En la campaña que culminó el 13 de marzo mi corazón estuvo dividido “entre dos amores”, Gustavo Petro y Alejandro Gaviria. Del primero siempre he dicho que tiene el mejor programa de gobierno, y al segundo lo admiro como escritor, académico y hombre de ideas liberales.
Mientras que de Petro no deja de preocupar su aparente dificultad para armar equipo, con Gaviria quedó la sensación del bolero: “lo que pudo haber sido y no fue”. En parte por su propia culpa, pues cometió una serie de errores que desnudaron su condición de intelectual sin casta de político.
Pero hubo un momento en que repuntó en las encuestas, aumentaban las búsquedas de su nombre en Google y parecía que entraba a jugar como un contendor fuerte en la política, luego de ‘pararle el macho’ a César Gaviria. Es cuando providencialmente Íngrid Betancourt pide pista y aterriza en la coalición Centro Esperanza y, si de algo sirvió su presencia allí, fue para sembrar división interna. Hecha la tarea, pateó el tablero y se fue con su música desafinada a otra parte.
¿A quién le hizo Íngrid la tarea? A Fajardo, sin duda: cuando todo el mundo la veía como la citica víctima de las Farc, ataca con saña a Alejandro en un debate con candidatos de otros partidos, desconociendo adrede que “la ropa sucia se lava en casa”.
Después de haberle propinado a su rival el daño que favoreció a Fajardo, se autoproclama candidata a la presidencia con su partido recién resucitado, Oxígeno, y es invitada a otro debate donde su nueva víctima es Gustavo Petro: “pero no me voy a meter en tu vida privada”, le dice, justo cuando acababa de meterse hasta el epidídimo en su vida privada.
He ahí el talante serpentino de esta clase de seres que las mismas mujeres definen como una mosquita-muerta. Según el DRAE, “adjetivo del habla femenina para describir a las que se muestran como buenas amigas, pero esconden intenciones protervas”. Si le preguntamos a Clara Rojas sobre su examiga, esto se escucha: “A mí nunca se me ocurrió meterme con los hijos de Íngrid. Ella no tenía derecho a revelar quién es el padre de Emmanuel”. (De libro Cautiva, testimonio de un secuestro).
En la coyuntura actual, tras la reculada de Germán Vargas porque La U no dio la talla, han quedado cinco candidatos presidenciales en la contienda: Gustavo Petro, Federico Gutiérrez, Sergio Fajardo, Rodolfo Hernández e Íngrid Betancourt. Y otros dos de cuyo nombre no logro acordarme.
Hoy lo preocupante es que por la tronera que abre la opción Fajardo, sumando los votos de los que todavía creen en un cantinflesco Hernández o en la víbora Íngrid, terminaría por colarse a segunda vuelta el candidato de la extrema derecha, un tal Federico Gutiérrez de los mismos Gutiérrez a los que sus patrones le dicen “Gutiérrez, abra la puerta”, y Gutiérrez abre la puerta para ganar méritos. Algo así como un levantado, para colmo criado en los bajos fondos de Medellín.
Por cierto, llama vivamente la atención que Gustavo Villegas, colaborador de la Oficina de Envigado y condenado a prisión, fue secretario de Gobierno en la alcaldía de Fajardo y secretario de Seguridad en la de Gutiérrez. De donde surgen interrogantes: ¿por qué ambos tuvieron en su equipo de gobierno al mismo sujeto? ¿Hasta en eso se parecen? ¿Acaso es la sempiterna mafia actuando en Medellín como “la mano que mece la cuna”? (Ver noticia).
Con motivo del fraude masivo en las urnas que recién se descubrió, decía Juan Gabriel Montoya que “si la convocatoria (de Iván Duque) a la Comisión Nacional de Garantías Electorales no une a sectores alternativos, no lo hará nada. Esperemos que el partido Alianza Verde y el Pacto Histórico tengan la grandeza de trabajar unidos por la democracia”. (Ver trino). Válido el llamado a trabajar unidos, pero la urgencia del momento obliga a que la convocatoria se extienda a una eventual alianza programática que haga viable el triunfo del Pacto Histórico en la primera vuelta.
Si no es ahí, no lo será nunca.
