Para Caudia, quien creía en la idea de Dios.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Para Caudia, quien creía en la idea de Dios.
Desde que el ser humano se hace preguntas sobre el origen y el fin de la vida, aparece la idea de Dios. Una idea que sirve para tratar de dar algún sentido aquello que no tiene una explicación racional. Una idea que ha sido resignificada en cada una de las culturas, una idea que sustenta creencias colectivas e individuales y sobre la cual mucha gente estructura su vida. En cada época hay ideas de Dios diferentes: dioses castigadores, dioses vengativos, dioses compasivos, dioses alegres, dioses de odio. Dioses para justificar la mala conducta, son los más populares. No tengo que ser buena persona porque Dios, en su infinita misericordia, siempre me perdonará.
Esa idea puede tener utilidades, sobre todo para no responder por mis actos y vivir con una suerte de felicidad moral, pero también muchos problemas; por ejemplo, hacer guerras en nombre de una idea de Dios o justificar prácticas discriminatorias contra la mujer en nombre de una interpretación de esa idea por jerarcas, generalmente hombres.
Los seres humanos piden a sus dioses todo cuanto se les ocurra: paz, felicidad, bienestar, salud, no morir, vida eterna. Nada se cumple porque, de existir, todo eso es responsabilidad de los seres humanos, no de los dioses.
Ante la evidencia inexorable de la muerte, se ha aceptado un pequeño consuelo: la muerte física viene acompañada de una trascendencia espiritual: en el caso de la Iglesia católica, el tránsito al reino de los cielos; en otras, el nirvana, y así. Nadie ha contado si después de muerto eso ha sido posible. Pero para las religiones, el fin de la vida física es un tema menor: es la antesala de la gloria eterna, lo que sea que eso signifique.
Pero la vida como fenómeno biológico es la única evidencia que tenemos, lo demás son creencias no verificadas porque, según dicen los jerarcas de esas congregaciones —que inventan textos sagrados para darse la razón— en aquello en que se cree, no es necesaria ninguna explicación; creer es sinónimo de vida eterna. “Quien cree en mí no morirá para siempre”.
La idea de Dios consuela pues a esa idea se le atribuyen poderes mágicos; por ejemplo, de curar a los enfermos y de evitar la inexorable llegada de la muerte. Como esto no funciona, la idea de Dios se transforma en “la voluntad de Dios”: si la persona no se cura, es porque así lo quiso ese Dios, porque sus planes no fallan, así fallen, una contradicción que nunca he entendido. O sirve o no sirve. O una peor, es una prueba que nos pone Dios. ¿Qué tipo de idea puede ser aquella que exige sacrificios como el de perder una hija para validar el poder de dicha idea?
Sin embargo, la idea de Dios consuela porque, ante una pérdida irreparable de un ser querido, la idea de que así lo quiso Dios es irrebatible, así el resultado sea diferente al esperado, pero consuelo es consuelo y ante un dolor inexplicable, cualquier explicación sirve.
Ante la muerte de un ser querido, quienes creen en la idea de Dios, esto puede servir de consuelo; quienes no creemos en ella, la idea se hace innecesaria. El dolor se lleva de manera diferente y la evocación de la ausencia se procesa de manera distinta. Pensar que un ser querido está en la gloria de Dios y no con su familia y amigos, me hace reafirmar en la inutilidad de la idea de Dios, y de Dios mismo.