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La imagen en un salón de la Presidencia de la República, en la que aparecen Gustavo Petro, Laura Sarabia y Armando Benedetti, es una radiografía triste del poder, de cómo se ejerce el poder.
En el centro, se ve a Petro disminuido en su dignidad presidencial, mirando con desconfianza y resquemor a su interlocutor. A un lado, Laura Sarabia, indefensa e insegura, luego de haber sido maltratada y amenazada por quien hoy es su subordinado funcional y, al frente suyo, el patán, con la soberbia y la altivez de siempre, en actitud intimidante, reclamando el espacio político que dijo que, tarde o temprano, recuperaría.
A Laura Sarabia la quieren sacar del gobierno, pero ella sabe que las explicaciones que todavía tiene que dar por el oscuro caso del robo en su casa y el polígrafo a su empleada es mejor darlas estando en el poder. Su presencia en el Palacio de Nariño ha servido para darle cierta coherencia a la improvisación estratégica del presidente. Aguantarse a Benedetti me parece un precio muy alto, pero parece que está dispuesta a pagarlo.
A Gustavo Petro, durante su carrera política luego de haber dejado las armas, todos le reconocen que ha sido un personaje aguerrido, dispuesto a dar batallas que otros políticos no dieron frente al paramilitarismo y la corrupción. Y, contra todas las apuestas, fue el primer político de izquierda en llegar a la presidencia, pero ha sido incapaz de poner a Benedetti en su sitio, y si es verdad que le debe la elección, entonces el gesto heroico de su triunfo se desvanece porque no fue a manos de la inconformidad social que supo interpretar, sino a las alianzas espurias que el camaleónico político barranquillero habría urdido, algunas de las cuales están en la mira de la justicia.
Benedetti ha sido uribista, santista, petrista y, cuando advierta quién pueda ganar las elecciones en 2026, se pondrá una nueva camiseta. Ha sido operador político de todo el espectro. Sus escándalos públicos y privados no son nuevos, y él sabe que mantenerse en el poder es la forma de lograr lo que le gusta: figuración e inmunidad para seguir con sus andanzas. Ha enredado a todos, y lo seguirá haciendo. Hay actores del sistema político que saben que la justicia nunca les llegará y que la opinión pública, de memoria frágil, se olvida pronto, y su conducta empieza a hacer parte del folclor, banalizándose su capacidad de corrosión política.
Esa foto es la imagen de una claudicación ética y política. La tibia resistencia de algunos miembros del gobierno se quedó en nada ante las palabras que llamaron al orden. Las decisiones del presidente no se discuten y se cumplen, así sean un disparate. Consecuencia de un presidencialismo exacerbado del cual nadie escapa. La figura presidencial es inmune a todo.
Las razones conocidas para el retorno indican que la continuidad del proyecto político parecería quedar atada a las maniobras de Benedetti, lo cual amerita una profunda reflexión al movimiento progresista, y preguntarse cómo fue posible que todo un horizonte de transformaciones sociales dependa de un politiquero inescrupuloso.
Y claro, un proyecto político que depende de alianzas espurias, y no de cohesión programática, es todo lo que necesita la derecha para regresar al poder.