Bastante agitada anda la marea política a partir de la “rectificación” que hizo Gustavo Petro en cumplimiento de la orden emitida por una jueza, respecto a su afirmación según la cual “Uribe debería estar preso”. Con base en una tutela interpuesta por el abogado Abelardo de la Espriella, se le ordenó “en el término de 48 horas siguientes a la notificación de la presente sentencia, proceder a la rectificación por el mismo medio”.
Petro llegó a la entrevista con Vicky Dávila cargando el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) donde dice que rectificar consiste en “reducir algo a la exactitud que debe tener”, y entonces consideró que, para ser exactos, era esto lo que debía decir: “Álvaro Uribe debe ser investigado por crímenes de lesa humanidad”.
Ahí se armó la de Troya, y en agitada procesión aparecieron los ruidosos corifeos de su mandamás para recordar por enésima vez lo del Palacio de Justicia. Pero lo que más debe estar lamentando el picapleitos De la Espriella es que al pretender propinarle un golpe demoledor al prestigio de Petro obligándolo a retractarse, el tiro le salió por la culata, pues produjo el efecto contrario: despertó a un rival semidormido y lo catapultó al centro de la atención nacional, al lado de Uribe, el hombre cuyo poder político incluye una importante cuota representada en un subalterno suyo, el presidente de la República.
A la misma jueza le corresponde ahora determinar si Petro obró en estricta aplicación del término “rectificar”, o si incurrió en desacato, en cuyo caso deberá proceder a ordenar su captura. Para beneplácito del uribismo enardecido, si se quiere, pero inconscientes ellos de que al victimizarlo lo fortalecen, mientras contribuyen a agudizar la tensión entre las dos fuerzas que copan la escena y, en peligrosa espiral, exacerban las pasiones.
Hablando de polos opuestos encontramos dos titulares con diferente interpretación frente al mismo suceso, uno de El Tiempo que preguntaba intimidante: “Qué podría pasarle a Petro por no rectificar afirmaciones sobre Uribe”, y este de El Espectador: “Así fue la rectificación de Gustavo Petro por señalamientos contra el senador Álvaro Uribe”. Para uno no hubo rectificación, para el otro sí. Según la versión del primero, “Petro se expone a un carcelazo por incumplir una tutela y tendría que volver a rectificar en los términos exactos que imponga el operador judicial”. Pero también es cierto que la instancia a dirimir la discusión será la Corte Constitucional, en revisión de la tutela.
Ahora bien, ahí no para la intriga, porque resulta que en su talante atropellador Uribe amaneció el sábado pasado más cascarrabias que de costumbre y la emprendió contra la periodista Mónica Rodríguez, presentadora del programa Día a Día del canal Caracol, debido a unos trinos donde ella dijo cosas como que “Uribe es un maestro, un verdadero ejemplo... de cómo evadir la justicia”; o “el Centro Democrático es basura… sus militantes, lo peorcito en este país, son una desgracia. Una secta dirigida por un capataz sin moral”. (Ver noticia).
En su respuesta Uribe apuntó a la yugular cuando dijo que “la presentadora de Caracol no tiene más argumentos que la calumnia y la ofensa”. Con ello busca dejarla sin empleo, pues, considerando el abrumador poder de intriga que maneja, al mencionar el sitio donde trabaja espera propiciar que allí revalúen la presencia de una contradictora suya como presentadora de uno de los “productos” de ese canal.
Lo llamativo de todos modos no está ahí sino en saber que, para su arremetida contra la periodista, a Uribe le arman un “combo” de trinos con cosas que ella había dicho meses atrás. O sea que le hicieron un seguimiento previo, y el modo ataque consistió en dudar de su honorabilidad cuando sinuoso y serpentino Uribe dijo que “mi moral no era intrigar para que sacaran a alguien de la lista Clinton y así ganar buen trato de la periodista, cierto doña @MONYDIAADIA”.
