¿Quién iba a imaginar que ni el acuerdo de paz con las Farc o las estrategias para luchar contra la corrupción iban a estar en el centro del debate de la campaña presidencial, sino Petro u, otra forma de verlo, el castrochavismo?
Lo cierto es que el ascenso de Petro en las encuestas de intención de voto refleja mucho de lo que está en juego —y en debate— en esta curiosa campaña con más de diez aspirantes, lo que deja ver que el sistema político ya no refleja una matriz de partidos tradicional, sino tendencias ideológicas sin estructuras partidistas sólidas detrás.
Petro asusta más por lo que dice que por lo que será capaz de hacer. Como alcalde de Bogotá demostró que vive más de los enunciados de política que de realizaciones. Transformar buenas o malas ideas en políticas públicas es cada vez más difícil en un Estado como el colombiano, cooptado por tecnócratas en lo nacional y por élites saqueadoras de lo público en lo local, y sometido a un bloqueo institucional constante por parte de poderosos actores con veto, como las cortes o el Congreso. Los tiempos del Ejecutivo todopoderoso quedaron atrás y es imposible que una sola persona sea capaz de revertir esa situación.
Pero Petro también asusta porque mucha gente cree que cuando se dé cuenta de que gobernar es más difícil que prometer cosas, optará por la estrategia de jugarle a la polarización, como hizo en Bogotá, un escenario que ya otros políticos y los grandes medios están dispuestos a comprarle rápidamente. Un país que sale polarizado luego de un acuerdo de paz que no apoyó buena parte del electorado es un escenario ideal para quien se la quiera jugar por la retórica de la lucha de clases en un país tan desigual como Colombia.
Y es ahí donde está el verdadero miedo a Petro, que en medio de su narrativa mesiánica plantea temas sobre los cuales en Colombia difícilmente se discute en campañas. Quizás como consecuencia de la persistencia del conflicto armado, muchos temas han estado por fuera del debate público y de la agenda misma del Estado, y Petro habla de ello, y mucha gente en el pueblo lo escucha y se siente representado. Mucha gente se pregunta qué tan mal nos puede ir con un gobierno de izquierda que plantea redefinir el rol del Estado en la economía, o preguntar por los latifundios improductivos, en sugerir que es posible otro modelo económico, con un crecimiento que no dependa siempre de las mismas variables, menos rentista, menos dependiente de los hidrocarburos, con una mirada más ecológica y con una visión más incluyente de grupos vulnerables —algo que sí hizo en Bogotá—.
Ese cuento les suena a muchos. Las diferencias de enfoque económico y social entre los candidatos con mayores opciones son meramente marginales, de estilo, si se quiere, sería más de lo mismo, y entonces si ya no hay conflicto armado —al menos con las Farc—, ¿por qué no apostarle a alguien que dice cosas nuevas? ¿Por qué no intentar otra cosa?
El riesgo de volvernos como Venezuela es un eslogan vacío, basta conocer la historia, valorar nuestra institucionalidad y entender el rol de los militares para saber que no es un riesgo real.
Petro les habla en otro lenguaje, el del cambio social al que deberíamos aspirar luego de cerrado el conflicto armado. Eso, sumado al cansancio con el establecimiento político tradicional y la corrupción, lo puede llevar lejos, por lo menos a segunda vuelta, donde todos van a querer enfrentarlo en nombre del statu quo, con el que nos ha ido de maravilla.
¿Quién iba a imaginar que ni el acuerdo de paz con las Farc o las estrategias para luchar contra la corrupción iban a estar en el centro del debate de la campaña presidencial, sino Petro u, otra forma de verlo, el castrochavismo?
Lo cierto es que el ascenso de Petro en las encuestas de intención de voto refleja mucho de lo que está en juego —y en debate— en esta curiosa campaña con más de diez aspirantes, lo que deja ver que el sistema político ya no refleja una matriz de partidos tradicional, sino tendencias ideológicas sin estructuras partidistas sólidas detrás.
Petro asusta más por lo que dice que por lo que será capaz de hacer. Como alcalde de Bogotá demostró que vive más de los enunciados de política que de realizaciones. Transformar buenas o malas ideas en políticas públicas es cada vez más difícil en un Estado como el colombiano, cooptado por tecnócratas en lo nacional y por élites saqueadoras de lo público en lo local, y sometido a un bloqueo institucional constante por parte de poderosos actores con veto, como las cortes o el Congreso. Los tiempos del Ejecutivo todopoderoso quedaron atrás y es imposible que una sola persona sea capaz de revertir esa situación.
Pero Petro también asusta porque mucha gente cree que cuando se dé cuenta de que gobernar es más difícil que prometer cosas, optará por la estrategia de jugarle a la polarización, como hizo en Bogotá, un escenario que ya otros políticos y los grandes medios están dispuestos a comprarle rápidamente. Un país que sale polarizado luego de un acuerdo de paz que no apoyó buena parte del electorado es un escenario ideal para quien se la quiera jugar por la retórica de la lucha de clases en un país tan desigual como Colombia.
Y es ahí donde está el verdadero miedo a Petro, que en medio de su narrativa mesiánica plantea temas sobre los cuales en Colombia difícilmente se discute en campañas. Quizás como consecuencia de la persistencia del conflicto armado, muchos temas han estado por fuera del debate público y de la agenda misma del Estado, y Petro habla de ello, y mucha gente en el pueblo lo escucha y se siente representado. Mucha gente se pregunta qué tan mal nos puede ir con un gobierno de izquierda que plantea redefinir el rol del Estado en la economía, o preguntar por los latifundios improductivos, en sugerir que es posible otro modelo económico, con un crecimiento que no dependa siempre de las mismas variables, menos rentista, menos dependiente de los hidrocarburos, con una mirada más ecológica y con una visión más incluyente de grupos vulnerables —algo que sí hizo en Bogotá—.
Ese cuento les suena a muchos. Las diferencias de enfoque económico y social entre los candidatos con mayores opciones son meramente marginales, de estilo, si se quiere, sería más de lo mismo, y entonces si ya no hay conflicto armado —al menos con las Farc—, ¿por qué no apostarle a alguien que dice cosas nuevas? ¿Por qué no intentar otra cosa?
El riesgo de volvernos como Venezuela es un eslogan vacío, basta conocer la historia, valorar nuestra institucionalidad y entender el rol de los militares para saber que no es un riesgo real.
Petro les habla en otro lenguaje, el del cambio social al que deberíamos aspirar luego de cerrado el conflicto armado. Eso, sumado al cansancio con el establecimiento político tradicional y la corrupción, lo puede llevar lejos, por lo menos a segunda vuelta, donde todos van a querer enfrentarlo en nombre del statu quo, con el que nos ha ido de maravilla.