En otras palabras, no nos llamemos a engaños: si el señor Gutiérrez logra convertirse en el contendor de Petro en la segunda vuelta, el poderoso y muy letal aparato mafioso que está detrás suyo hará todo lo que esté a su alcance (y todo es todo) para impedir el triunfo del Pacto Histórico.
Aquí ya no es un Pablo Escobar en su despiadada guerra individual contra el Estado, no. Ahora serán docenas, quizá centenares o millares de Pablos Escobar incrustados dentro del mismo Estado y dispuestos a todo para impedir que los saquen, porque están ahí como el tipo que se subió al lomo de un tigre y sabe que, si se baja, el tigre se lo come.
La parte ya no paradójica sino trágica del asunto es que Fajardo sigue actuando como idiota útil de la caverna, y en esta tarea le sirven -tal vez equivocados de buena fe- personas de sobrada honorabilidad como un Humberto de la Calle, un Alejandro Gaviria, un Carlos Amaya, un Juan Fernando Cristo o un Carlos Fernando Galán.
Todos ellos a una, como en Fuenteovejuna, se están prestando de nuevo a la dañina táctica del “divide y vencerás” tan provechosa para Uribe.
No sabemos de cuántos modos diferentes habrá que decirlo, pero si no se logra que el Pacto Histórico triunfe en la primera vuelta, y en la medida de lo posible de manera avasalladora, el país se jode. Nos iríamos de culo pal estanco. Sería como salir de Guatemala para entrar a Guatepeor.
Si entra Gutiérrez a segunda vuelta, apague y vámonos.
Post Scriptum: A Federico Gutiérrez hay que llamarlo por su apellido, Gutiérrez. Decirle Fico lo vuelve popular, el diminutivo lo enternece. Así lo combinen con terroríFICO o hablen de narcotráFICO, eso le conviene, porque lo ponen a sonar. Piénsenlo, hay que dejar de decirle Fico a Gutiérrez. Tampoco debemos olvidar que, como dijo Ramiro Bejarano en esta columna, “Gutiérrez es un señor inexperto, inculto en el arte de gobernar, ordinario y dueño de un vocablo sicarial (vos dijistes)”.
En la campaña que culminó el 13 de marzo mi corazón estuvo dividido “entre dos amores”, Gustavo Petro y Alejandro Gaviria. Del primero siempre he dicho que tiene el mejor programa de gobierno, y al segundo lo admiro como escritor, académico y hombre de ideas liberales.
Mientras que de Petro no deja de preocupar su aparente dificultad para armar equipo, con Gaviria quedó la sensación del bolero: “lo que pudo haber sido y no fue”. En parte por su propia culpa, pues cometió una serie de errores que desnudaron su condición de intelectual sin casta de político.
Pero hubo un momento en que repuntó en las encuestas, aumentaban las búsquedas de su nombre en Google y parecía que entraba a jugar como un contendor fuerte en la política, luego de ‘pararle el macho’ a César Gaviria. Es cuando providencialmente Íngrid Betancourt pide pista y aterriza en la coalición Centro Esperanza y, si de algo sirvió su presencia allí, fue para sembrar división interna. Hecha la tarea, pateó el tablero y se fue con su música desafinada a otra parte.
¿A quién le hizo Íngrid la tarea? A Fajardo, sin duda: cuando todo el mundo la veía como la citica víctima de las Farc, ataca con saña a Alejandro en un debate con candidatos de otros partidos, desconociendo adrede que “la ropa sucia se lava en casa”.
Después de haberle propinado a su rival el daño que favoreció a Fajardo, se autoproclama candidata a la presidencia con su partido recién resucitado, Oxígeno, y es invitada a otro debate donde su nueva víctima es Gustavo Petro: “pero no me voy a meter en tu vida privada”, le dice, justo cuando acababa de meterse hasta el epidídimo en su vida privada.
He ahí el talante serpentino de esta clase de seres que las mismas mujeres definen como una mosquita-muerta. Según el DRAE, “adjetivo del habla femenina para describir a las que se muestran como buenas amigas, pero esconden intenciones protervas”. Si le preguntamos a Clara Rojas sobre su examiga, esto se escucha: “A mí nunca se me ocurrió meterme con los hijos de Íngrid. Ella no tenía derecho a revelar quién es el padre de Emmanuel”. (De libro Cautiva, testimonio de un secuestro).