A primera vista podría pensarse que Uribe está cometiendo el mismo error del abogado Espriella, en cuanto a catapultar al centro de la atención a alguien de menor calado, además una respetable dama. Pero Uribe sabe escoger muy bien a sus víctimas, y en el caso que nos ocupa Mónica queda hasta cierto punto inerme y acorralada, pues sabe que si le sale al ruedo a su victimario está poniendo en riesgo no solo su continuidad laboral, sino la imagen de la empresa donde trabaja.
Así las cosas, a la apreciada colega —ya amordazada, o sea censurada de aquí en adelante— la convierten en chivo expiatorio para algo con mayor alcance estratégico: una campaña velada de intimidación hacia cualquier comunicador(a) que pretenda posar de crítico contra Uribe, ad portas de la orden de detención que, según indican fuentes de alto crédito, la Corte habría de librar el mismo día de la insalvable indagatoria a la que será citado a responder.
Es al voluminoso material probatorio acopiado por el alto tribunal a lo que en realidad le teme, es eso lo que tiene al uribismo agarrado de un clavo ardiendo, en estado de máxima alerta, escuchando cada vez más próximo el canto de las valkirias. Y por eso estarían tratando de acallar desde ya —por la vía de la intimidación— el coro de voces disidentes que pudieran surgir, ante el peso de las pruebas que se habrán de conocer.
Aquí entre nos, todo en esa gente de proceder pandilleril es sucio, torcido, dañino, destructor, de baja estofa. Y, malhaya suerte la nuestra, son los que nos gobiernan.
En otras palabras, esto se va a poner cada vez peor. De castaño a Uribe, digamos.
DE REMATE: Si en el mundo empresarial existen los subgerentes, aquí también se aplica:
Presidente: Álvaro Uribe Vélez
Subpresidente: Iván Duque
Vicesubpresidente: Marta Lucía Ramírez
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
También le puede interesar: "Crisis liberal: defender las libertades o unirse a Iván Duque"
Bastante agitada anda la marea política a partir de la “rectificación” que hizo Gustavo Petro en cumplimiento de la orden emitida por una jueza, respecto a su afirmación según la cual “Uribe debería estar preso”. Con base en una tutela interpuesta por el abogado Abelardo de la Espriella, se le ordenó “en el término de 48 horas siguientes a la notificación de la presente sentencia, proceder a la rectificación por el mismo medio”.
Petro llegó a la entrevista con Vicky Dávila cargando el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) donde dice que rectificar consiste en “reducir algo a la exactitud que debe tener”, y entonces consideró que, para ser exactos, era esto lo que debía decir: “Álvaro Uribe debe ser investigado por crímenes de lesa humanidad”.
Ahí se armó la de Troya, y en agitada procesión aparecieron los ruidosos corifeos de su mandamás para recordar por enésima vez lo del Palacio de Justicia. Pero lo que más debe estar lamentando el picapleitos De la Espriella es que al pretender propinarle un golpe demoledor al prestigio de Petro obligándolo a retractarse, el tiro le salió por la culata, pues produjo el efecto contrario: despertó a un rival semidormido y lo catapultó al centro de la atención nacional, al lado de Uribe, el hombre cuyo poder político incluye una importante cuota representada en un subalterno suyo, el presidente de la República.
A la misma jueza le corresponde ahora determinar si Petro obró en estricta aplicación del término “rectificar”, o si incurrió en desacato, en cuyo caso deberá proceder a ordenar su captura. Para beneplácito del uribismo enardecido, si se quiere, pero inconscientes ellos de que al victimizarlo lo fortalecen, mientras contribuyen a agudizar la tensión entre las dos fuerzas que copan la escena y, en peligrosa espiral, exacerban las pasiones.
