El magnicidio de Álvaro Gómez: ¿en serio fueron las Farc?
La pregunta que encabeza esta columna ronda mi mente desde que el partido FARC, hoy Comunes, se autoinculpó del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado con un comunicado donde dejaron rodar una frase que ahora suena a lapsus: “sabemos que nuestros adversarios en la guerra pueden ser nuestros aliados en la paz”. (Ver noticia).
¿Qué tenían que ver esos “adversarios en la guerra” con el hecho de que hubieran decidido confesar su participación en el magnicidio? Ni idea. Por cierto, va uno a buscar copia de ese comunicado en Google y/o las redes sociales… y no aparece por ningún lado.
En todo caso, desde el día en que Julián Gallo (alias Antonio Lozada) dijo haber recibido del Mono Briceño la orden y haber sido él quien la ejecutó, ha ocurrido una serie de sucesos que darían para pensar que el exguerrillero se encuentra acorralado por su propia versión de los hechos.
Primero, porque no ha brindado una sola prueba material de lo que afirma: dice haber recibido la orden de alguien que ya murió, y lo mismo les habría pasado a los que supuestamente dispararon contra el dirigente conservador: todos muertos. Segundo, informes de prensa y declaraciones de compañeros suyos de lucha parecen desmentirlo.
En este último ámbito lo más destacado es un “informe secreto” de Ricardo Calderón, ex jefe de Investigaciones de Semana y ahora de Noticias Caracol, quien comienza por desnudar una aparente contradicción cuando un magistrado de la JEP le pregunta si “¿estos comandantes podrían decir si ocurrió o no esta declaración pública del homicidio de Gómez Hurtado?”, y Gallo responde: “los que están en este momento, la gran mayoría ya no están, murieron en la confrontación. Los que están vivos, Mauricio, obviamente Catatumbo, Alberto Martínez”. (Ver informe).
La contradicción reside en que ninguno de los hasta ahora escuchados por la JEP -entre ellos Jaime Parra, alias el Médico o Mauricio- confirman su versión, y para colmo de la incredulidad Rafael Gutiérrez, cuyo nombre real es Reinel Guzmán, excomandante del Frente 22 de las Farc, no solo desmintió conocer la autoría de las Farc en el crimen de Gómez Hurtado sino que le entabló a Gallo denuncia ante la Fiscalía por amenaza después de que este le dijera “Yo pagaría por ver en qué termina usted, el día que usted me entierre o yo lo entierre hablamos”. (Ver noticia).
Pero ahí no termina la cosa, porque en el mismo informe de Calderón se muestra “un segundo y grave problema en la versión de Lozada”: un correo del 8 de diciembre de 1995, un mes y seis días después de ocurrido el magnicidio, donde Manuel Marulanda le pregunta al Mono Jojoy si las Farc tuvieron algo que ver con lo de Álvaro Gómez y este responde: “Alfonso (Cano) me dice que Miguel preguntó “seguro que fuimos nosotros”. Por ello llamamos a Carlos Antonio (Lozada) y dijo que no y que además no tienen contacto con el partido”.
Unos días después de esta revelación Julián Gallo convocó a una precipitada rueda de prensa, donde presentó como nueva prueba una supuesta comunicación de Tirofijo, fechada el 2 de diciembre de 1995, en la que le dice al secretariado: “Lo del señor Gómez debemos mantenerlo en secreto, para ver cómo vamos ayudando a profundizar las contradicciones, mientras bajamos otros”.
Según Lozada, los mensajes confirman lo que él ha venido diciendo ante la JEP, incluso fue más allá: “Para qué iban a salir las Farc a exculpar a la brigada 20 de inteligencia, si eran nuestros enemigos”.
Podría mostrar otras inconsistencias, pero quisiera detenerme en esta afirmación. Lozada tomó como fuente (nunca antes lo había hecho) de su exculpación un libro a todas luces apócrifo, cuya primera “edición” la había lanzado en 2012 a la luz pública José Obdulio Gaviria, quien dijo haberlo recibido de un exguerrillero de las Farc y fue distribuido profusamente entre los medios por la Jefatura de Acción Integral del Ejército… y los medios no le creyeron. Y tiene este pomposo título: Manuel Marulanda Vélez. 1993-1998. Correos y correspondencia. (Ver columna sobre ese libro).
Es llamativa la alusión a la brigada 20 de Inteligencia, en parte porque algunos detractores suyos dentro de las mismas Farc han llegado a acusarlo de ser un infiltrado del Ejército, pero sobre todo porque la tesis de los militares golpistas es la misma que expone mi libro, Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Y si algo consigue la versión que ahora pretende hacernos creer Julián Gallo, es precisamente exculpar a esa brigada, cuyo entonces director, el coronel Bernardo Ruiz Silva, fue llamado a juicio con base en el abundante material probatorio que existía, pero luego fue “exculpado” de manera muy sospechosa por una jueza, según cuento en el libro.
