Para dirigir un proyecto, una empresa, un partido político o un país, lo primero que se requiere es conformar un equipo. Y hay dos modos de armarlo: horizontal o vertical.
Un equipo de trabajo horizontal es el ideal en términos de democracia: existe una cabeza como en todo equipo, pero las decisiones son producto del consenso y la responsabilidad recae sobre aquel a quien se le concede la condición de líder o jefe para que tome la decisión final, llegándose a casos en que para repartir por igual éxitos y culpas se elige a una cabeza dúplex o tripartita.
Un equipo horizontal aplicado a la política es, por ejemplo, lo que se percibe en la conformación de las listas de los partidos en Dinamarca, si hemos de creerle a la extraordinaria serie Borgen, de Netflix, que no puedo dejar de recomendar: verla es adquirir una maestría en ciencia política.
De otro lado, en contraposición, un equipo vertical responde a un esquema piramidal, donde hay una cabeza que todo lo decide y cuyas decisiones son incuestionables, porque se asume que no puede estar equivocado, es infalible, como el papa de los católicos. O como el Ejército Nacional, cuyo comandante en jefe es el presidente de la República, y en tal medida responde tanto por sus triunfos militares como por sus derrotas y sus errores. (Errores como el crimen de guerra consistente en bombardear un campamento guerrillero donde se sabía que había niños y niñas. Cero y van dos).
Un tercer ejemplo de equipo vertical reposa en el mal llamado Centro Democrático, donde el político que creó el partido es el que toma todas las decisiones, igual a como lo hace el dueño de una ferretería con sus empleados y con su inventario.
Mal llamado así, sí, porque no es de centro sino extrema derecha, y si fuera democrático sus listas a Senado y Cámara serían el resultado del consenso de su bancada o de votaciones internas (como en Borgen), no la confección que a su amaño hace el dueño del letrero, el expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez.
En el mismo contexto, hoy la Presidencia de la República de Colombia maneja un esquema vertical, donde el que menos cuenta es el bien llamado “subpresidente” Iván Duque, allí es evidente que recibe —y obedece— órdenes de su “presidente eterno”. De ahí para abajo los demás miembros del Gobierno son nombrados a pedir de boca o aprobados por el patrón, el mandamás, el jefecito, el capataz, como se le quiera llamar.
Regresando a los esquemas de trabajo horizontal, son estos los que se acostumbran en un modelo ejecutivo aplicable a los ámbitos corporativo, empresarial o administrativo. Ejecutivo habla de ejecutar planes o programas, de una toma continua de decisiones colectivas que conduce a la acción. Mientras mejor está integrado el equipo de trabajo, mejores resultados produce.
Precisamente en función del cambio o revolcón que se debe dar para salir de la debacle en que nos tiene sumidos este régimen neofascista, ante los electores se requiere mostrar un equipo de gobierno que brinde confianza y sea garantía de cumplimiento, por la idoneidad de quienes lo conforman y por las cosas que prometen llevar a cabo, o sea por sus propuestas para gobernar.
Ante un eventual triunfo de la centroizquierda en la próxima contienda presidencial, si fuéramos una oficina de cazatalentos a la que se le encomienda la tarea de conformar el mejor equipo de gobierno posible, lo primero a considerar es que en la pasarela política están los mejores perfiles laborales, pero se cuenta con un obstáculo hasta ahora insalvable: no es posible ponerlos de acuerdo para que trabajen juntos, porque cada uno quiere ser el jefe.
“Muchos caciques y pocos indios”.
Tenemos a un Gustavo Petro con un programa de gobierno que es elogiado hasta por Claudia López; a un Humberto de la Calle necesario para evitar que hagan trizas la paz; a una amorosa Ángela Robledo que quiere ser factor de unidad entre hombres y mujeres; a un humanista Alejandro Gaviria llamado a ser faro conceptual; a un Sergio Fajardo que puede ocupar el ministerio de Educación con la seguridad de que lo hará bien; a un eficiente Camilo Romero que emula a su paisano Antonio Navarro, pero con mejor dicción; a un Jorge Robledo que ni pintado para el Ministerio de Hacienda.
