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La batalla cultural y el 2026

Jorge Iván Cuervo R.
20 de septiembre de 2024 - 05:00 a. m.

Fue Steve Bannon, el asesor de Donald Trump durante los primeros meses de su mandato, quien puso recientemente el tema en la agenda de discusión, aludiendo, dicen algunos, a una vieja idea del filósofo italiano Antonio Gramsci, quien se refería a la hegemonía cultural, idea que refleja un estado anímico de un país que precede a la toma del poder político y económico, un aspecto al que poco se había referido el marxismo originario. Antes de tomar el poder político, hay que tomar el poder de las ideas, el de los valores.

Esto que surge en los círculos intelectuales de la izquierda centroeuropea, es retomada por la derecha neoconservadora en los Estados Unidos, a partir del libro de James Davidson Hunter, Guerras culturales: la lucha por definir en América, que se convirtió en una suerte de manifiesto del pensamiento conservador estadounidense y que sirvió como punto de referencia para hacer frente al debate que planteó al liberalismo, el llamado movimiento multicultural. Los llamados Estudios Culturales, que surgen en Inglaterra con los trabajos de Richard Hoggart en los 60s fueron, de algún modo, la respuesta de la academia norteamericana a este desafío neoconservador de interpretar las sociedades desde las estructuras de las ideas y los significados (los productos culturales) y no desde las estructuras clásicas del poder.

En política, la idea de la batalla cultural, que hoy promueven sectores de la derecha más radical, apuesta por una especie de contrarrevolución cultural (A todo progreso le corresponde una reacción, nos recuerda Hirschman) que implica una suerte de sublevación a ideas y valores liberales, una reconstrucción moral de las sociedades y de la cultura ante tanto pluralismo, diversidad, empoderamiento de minorías, autodeterminación e instalar una suerte de mantra que aquí se lo he escuchado a varios miembros de la bancada del Centro Democrático como Paola Holguín: populismo, polarización y posverdad, una fórmula que ha servido de plataforma para líderes de esa nueva derecha radical como Milei en Argentina o Kast en Chile, que se valen de la incapacidad de las instituciones democráticas y de las élites políticas de izquierda para atender la angustia, sobre todo económica, de la sociedades, pero luego les venden el paquete completo: rechazo al aborto, al feminismo, a la diversidad sexual, a las pretensiones de mayor equidad social y, en Europa, se suma el tema del nacionalismo, la inmigración y el rechazo a las instituciones de la Unión Europea (los euroescépticos), en el que confluyen gobiernos como el de Meloni en Italia, Orbán en Hungría, y movimientos como Vox en España, Agrupación Nacional en Francia o Alternativa para Alemania.

En la retórica de la batalla cultural (Agustín Laje), la extrema derecha ha encontrado una narrativa, una forma de aglutinar sentimientos de frustración, especialmente en franjas de población –en su mayoría jóvenes, marginados por el sistema económico, hombres que se sienten acorralados por movimientos como el #MeToo, y lo que ellos llaman los excesos del feminismo que, en este mismo periódico, Mauricio Rubio lamenta todo el tiempo en su columna–.

La izquierda no ha reaccionado de la mejor manera a este desafío. El surgimiento de lo que algunos autores han llamado la izquierda identitaria ha hecho que pase a un segundo plano la reivindicación del mejoramiento constante de las condiciones materiales de existencia de todas las personas, especialmente de los grupos más vulnerables –la esencia del progresismo–, dando el debate sobre el reconocimiento de nuevas formas de identidad, un poco lo que propuso Nancy Fraser: distribución y reconocimiento. La deriva de rechazo al llamado movimiento woke, especialmente en Estados Unidos, es algo de lo que deben tomar nota los movimientos de izquierda en América latina.

En Colombia este debate aún es marginal. El apoyo de políticos como María Fernanda Cabal o la misma Paola Holguín a la llamada Carta de Madrid, un manifiesto de movimientos reaccionarios, es todavía anecdótico, pero algo de esto va a estar en discusión en el 2026 y de ahí en adelante.

Una izquierda renovada, una izquierda sin los viejos relatos de las élites oligárquicas opresoras, tiene que hacerse cargo de esto, de manera creativa e incluyente, o quedará por fuera del juego, más allá del costo de haber llegado al poder y no saber muy bien qué hacer con él.

@cuervoji

 

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