También es llamativa una entrevista reciente de Lozada con El Espectador, donde dice que “no es mi problema que no haya más testigos”. Allí habla de una reunión que él habría sostenido con el mono Jojoy unos días antes del magnicidio, y afirma que “esa reunión tuvo que ser como el 28 o 29 de octubre, la misma semana del hecho, porque yo le respondí: “Eso es el viernes. Si se hace, es este viernes, porque después salen a vacaciones (en la Universidad Sergio Arboleda)”.
Pues bien, el 2 de noviembre de 1995 no era viernes, sino jueves. Eso también lo digo en el libro que hoy he querido reivindicar aquí, porque desde que salió el partido Farc (hoy Comunes) con el cuento de que ellos habían matado a Álvaro Gómez, muchos asumieron esa como la única verdad posible.
Y no es justo, porque ni las Farc ni Carlos Antonio Lozada han dado una sola demostración fehaciente de que fueron ellos, mientras mi libro sí aporta abundantes pruebas de que fue un grupo de militares golpistas, unos retirados y otros en servicio activo.
En charla con Los Danieles el domingo 15 de agosto, donde expuse mi versión sobre los verdaderos autores de ese crimen, Daniel Coronell me hizo esta recomendación: “Usted tiene que ponerse con juicio a escribir estas cosas otra vez y a situarlas contextualmente. Además de los militares, hubo unos civiles de la extrema derecha que también participaron y que después adquirieron una preponderancia que no tenían para esa época. Y es bueno que usted se ponga a juntar esos pedazos, aprovechando además que está ahí cerquita de Bucaramanga”. (Ver charla). ¿Qué habrá querido decir con “cerquita de Bucaramanga”? En todo caso, he tomado atenta nota.
DE REMATE. No le creo para nada a la encuesta de Invamer donde de la noche a la mañana aparece Rodolfo Hernández de tercero en preferencia electoral. Me recuerda la trepada -o catapultada- que le montaron a Iván Duque en marzo de 2018, mediante sofisticada tramoya que expuse en esta columna y que terminó por darle la Presidencia.
Twitter: @Jorgomezpinilla
La pregunta que encabeza esta columna ronda mi mente desde que el partido FARC, hoy Comunes, se autoinculpó del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado con un comunicado donde dejaron rodar una frase que ahora suena a lapsus: “sabemos que nuestros adversarios en la guerra pueden ser nuestros aliados en la paz”. (Ver noticia).
¿Qué tenían que ver esos “adversarios en la guerra” con el hecho de que hubieran decidido confesar su participación en el magnicidio? Ni idea. Por cierto, va uno a buscar copia de ese comunicado en Google y/o las redes sociales… y no aparece por ningún lado.
En todo caso, desde el día en que Julián Gallo (alias Antonio Lozada) dijo haber recibido del Mono Briceño la orden y haber sido él quien la ejecutó, ha ocurrido una serie de sucesos que darían para pensar que el exguerrillero se encuentra acorralado por su propia versión de los hechos.
Primero, porque no ha brindado una sola prueba material de lo que afirma: dice haber recibido la orden de alguien que ya murió, y lo mismo les habría pasado a los que supuestamente dispararon contra el dirigente conservador: todos muertos. Segundo, informes de prensa y declaraciones de compañeros suyos de lucha parecen desmentirlo.
En este último ámbito lo más destacado es un “informe secreto” de Ricardo Calderón, ex jefe de Investigaciones de Semana y ahora de Noticias Caracol, quien comienza por desnudar una aparente contradicción cuando un magistrado de la JEP le pregunta si “¿estos comandantes podrían decir si ocurrió o no esta declaración pública del homicidio de Gómez Hurtado?”, y Gallo responde: “los que están en este momento, la gran mayoría ya no están, murieron en la confrontación. Los que están vivos, Mauricio, obviamente Catatumbo, Alberto Martínez”. (Ver informe).
La contradicción reside en que ninguno de los hasta ahora escuchados por la JEP -entre ellos Jaime Parra, alias el Médico o Mauricio- confirman su versión, y para colmo de la incredulidad Rafael Gutiérrez, cuyo nombre real es Reinel Guzmán, excomandante del Frente 22 de las Farc, no solo desmintió conocer la autoría de las Farc en el crimen de Gómez Hurtado sino que le entabló a Gallo denuncia ante la Fiscalía por amenaza después de que este le dijera “Yo pagaría por ver en qué termina usted, el día que usted me entierre o yo lo entierre hablamos”. (Ver noticia).