El problema de fondo es que todos y cada uno de ellos (y ella) están íntimamente convencidos de encarnar la única opción posible, y en tal medida ninguno habla de la necesidad de hacer equipo sino de participar en una consulta para demostrar que es él (o ella) la persona que el país quiere y necesita. Y así las cosas se enredan, se complican ad infinitum.
Si la memoria no me falla, en columna del 30 de diciembre pasado presenté una propuesta de triunvirato, basado en que “Gustavo Petro solo no gana, pero nadie gana sin Petro”. Antes de eso había sugerido la unión de la izquierda y el liberalismo (no el Partido Liberal de César Gaviria) como fórmula imbatible, pero al parecer no hubo acuerdo en quién iba de primero y quién de vice.
No es el suscrito el llamado a decir cómo se deben hacer las cosas, pero está convencido de que el país no avanzará hacia la verdadera solución de los problemas si no hay unión entre los llamados a aportarla.
Es a Gustavo Petro a quien más se le cuestiona su aparente dificultad en armar un equipo que “seduzca” (para usar un término de Daniel Samper Ospina) a los electores, y por tanto el llamado es a usar un lenguaje que apunte más a la unidad con los contrarios dentro de su misma tendencia, que a ahondar las divisiones que hoy se presentan.
Así las cosas, la pregunta del millón para Petro es esta: ¿cuál sería su equipo ideal de gobierno para sacar a Colombia del terrible atolladero en el que se hoy se encuentra? Mi amable sugerencia es que no deje por fuera a algunos de los arriba mencionados, sobre todo a personas como Humberto de la Calle, Ángela Robledo, Camilo Romero o Alejandro Gaviria.
Se trata es de sumar, no de restar.
Post Scriptum. El domingo pasado Semana publicó como gran noticia que Álvaro Uribe desciende del faraón Akenatón. Si vamos a hablar de árboles genealógicos, el verdadero, el irrefutable fue elaborado —con video incluido— por Julio César García Vásquez, presidente de la Academia Colombiana de Genealogía. Este árbol genealógico no deja dudas sobre el entorno mafioso que en su propia familia siempre ha rodeado a dicho sujeto sub judice. (Ver árbol genealógico de Uribe).
Para dirigir un proyecto, una empresa, un partido político o un país, lo primero que se requiere es conformar un equipo. Y hay dos modos de armarlo: horizontal o vertical.
Un equipo de trabajo horizontal es el ideal en términos de democracia: existe una cabeza como en todo equipo, pero las decisiones son producto del consenso y la responsabilidad recae sobre aquel a quien se le concede la condición de líder o jefe para que tome la decisión final, llegándose a casos en que para repartir por igual éxitos y culpas se elige a una cabeza dúplex o tripartita.
Un equipo horizontal aplicado a la política es, por ejemplo, lo que se percibe en la conformación de las listas de los partidos en Dinamarca, si hemos de creerle a la extraordinaria serie Borgen, de Netflix, que no puedo dejar de recomendar: verla es adquirir una maestría en ciencia política.
De otro lado, en contraposición, un equipo vertical responde a un esquema piramidal, donde hay una cabeza que todo lo decide y cuyas decisiones son incuestionables, porque se asume que no puede estar equivocado, es infalible, como el papa de los católicos. O como el Ejército Nacional, cuyo comandante en jefe es el presidente de la República, y en tal medida responde tanto por sus triunfos militares como por sus derrotas y sus errores. (Errores como el crimen de guerra consistente en bombardear un campamento guerrillero donde se sabía que había niños y niñas. Cero y van dos).
Un tercer ejemplo de equipo vertical reposa en el mal llamado Centro Democrático, donde el político que creó el partido es el que toma todas las decisiones, igual a como lo hace el dueño de una ferretería con sus empleados y con su inventario.
Mal llamado así, sí, porque no es de centro sino extrema derecha, y si fuera democrático sus listas a Senado y Cámara serían el resultado del consenso de su bancada o de votaciones internas (como en Borgen), no la confección que a su amaño hace el dueño del letrero, el expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez.
En el mismo contexto, hoy la Presidencia de la República de Colombia maneja un esquema vertical, donde el que menos cuenta es el bien llamado “subpresidente” Iván Duque, allí es evidente que recibe —y obedece— órdenes de su “presidente eterno”. De ahí para abajo los demás miembros del Gobierno son nombrados a pedir de boca o aprobados por el patrón, el mandamás, el jefecito, el capataz, como se le quiera llamar.
