El triunfo del presidente Santos en segunda vuelta se debe en buena parte a los votos de la izquierda democrática que se movilizó contra el regreso del uribismo y en apoyo a la oportunidad de paz más creíble de los últimos 30 años, a pesar de sus reticencias con el gobierno, así que el resultado no solamente es un plebiscito por la paz, sino también un mandato para que en el segundo gobierno Juanpa desarrolle una agenda liberal - progresista que restablezca el espíritu de la Constitución de 1991 apaleado durante ocho años de uribismo.
Por supuesto que también hubo voto de las maquinarias al servicio de políticos leales al gobierno aceitadas con presupuesto oficial, lo cual ameritaría una investigación para tratar de explicar esas votaciones atípicas en algunos departamentos de la Costa Atlántica, especialmente para tener claridad cuánto de voto amarado y comprado hay allí y cuánto de voto independiente. Lo cierto es que hoy hay una injusta generalización de que en la Costa norte nadie vota a conciencia. Y claro, también hubo voto independiente, conservador y de uribistas cansados con el estilo confrontacional y amargado del ex presidente.
Escribí la anterior columna con un profundo escepticismo y bajo la idea de la matriz de representatividad desarrollada por el politólogo argentino Marcelo Cavarozzi, para dar a entender que el principal problema de Santos era que resultaba difícil que la gente se viera representada en él, a diferencia de Zuluaga, donde la figura de Uribe ayudaba a que mucha gente, especialmente en las regiones del centro del país, se vieran representados en el candidato del Centro Democrático.
En segunda vuelta eso no cambió, pero sí cambió el hecho de que muchos de quienes no votaron en primera o votaron en blanco, o lo hicieron por otros candidatos, decidieron darle un voto de confianza a la paz pero, seguramente siguen sin sentirse representados y desconfían de la forma de hacer política y de las políticas del gobierno de Santos. Si dudábamos que existiera en el país una reserva democrática, ésta se manifestó en segunda vuelta, y esta es sin duda una buena noticia.
Los distintos sectores políticos harán valer su apoyo. Los de la maquinaria, con más mermelada y poder de designación en las regiones, pero lo más significativo será que los sectores de la izquierda logren traducir ese apoyo en ajustes de políticas en temas clave, y el momento preciso para esto se dará cuando se discuta el próximo plan de desarrollo.
El llamado Frente Amplio por la paz – sin duda inspirado en la experiencia uruguaya- debe exigir al gobierno un diálogo en la discusión del plan de desarrollo, de manera que éste recoja las aspiraciones que están en el ideario de los sectores que lo conforman. Prioritario será la reforma a la justicia y revisión profunda de la política agrícola, corazón del conflicto que se negocia en la Habana.
La reelección de Santos supone el fin del modelo de gobierno que se sustentaba en la Unidad Nacional, ahora, las claves de la gobernabilidad pasan por la incorporación de las demandas de sectores políticos que representan sectores sociales por fuera del bipartidismo tradicional. Un escenario de posconflicto supone también la ampliación de la democracia, y Santos tiene el deber de hacerlo.
La paz en Colombia no sólo es algo que se obtiene como por arte de magia al momento de firmar unos acuerdos y dejar las armas, es un proceso para encantar a la mayoría con un escenario de inclusión política y social.
@cuervoji
El triunfo del presidente Santos en segunda vuelta se debe en buena parte a los votos de la izquierda democrática que se movilizó contra el regreso del uribismo y en apoyo a la oportunidad de paz más creíble de los últimos 30 años, a pesar de sus reticencias con el gobierno, así que el resultado no solamente es un plebiscito por la paz, sino también un mandato para que en el segundo gobierno Juanpa desarrolle una agenda liberal - progresista que restablezca el espíritu de la Constitución de 1991 apaleado durante ocho años de uribismo.
Por supuesto que también hubo voto de las maquinarias al servicio de políticos leales al gobierno aceitadas con presupuesto oficial, lo cual ameritaría una investigación para tratar de explicar esas votaciones atípicas en algunos departamentos de la Costa Atlántica, especialmente para tener claridad cuánto de voto amarado y comprado hay allí y cuánto de voto independiente. Lo cierto es que hoy hay una injusta generalización de que en la Costa norte nadie vota a conciencia. Y claro, también hubo voto independiente, conservador y de uribistas cansados con el estilo confrontacional y amargado del ex presidente.
Escribí la anterior columna con un profundo escepticismo y bajo la idea de la matriz de representatividad desarrollada por el politólogo argentino Marcelo Cavarozzi, para dar a entender que el principal problema de Santos era que resultaba difícil que la gente se viera representada en él, a diferencia de Zuluaga, donde la figura de Uribe ayudaba a que mucha gente, especialmente en las regiones del centro del país, se vieran representados en el candidato del Centro Democrático.
En segunda vuelta eso no cambió, pero sí cambió el hecho de que muchos de quienes no votaron en primera o votaron en blanco, o lo hicieron por otros candidatos, decidieron darle un voto de confianza a la paz pero, seguramente siguen sin sentirse representados y desconfían de la forma de hacer política y de las políticas del gobierno de Santos. Si dudábamos que existiera en el país una reserva democrática, ésta se manifestó en segunda vuelta, y esta es sin duda una buena noticia.
Los distintos sectores políticos harán valer su apoyo. Los de la maquinaria, con más mermelada y poder de designación en las regiones, pero lo más significativo será que los sectores de la izquierda logren traducir ese apoyo en ajustes de políticas en temas clave, y el momento preciso para esto se dará cuando se discuta el próximo plan de desarrollo.
El llamado Frente Amplio por la paz – sin duda inspirado en la experiencia uruguaya- debe exigir al gobierno un diálogo en la discusión del plan de desarrollo, de manera que éste recoja las aspiraciones que están en el ideario de los sectores que lo conforman. Prioritario será la reforma a la justicia y revisión profunda de la política agrícola, corazón del conflicto que se negocia en la Habana.
La reelección de Santos supone el fin del modelo de gobierno que se sustentaba en la Unidad Nacional, ahora, las claves de la gobernabilidad pasan por la incorporación de las demandas de sectores políticos que representan sectores sociales por fuera del bipartidismo tradicional. Un escenario de posconflicto supone también la ampliación de la democracia, y Santos tiene el deber de hacerlo.
La paz en Colombia no sólo es algo que se obtiene como por arte de magia al momento de firmar unos acuerdos y dejar las armas, es un proceso para encantar a la mayoría con un escenario de inclusión política y social.
@cuervoji