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Después de que la Corte Suprema ordenara la detención de Álvaro Uribe Vélez por los delitos de soborno y fraude procesal, esta columna es sobre la que publicó Vicky Dávila el domingo pasado, donde lanzó una amenaza velada contra el máximo tribunal de justicia si obraba en tal sentido.
El texto al que aquí se hace referencia es este: “Si a Uribe lo ponen preso, les doy una pésima noticia a sus malquerientes: no se acabarán los problemas que tiene Colombia. Tampoco llegará la paz que todos deseamos. Quizás la violencia se agudice. La Corte tiene la palabra”. (Ver columna). Traducción: “Si meten a Uribe a la cárcel, los magistrados de la Corte serán los directos responsables de la violencia que se pueda desatar”.
Tras la medida adoptada por la Corte, la pregunta es obvia: ¿se agudizará la violencia en nuestro país, y concretamente cuál clase de violencia? ¿La violencia paramilitar, por ejemplo? ¿O la violencia de los que prometieron que incendiarían el país --comenzando por nuestro embajador en EE. UU., Francisco Santos-- si enviaban a su patrón a la cárcel? ¿O la violencia de los que no pasa un solo día sin que asesinen a un líder social, comunitario o de restitución de tierras? ¿O la violencia verbal de las bodegas uribistas contra todo lo que no sean loores a su eterno presidente?
En este contexto es pertinente recordar que hace cuatro años, cuando se estaba cerca de firmar el acuerdo entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, Uribe andaba en plan de “resistencia civil” contra la paz, y como parte de esa campaña organizó una marcha en Medellín el 2 de abril de 2016, donde le dijo a Noticias RCN que “le dan impunidad a un grupo, aparece otro. Así Colombia no saldrá de la violencia”.
Dicho y hecho: en retaliación por la búsqueda de la reconciliación nacional, el máximo líder de la extrema derecha consiguió que los colombianos prefirieran la guerra y no la paz de Santos en el plebiscito del 2 de octubre de ese año, y dos años después puso de presidente a un pelele al que con justa razón la opinión pública le asignó el cargo de subpresidente, y no fue sino que este se posesionara para que sobre la geografía nacional se desatara la más feroz e incontenible ola de violencia, la cual le cae como anillo al dedo a la aplicación del refrán popular: “en río revuelto, ganancia de pescador”.
Hay ciertas columnas donde queda la nítida impresión de que la “ayudaron” en su redacción, y la del domingo pasado es una de ellas, pues en coincidencia temática con el Uribe de hace cuatro años, retomó el libreto de “Colombia no saldrá de la violencia”. Mejor dicho, ese espacio de opinión pareciera a veces formar parte orgánica de la estrategia uribista de limpiarle la imagen al patrón: usted ve que un día doña Vicky le canta la tabla a Duque o a la vice, otro la emprende contra Santos, la semana siguiente le da consejos a Petro o denuncia a los jefes acosadores, pero para Álvaro Uribe solo ha habido contemplaciones, mimos, carantoñas y una defensa a rajatabla, que ya raya en el culto a la personalidad.
Culto o admiración cerrera desde el mismo título. Como “El plan contra Uribe”, donde ella (¿ellos?) fija una idea en la mente del vulgo: algo muy malo deben estar tramando contra ese pobre hombre. Esa columna en especial fue noticia viral, porque se supo que estaba llegando al celular de miles de personas por Whatsapp sin su consentimiento. Y allí soltó esta perla: “No creo que Uribe sea el culpable de todos los males de Colombia. Reconozco sus errores, pero también todo lo bueno que ha hecho por este país. Lo que pasa es que está de moda responsabilizarlo de absolutamente todo”. Sí, está de moda, claro…
Pero centremos la atención en el domingo pasado, cuando también desde el título destiló una carga de admiración: “Álvaro Uribe”, a secas. Ahí, doña Vicky se pregunta y responde: “¿a alguien le sirve que Uribe vaya preso? La respuesta es Sí”. A sus “malquerientes”. Pero omite la pregunta obvia: “¿es Uribe culpable o inocente?”. Y si la omite es porque su respuesta también es obvia… y ella debe conocerla.
Sea como fuere, si algo hace con gusto doña Vicky es defender a Uribe, en parte porque es tal el odio que ella siente por su archienemigo Juan Manuel Santos desde que este la hizo echar de RCN, que ahí se aplica otro refrán: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Y, ¿cómo lo defendió en la columna mencionada? Equilibrando desde lo subliminal la carga de culpa con el senador Iván Cepeda, demandado por Uribe antes de que a este la Corte le devolviera el bumerán abriéndole investigación. Según la columnista, “mucha gente espera que si Cepeda salió limpio, con Álvaro Uribe pase lo mismo”. Si le diéramos la vuelta al silogismo, significaría que si a Uribe le dictaron medida de aseguramiento, lo mismo tendría que ocurrirle a Cepeda. ¿Por qué? Porque a doña Vicky se le ocurrió que así debe ser, sin importar que Cepeda no sea el procesado.
Además, ella le pidió a la Corte “que a Uribe le den las mismas garantías que a cualquier ciudadano colombiano; las mismas que le dieron, incluso, al narcotraficante Jesús Santrich”. O sea: si Santrich tuvo las garantías procesales que le permitieron fugarse (como hoy podría hacerlo el abogado Diego Cadena o como lo hizo Andrés Felipe Arias), es injusto que encarcelen a Uribe.
Lo preocupante en últimas es que tanto doña Vicky como los fanáticos uribistas que ella representa quieren advertirle al país que al haber ordenado la Corte Suprema la detención de su máximo jefe político, debemos atenernos a las consecuencias: “Colombia no saldrá de la violencia”.
DE REMATE: ¿Saben ustedes por qué El Debate de Semana TV tiene a cuatro uribistas (Vicky Dávila, Andrea Nieto, Juan Carlos Pinzón, Federico Gutiérrez) y solo dos en la otra orilla, Lucho Garzón y Matador? Porque el programa tiene un claro propósito político: foguear a Pinzón y a Gutiérrez como posibles candidatos a reemplazar a Duque, dándoles presencia diaria para que el público se “encariñe” con ellos. Lucho y Matador vienen a ser convidados de piedra, pero el equilibrio se expresa en que ambos brillan con luz propia, hasta el punto de convertirse en “la piedra en el zapato” del propósito original.