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Acaba de salir publicado, editado por Routledge, el libro (en inglés) titulado “La economía geopolítica del fútbol” en el que colaboro con un capítulo sobre el frustrado intento colombiano de realizar el Mundial de 1986.
El trabajo contextualiza las razones por las que Colombia dijo no a aquel Mundial. En resumen, son dos. Por un lado, el eterno populismo facilista que nos caracteriza hasta el día de hoy, que veía como la realización del Mundial dilapidaría recursos imprescindibles para la inversión social que nos sacaría de la pobreza. Por otro lado, la realidad geopolítica externa. La FIFA pasó de ser una organización de “amigos” en 1974, cuando nos dieron el mundial, a ser una multinacional con necesidades financieras muy diferentes en 1986.
Cuando la FIFA le entregó a Colombia el mundial, era la oportunidad para que una desconocida nación en desarrollo pudiera mostrarse al mundo como una sociedad que apuntaba al S. XXI. Lo que ocurrió durante los siguientes ocho años, sin embargo, se convirtió en un ejemplo perfecto de cómo no prepararse para un evento deportivo global.
Las señales de advertencia estuvieron presentes desde el principio. Más allá de la inexistente infraestructura, los funcionarios colombianos, a punta de imágenes y vídeos futuristas, planteaban con base en dibujos, todavía en 1977, un Campín con capacidad para 80.000 espectadores, todos sentados.
El aspecto más notable de esta historia no es que Colombia fracasara en albergar el Mundial - es que nada se logró en ocho años de preparación. Mientras los funcionarios formaban comités y subcomités, redactaban propuestas y contrapropuestas, el trabajo real de construir estadios, mejorar el transporte y desarrollar infraestructura permaneció en el reino de la imaginación.
El acto final llegó en 1982 cuando la FIFA, cansada de la parálisis institucional de Colombia, entregó un ultimátum disfrazado de requisitos técnicos. La respuesta del presidente Belisario Betancur fue tanto dramática como reveladora. En un discurso televisado a nivel nacional, declaró que Colombia no estaría al servicio de “las extravagancias de la FIFA”. Fue un gesto para salvar las apariencias que transformó ocho años de inacción en una postura de principios contra la comercialización de la FIFA.
Pero la verdadera tragedia es que cuatro décadas después, Colombia todavía lidia con los mismos desafíos de infraestructura que hicieron imposible albergar el Mundial en 1986. La capital del país aún no ha construido su prometido sistema de metro, más de la mitad de la fuerza laboral permanece en el empleo informal, y la infraestructura básica de transporte y turismo continúa rezagada respecto a los estándares internacionales.
La saga del Mundial de 1986 no fue solo sobre fútbol - fue un espejo que reflejó la incapacidad más amplia de Colombia para ejecutar proyectos nacionales a largo plazo. Si bien la creciente comercialización de la FIFA y las presiones políticas externas tuvieron su rol, la verdad es que Colombia ni entonces ni ahora podría satisfacer compromisos e inversiones de ese calibre. Seguimos creando vídeos de lo que será.
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