Regresando a los esquemas de trabajo horizontal, son estos los que se acostumbran en un modelo ejecutivo aplicable a los ámbitos corporativo, empresarial o administrativo. Ejecutivo habla de ejecutar planes o programas, de una toma continua de decisiones colectivas que conduce a la acción. Mientras mejor está integrado el equipo de trabajo, mejores resultados produce.
Precisamente en función del cambio o revolcón que se debe dar para salir de la debacle en que nos tiene sumidos este régimen neofascista, ante los electores se requiere mostrar un equipo de gobierno que brinde confianza y sea garantía de cumplimiento, por la idoneidad de quienes lo conforman y por las cosas que prometen llevar a cabo, o sea por sus propuestas para gobernar.
Ante un eventual triunfo de la centroizquierda en la próxima contienda presidencial, si fuéramos una oficina de cazatalentos a la que se le encomienda la tarea de conformar el mejor equipo de gobierno posible, lo primero a considerar es que en la pasarela política están los mejores perfiles laborales, pero se cuenta con un obstáculo hasta ahora insalvable: no es posible ponerlos de acuerdo para que trabajen juntos, porque cada uno quiere ser el jefe.
“Muchos caciques y pocos indios”.
Tenemos a un Gustavo Petro con un programa de gobierno que es elogiado hasta por Claudia López; a un Humberto de la Calle necesario para evitar que hagan trizas la paz; a una amorosa Ángela Robledo que quiere ser factor de unidad entre hombres y mujeres; a un humanista Alejandro Gaviria llamado a ser faro conceptual; a un Sergio Fajardo que puede ocupar el ministerio de Educación con la seguridad de que lo hará bien; a un eficiente Camilo Romero que emula a su paisano Antonio Navarro, pero con mejor dicción; a un Jorge Robledo que ni pintado para el Ministerio de Hacienda.
El problema de fondo es que todos y cada uno de ellos (y ella) están íntimamente convencidos de encarnar la única opción posible, y en tal medida ninguno habla de la necesidad de hacer equipo sino de participar en una consulta para demostrar que es él (o ella) la persona que el país quiere y necesita. Y así las cosas se enredan, se complican ad infinitum.
Si la memoria no me falla, en columna del 30 de diciembre pasado presenté una propuesta de triunvirato, basado en que “Gustavo Petro solo no gana, pero nadie gana sin Petro”. Antes de eso había sugerido la unión de la izquierda y el liberalismo (no el Partido Liberal de César Gaviria) como fórmula imbatible, pero al parecer no hubo acuerdo en quién iba de primero y quién de vice.
No es el suscrito el llamado a decir cómo se deben hacer las cosas, pero está convencido de que el país no avanzará hacia la verdadera solución de los problemas si no hay unión entre los llamados a aportarla.
Es a Gustavo Petro a quien más se le cuestiona su aparente dificultad en armar un equipo que “seduzca” (para usar un término de Daniel Samper Ospina) a los electores, y por tanto el llamado es a usar un lenguaje que apunte más a la unidad con los contrarios dentro de su misma tendencia, que a ahondar las divisiones que hoy se presentan.
Así las cosas, la pregunta del millón para Petro es esta: ¿cuál sería su equipo ideal de gobierno para sacar a Colombia del terrible atolladero en el que se hoy se encuentra? Mi amable sugerencia es que no deje por fuera a algunos de los arriba mencionados, sobre todo a personas como Humberto de la Calle, Ángela Robledo, Camilo Romero o Alejandro Gaviria.
Se trata es de sumar, no de restar.
Post Scriptum. El domingo pasado Semana publicó como gran noticia que Álvaro Uribe desciende del faraón Akenatón. Si vamos a hablar de árboles genealógicos, el verdadero, el irrefutable fue elaborado —con video incluido— por Julio César García Vásquez, presidente de la Academia Colombiana de Genealogía. Este árbol genealógico no deja dudas sobre el entorno mafioso que en su propia familia siempre ha rodeado a dicho sujeto sub judice. (Ver árbol genealógico de Uribe).