Pero ahí no termina la cosa, porque en el mismo informe de Calderón se muestra “un segundo y grave problema en la versión de Lozada”: un correo del 8 de diciembre de 1995, un mes y seis días después de ocurrido el magnicidio, donde Manuel Marulanda le pregunta al Mono Jojoy si las Farc tuvieron algo que ver con lo de Álvaro Gómez y este responde: “Alfonso (Cano) me dice que Miguel preguntó “seguro que fuimos nosotros”. Por ello llamamos a Carlos Antonio (Lozada) y dijo que no y que además no tienen contacto con el partido”.
Unos días después de esta revelación Julián Gallo convocó a una precipitada rueda de prensa, donde presentó como nueva prueba una supuesta comunicación de Tirofijo, fechada el 2 de diciembre de 1995, en la que le dice al secretariado: “Lo del señor Gómez debemos mantenerlo en secreto, para ver cómo vamos ayudando a profundizar las contradicciones, mientras bajamos otros”.
Según Lozada, los mensajes confirman lo que él ha venido diciendo ante la JEP, incluso fue más allá: “Para qué iban a salir las Farc a exculpar a la brigada 20 de inteligencia, si eran nuestros enemigos”.
Podría mostrar otras inconsistencias, pero quisiera detenerme en esta afirmación. Lozada tomó como fuente (nunca antes lo había hecho) de su exculpación un libro a todas luces apócrifo, cuya primera “edición” la había lanzado en 2012 a la luz pública José Obdulio Gaviria, quien dijo haberlo recibido de un exguerrillero de las Farc y fue distribuido profusamente entre los medios por la Jefatura de Acción Integral del Ejército… y los medios no le creyeron. Y tiene este pomposo título: Manuel Marulanda Vélez. 1993-1998. Correos y correspondencia. (Ver columna sobre ese libro).
Es llamativa la alusión a la brigada 20 de Inteligencia, en parte porque algunos detractores suyos dentro de las mismas Farc han llegado a acusarlo de ser un infiltrado del Ejército, pero sobre todo porque la tesis de los militares golpistas es la misma que expone mi libro, Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Y si algo consigue la versión que ahora pretende hacernos creer Julián Gallo, es precisamente exculpar a esa brigada, cuyo entonces director, el coronel Bernardo Ruiz Silva, fue llamado a juicio con base en el abundante material probatorio que existía, pero luego fue “exculpado” de manera muy sospechosa por una jueza, según cuento en el libro.
También es llamativa una entrevista reciente de Lozada con El Espectador, donde dice que “no es mi problema que no haya más testigos”. Allí habla de una reunión que él habría sostenido con el mono Jojoy unos días antes del magnicidio, y afirma que “esa reunión tuvo que ser como el 28 o 29 de octubre, la misma semana del hecho, porque yo le respondí: “Eso es el viernes. Si se hace, es este viernes, porque después salen a vacaciones (en la Universidad Sergio Arboleda)”.
Pues bien, el 2 de noviembre de 1995 no era viernes, sino jueves. Eso también lo digo en el libro que hoy he querido reivindicar aquí, porque desde que salió el partido Farc (hoy Comunes) con el cuento de que ellos habían matado a Álvaro Gómez, muchos asumieron esa como la única verdad posible.
Y no es justo, porque ni las Farc ni Carlos Antonio Lozada han dado una sola demostración fehaciente de que fueron ellos, mientras mi libro sí aporta abundantes pruebas de que fue un grupo de militares golpistas, unos retirados y otros en servicio activo.
En charla con Los Danieles el domingo 15 de agosto, donde expuse mi versión sobre los verdaderos autores de ese crimen, Daniel Coronell me hizo esta recomendación: “Usted tiene que ponerse con juicio a escribir estas cosas otra vez y a situarlas contextualmente. Además de los militares, hubo unos civiles de la extrema derecha que también participaron y que después adquirieron una preponderancia que no tenían para esa época. Y es bueno que usted se ponga a juntar esos pedazos, aprovechando además que está ahí cerquita de Bucaramanga”. (Ver charla). ¿Qué habrá querido decir con “cerquita de Bucaramanga”? En todo caso, he tomado atenta nota.
DE REMATE. No le creo para nada a la encuesta de Invamer donde de la noche a la mañana aparece Rodolfo Hernández de tercero en preferencia electoral. Me recuerda la trepada -o catapultada- que le montaron a Iván Duque en marzo de 2018, mediante sofisticada tramoya que expuse en esta columna y que terminó por darle la Presidencia.
Twitter: @Jorgomezpinilla