Hablando de polos opuestos encontramos dos titulares con diferente interpretación frente al mismo suceso, uno de El Tiempo que preguntaba intimidante: “Qué podría pasarle a Petro por no rectificar afirmaciones sobre Uribe”, y este de El Espectador: “Así fue la rectificación de Gustavo Petro por señalamientos contra el senador Álvaro Uribe”. Para uno no hubo rectificación, para el otro sí. Según la versión del primero, “Petro se expone a un carcelazo por incumplir una tutela y tendría que volver a rectificar en los términos exactos que imponga el operador judicial”. Pero también es cierto que la instancia a dirimir la discusión será la Corte Constitucional, en revisión de la tutela.
Ahora bien, ahí no para la intriga, porque resulta que en su talante atropellador Uribe amaneció el sábado pasado más cascarrabias que de costumbre y la emprendió contra la periodista Mónica Rodríguez, presentadora del programa Día a Día del canal Caracol, debido a unos trinos donde ella dijo cosas como que “Uribe es un maestro, un verdadero ejemplo... de cómo evadir la justicia”; o “el Centro Democrático es basura… sus militantes, lo peorcito en este país, son una desgracia. Una secta dirigida por un capataz sin moral”. (Ver noticia).
En su respuesta Uribe apuntó a la yugular cuando dijo que “la presentadora de Caracol no tiene más argumentos que la calumnia y la ofensa”. Con ello busca dejarla sin empleo, pues, considerando el abrumador poder de intriga que maneja, al mencionar el sitio donde trabaja espera propiciar que allí revalúen la presencia de una contradictora suya como presentadora de uno de los “productos” de ese canal.
Lo llamativo de todos modos no está ahí sino en saber que, para su arremetida contra la periodista, a Uribe le arman un “combo” de trinos con cosas que ella había dicho meses atrás. O sea que le hicieron un seguimiento previo, y el modo ataque consistió en dudar de su honorabilidad cuando sinuoso y serpentino Uribe dijo que “mi moral no era intrigar para que sacaran a alguien de la lista Clinton y así ganar buen trato de la periodista, cierto doña @MONYDIAADIA”.
A primera vista podría pensarse que Uribe está cometiendo el mismo error del abogado Espriella, en cuanto a catapultar al centro de la atención a alguien de menor calado, además una respetable dama. Pero Uribe sabe escoger muy bien a sus víctimas, y en el caso que nos ocupa Mónica queda hasta cierto punto inerme y acorralada, pues sabe que si le sale al ruedo a su victimario está poniendo en riesgo no solo su continuidad laboral, sino la imagen de la empresa donde trabaja.
Así las cosas, a la apreciada colega —ya amordazada, o sea censurada de aquí en adelante— la convierten en chivo expiatorio para algo con mayor alcance estratégico: una campaña velada de intimidación hacia cualquier comunicador(a) que pretenda posar de crítico contra Uribe, ad portas de la orden de detención que, según indican fuentes de alto crédito, la Corte habría de librar el mismo día de la insalvable indagatoria a la que será citado a responder.
Es al voluminoso material probatorio acopiado por el alto tribunal a lo que en realidad le teme, es eso lo que tiene al uribismo agarrado de un clavo ardiendo, en estado de máxima alerta, escuchando cada vez más próximo el canto de las valkirias. Y por eso estarían tratando de acallar desde ya —por la vía de la intimidación— el coro de voces disidentes que pudieran surgir, ante el peso de las pruebas que se habrán de conocer.
Aquí entre nos, todo en esa gente de proceder pandilleril es sucio, torcido, dañino, destructor, de baja estofa. Y, malhaya suerte la nuestra, son los que nos gobiernan.
En otras palabras, esto se va a poner cada vez peor. De castaño a Uribe, digamos.
DE REMATE: Si en el mundo empresarial existen los subgerentes, aquí también se aplica:
Presidente: Álvaro Uribe Vélez
Subpresidente: Iván Duque
Vicesubpresidente: Marta Lucía Ramírez
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
También le puede interesar: "Crisis liberal: defender las libertades o unirse a Iván Duque"