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Uno de los hombres más lúcidos e inteligentes que ha tenido Colombia, Darío Echandía, se hizo un día la pregunta clave en política: el poder, ¿para qué?
Echandía se había erigido en la conciencia crítica -moral y jurídica- del país y del liberalismo al que pertenecía, e iba a ser el líder que retomaría las banderas de Jorge Eliécer Gaitán tras su asesinato el 9 de abril de 1948. Al año siguiente anunció su candidatura a la presidencia, pero renunció a esta alegando falta de garantías después de un atentado contra él mismo en el que murió su hermano Vicente Echandía, con lo cual se produjo el triunfo del conservador Laureano Gómez, sin contendor.
Esa misma tarea de conciencia crítica es la que se supone hoy debe cumplir el periodismo, vigilante de la buena marcha del país tanto para apoyar las buenas obras de gobernantes o de particulares, como para señalar (destapar, denunciar, acusar, investigar) a los corruptos y poner el dedo en la llaga cuando se haga necesario.
Hubo un tiempo no lejano cuando el periodismo en Colombia cumplía con sobradas creces esa misión, que se resume en encontrar la verdad, en impedir que los malos del paseo se salgan con la suya. Fue en tal dirección que una investigación periodística de la extinta revista Cambio impidió que Andrés Felipe Arias lograra el cometido que sí pudo coronar el inexperto y maleable Iván Duque: llegar a la presidencia de la mano de su astuto tutor, Álvaro Uribe Vélez.
Fueron a su vez sesudos informes de Noticias Uno y sustentadas columnas de Daniel Coronell en seguimiento del proceso que el mismo Uribe le montó al senador Iván Cepeda, los que contribuyeron a que la Corte Suprema le volteara al expresidente el papel de acusador a acusado, al punto de haberse librado la orden de detención que obligó al reo, ya en prisión hacendataria, a renunciar a su curul de senador para caer en los brazos protectores de un Fiscal General nombrado a pedir de boca del imputado.
En días recientes tuvo resonancia un caso similar, el del hoy también sub judice Eduardo Pulgar, quien imitando la “jugadita” de Uribe renunció al Senado para buscar la cálida protección de una Fiscalía a todas luces uribista, después de que su abogado hubiera conseguido que el proceso disciplinario que le abrió la procuraduría de Fernando Carrillo llegara a manos de su amiga la nueva procuradora, Margarita Cabello Blanco.
En esta ocasión a Pulgar el tiro le salió por el meñique, porque la Corte Suprema, contrariando jurisprudencia anterior, se quedó con el caso en lugar de remitirlo a la Fiscalía.
Este es el caso más reciente en que el periodismo independiente se ha anotado un éxito. Las pruebas que deja el audio revelado por Coronell (el de las “doscientas barras”) no dejan duda sobre la culpabilidad de tan cuestionado sujeto, y la Corte no hizo sino impedir que la justicia fuera burlada de nuevo si el caso hubiera pasado a la Fiscalía.
Pero me atrevo a pensar que el resonante triunfo de Coronell sobre Pulgar es tan solo la excepción a la regla, pues si algo se percibe de un tiempo para acá en torno al periodismo, es que “algo huele mal en Dinamarca”.
Huele mal, por ejemplo, lo que Cecilia Orozco señala con su dedo índice: un eje mediático que se estaría conformando entre medios como El Tiempo, Semana y RCN, para garantizar “el triunfo electoral de una ultraderecha más violenta y aniquiladora de la que hemos padecido hasta ahora”. (Ver columna).
Lugar destacado aquí se le debe dar al progobiernista Red+Noticias que en Colombia el dueño de Claro, Carlos Slim, obliga a los millones de contratantes de sus servicios a ver en lugar de CNN, Univisión, NTC o Cable Noticias, por los cuales se debe pagar una suma adicional si se les quiere incorporados a la parrilla.
Y pese al aprecio que se le tiene a su director, Juan Roberto Vargas, tampoco es posible dejar por fuera a Noticias Caracol, aunque haciendo claridad en que parece navegar entre dos aguas: mientras su periodista estrella, Juan David Laverde, presenta los fines de semana serias investigaciones sobre corrupción política o una radiografía de los falsos positivos que pone los pelos de punta, en el noticiero de entre semana discurre un mensaje subliminal repetitivo: “hay motivos para recuperar el optimismo”. Ligado a esta consigna, aparecen con sospechosa frecuencia expresiones como “recuperación de la economía”, “confianza”, reactivación” o “ambiente positivo”.
Podría verse de todos modos como tarea loable que un medio pretenda contribuir a fortalecer la esperanza en medio de una pandemia que ya parece eterna, pero hay un segundo tema sobre el cual Caracol sí debería dar una explicación satisfactoria, porque también huele feo: la posible utilización de los damnificados del huracán Iota en su paso por Providencia, para una campaña de marketing, según denuncia de la periodista Amparo Pontón desde la isla y publicada por ElUnicornio.co. (Ver denuncia).
Lo preocupante en últimas es percibir que entre algunos medios cuyos dueños son poderosos banqueros y empresarios estaría forjándose una alianza encaminada a evitar a como dé lugar que en las próximas elecciones gane alguien que pueda poner en riesgo sus intereses o inversiones.
Y es entonces cuando uno se pregunta: el periodismo actual, ¿para qué? ¿Para sostener un régimen que corrompe a ciertos medios con gruesas sumas de dinero, o para construir trincheras de resistencia que impidan que todo el periodismo sea definitivamente tomado por la aplanadora mediática uribista?
Dejemos que el lector juzgue y saque sus propias conclusiones.
Post Scriptum. Hoy está tan amenazada la democracia en Colombia, que no existe ninguna seguridad ni garantía de que dentro de dos años transcurra sin traumatismos la campaña para elegir al nuevo presidente de la República. Algo traman para quedarse. Guarden este remate.
Nota del editor: Esta columna fue modificada de una versión inicial que erróneamente identificaba al abogado Iván Cancino como abogado del exsenador Pulgar.