En la coyuntura actual, tras la reculada de Germán Vargas porque La U no dio la talla, han quedado cinco candidatos presidenciales en la contienda: Gustavo Petro, Federico Gutiérrez, Sergio Fajardo, Rodolfo Hernández e Íngrid Betancourt. Y otros dos de cuyo nombre no logro acordarme.
Hoy lo preocupante es que por la tronera que abre la opción Fajardo, sumando los votos de los que todavía creen en un cantinflesco Hernández o en la víbora Íngrid, terminaría por colarse a segunda vuelta el candidato de la extrema derecha, un tal Federico Gutiérrez de los mismos Gutiérrez a los que sus patrones le dicen “Gutiérrez, abra la puerta”, y Gutiérrez abre la puerta para ganar méritos. Algo así como un levantado, para colmo criado en los bajos fondos de Medellín.
Por cierto, llama vivamente la atención que Gustavo Villegas, colaborador de la Oficina de Envigado y condenado a prisión, fue secretario de Gobierno en la alcaldía de Fajardo y secretario de Seguridad en la de Gutiérrez. De donde surgen interrogantes: ¿por qué ambos tuvieron en su equipo de gobierno al mismo sujeto? ¿Hasta en eso se parecen? ¿Acaso es la sempiterna mafia actuando en Medellín como “la mano que mece la cuna”? (Ver noticia).
Con motivo del fraude masivo en las urnas que recién se descubrió, decía Juan Gabriel Montoya que “si la convocatoria (de Iván Duque) a la Comisión Nacional de Garantías Electorales no une a sectores alternativos, no lo hará nada. Esperemos que el partido Alianza Verde y el Pacto Histórico tengan la grandeza de trabajar unidos por la democracia”. (Ver trino). Válido el llamado a trabajar unidos, pero la urgencia del momento obliga a que la convocatoria se extienda a una eventual alianza programática que haga viable el triunfo del Pacto Histórico en la primera vuelta.
Si no es ahí, no lo será nunca.
En otras palabras, no nos llamemos a engaños: si el señor Gutiérrez logra convertirse en el contendor de Petro en la segunda vuelta, el poderoso y muy letal aparato mafioso que está detrás suyo hará todo lo que esté a su alcance (y todo es todo) para impedir el triunfo del Pacto Histórico.
Aquí ya no es un Pablo Escobar en su despiadada guerra individual contra el Estado, no. Ahora serán docenas, quizá centenares o millares de Pablos Escobar incrustados dentro del mismo Estado y dispuestos a todo para impedir que los saquen, porque están ahí como el tipo que se subió al lomo de un tigre y sabe que, si se baja, el tigre se lo come.
La parte ya no paradójica sino trágica del asunto es que Fajardo sigue actuando como idiota útil de la caverna, y en esta tarea le sirven -tal vez equivocados de buena fe- personas de sobrada honorabilidad como un Humberto de la Calle, un Alejandro Gaviria, un Carlos Amaya, un Juan Fernando Cristo o un Carlos Fernando Galán.
Todos ellos a una, como en Fuenteovejuna, se están prestando de nuevo a la dañina táctica del “divide y vencerás” tan provechosa para Uribe.
No sabemos de cuántos modos diferentes habrá que decirlo, pero si no se logra que el Pacto Histórico triunfe en la primera vuelta, y en la medida de lo posible de manera avasalladora, el país se jode. Nos iríamos de culo pal estanco. Sería como salir de Guatemala para entrar a Guatepeor.
Si entra Gutiérrez a segunda vuelta, apague y vámonos.
Post Scriptum: A Federico Gutiérrez hay que llamarlo por su apellido, Gutiérrez. Decirle Fico lo vuelve popular, el diminutivo lo enternece. Así lo combinen con terroríFICO o hablen de narcotráFICO, eso le conviene, porque lo ponen a sonar. Piénsenlo, hay que dejar de decirle Fico a Gutiérrez. Tampoco debemos olvidar que, como dijo Ramiro Bejarano en esta columna, “Gutiérrez es un señor inexperto, inculto en el arte de gobernar, ordinario y dueño de un vocablo sicarial (vos dijistes)”.