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El pasado jueves 19 de marzo, un día después de haber publicado la columna “Serpa podría perder el bigote”, recibí de Alejandra Azcárate en mi cuenta de Twitter un cuarteto de Mensajes Directos (DM) que agrupados en uno solo decían esto: “Querido Jorge; gracias por tu generoso comentario sobre nuestro trabajo en el programa. Opiniones como las tuyas con tan amable descripción, "dos atropelladas presentadoras", son los que nos motivan para mejorar cada día más, en un formato que apenas estamos comenzando con mucho esfuerzo. Ojalá logremos ofrecer un producto de calidad que esté a la altura de tu gusto. Gracias”.
Alejandra se refería a un pasaje de la columna donde de refilón dije que durante el programa Descárate sin evadir (en compañía de la igualmente bella y talentosa Eva Rey), a Horacio Serpa “se le vio en el lugar equivocado, con dos atropelladas presentadoras que hasta lo pusieron a declamar un poema erótico”.
Del DM citado dos cosas palpé: la primera, que a Alejandra le dolió en el alma lo de “atropelladas presentadoras”; y la segunda, que estaba ante una persona inteligente, que asimiló el golpe a su ego y respondió con su acostumbrada destreza para la ironía. Ahora bien, llamó mi atención que cuando quise responderle había configurado su cuenta para impedirlo, y eso me pareció “una guachada”, como dicen las señoras bogotanas.
El ramillete de mensajes de mi apreciada y nunca bien ponderada Alejandra llevaba una carga agridulce, pues me sentí halagado con su atención –así hubiera sido efímera-, pero a la vez cometió el feo desplante de impedir que yo le respondiera, como diciendo “ni me mires, ni te acerques”. En otras palabras, me hacía objeto de su indiferencia o desprecio, con lo cual dejaba ver una actitud intolerante ante lo que no pasaba de ser una crítica constructiva a su programa de entrevistas.
Para compaginar con la Semana Santa diría que me sentí crucificado en el muro de silencio que levantó, y fue cuando juzgué pertinente traer a colación una columna que escribí en 2008, titulada La crucifixión rosada de Alejandra Azcárate, donde denuncié la intolerancia del entonces magistrado del Consejo de Estado, Alejandro Ordóñez (en representación de un grupo de católicos ofendidos) por unas fotos de la revista SOHO donde ella aparecía personificando a Jesucristo.
Las fotos desataron la ira divina de Ordóñez, quien alegando “daño o agravio a las personas o cosas dedicadas al culto” (artículo 203 del Código Penal) quiso meter a la cárcel al escritor Fernando Vallejo, al director de la revista SOHO, Daniel Samper Ospina, y a los modelos allí retratados, entre ellos (y ella) el magistrado Carlos Gaviria. En esa ocasión dije que “la ofensa no estaría en que la recreación gráfica de La última cena o de La Crucifixión puso a un hombre desnudo, sino en que remplazaron a Jesucristo por una mujer torsidesnuda. Eso llenó la copa y despertó la ira de un fanatismo ciego, incapaz de tolerar que la imagen intrínsecamente masculina de su Dios hubiese encarnado en un cuerpo femenino, así se tratase de un cuerpazo”.
Para no salirnos del tema, fue ante la comunicación unilateral que estableció Alejandra con el suscrito –de esas que no permiten feedback-, cuando consideré estar en el derecho y el deber de ampliar en esta columna mi apreciación sobre ese ítem que tanto la había martirizado:
Con la misma santandereana franqueza que se le conoce a su primer entrevistado, debo reconocer que me precipité al hablar de “atropelladas presentadoras”. Para entrar en el terreno picante que las caracteriza, concedamos que fueron los nervios de la primera vez los que de pronto las hicieron lucir un tris atropelladas, no al punto del coitus interruptus pero sí del corto circuito, como cuando sentaron a Endry Cardeño al lado de Serpa y este no sabía con quién estaba tratando, si con un hombre o con una mujer, y hacía un gran esfuerzo para entender la puesta en escena.
Aquí entre nos, el gran acierto de esa primera emisión estuvo en que lograron que Serpa apostara a que se quita el bigote si el próximo alcalde de Bogotá no es Rafael Pardo, y quince días después, o sea el domingo pasado, remataron la faena con soberbio farol llevando al propio Pardo y convenciéndolo de dejarse el bigote durante cuatro meses si no sale elegido.
Ahí ya se les vio a Eva y Alejandra jugando de locales, más desenvueltas tras haber cogido cancha, enfrentadas a un Pardo al que parecía que iban a hacer trizas por su cítrica seriedad, pero este se les puso dicharachero: les contó que se había sometido a un trasplante de carisma, con ese rollo las entretuvo y les salió hasta carismático, repentista y punzante. De las tres entrevistas a políticos que han hecho, fue la mejor.
Pero hay algo que sigue sin cuadrar y, a la espera de no ganarme un nuevo sarcasmo, diría que es el formato: una mezcla rara de caviar con hamburguesa, que en la primera media hora muestra a un político y en la segunda a una actriz de la farándula criolla. El contraste es brutal, y ocurre que quienes van por lo superficial –que son la mayoría- no se esperan a que termine el político y cambian de canal, y durante la entrevista al político empiezan con la minoría ilustrada, que también cambia de canal cuando aparece la chica de la pantalla ídem.
Sea como fuere, esta admonición de Semana Santa no es para la dupla donde ambas brillan con luz propia, sino para Alejandra Azcárate: arrepiéntete de tu desdén, pecadora. Bájate de ese pedestal de sobradita desde el que me hablaste, y dígnate confrontar pareceres de tú a tú con este humilde pedestre.
DE REMATE: Si alias 'El Desalmado' logró fugarse, es porque sabe más de la cuenta sobre el crimen de los cuatro niños en Florencia. No quieren que hable, y ahora deberá cuidarse de los que intentaron liberarlo. Caracol Noticias contó que el cortafrío encontrado en el piso era de utilería: estaba oxidado. Apagaron la luz como parte de la coartada, pero el roto en la malla se lo habían abierto antes. Muchos cooperaron. ¿Quién pudo desplegar semejante parafernalia logística para el operativo de fuga? Elemental, mi querido Watson…
@Jorgomezpinilla
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