corruptos del establecimiento que gobiernan”. (Ver trino)
Fue ahí donde me sentí impelido a responderle, diciéndole que “Se te fueron las luces, apreciada Claudia. Muchos socialdemócratas se sentirán excluidos de tu proyecto, así aclares diferencia”. Ella diferenció entre socialismo y socialdemocracia pero terminó insultando –y excluyendo- a unos y otros al equipararlos con gente corrupta, y dejó el mal sabor del caudillo que en su inflado ego cree que “quien no está conmigo, está contra mí”.
Precisamente por los días de 2014 en que actuó como coordinadora nacional programática de la decepcionante campaña de Enrique Peñalosa a la presidencia, escribí la columna ‘Yo, Claudia’ (ver aquí) donde dije que “si no la matan antes (y es de esperar que nunca ocurra, que siempre esté protegida de sus poderosos enemigos), ella tiene madera para grandes cosas”.
Sigo pensando lo mismo y aplaudiría encantado si fuera la primera mujer Presidente de Colombia, o la primera vicepresidente en fórmula con Humberto de la Calle, pero no puedo terminar esta columna sin anhelar que en lo que resta de campaña le fuera bajando algunos decibeles a su tonito camorrero, a menudo altisonante…
DE REMATE: Antes que coalición debería hablarse de urgente concertación entre las fuerzas partidarias de afianzar la paz, para defenderla de la ‘mano negra’ que el domingo pasado hizo sentir su rugido de bestia herida con un bombazo por los lados de La Macarena. La amenaza es seria.
En Twitter: @Jorgomezpinilla
http://jorgegomezpinilla.