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Hace unas dos décadas, le preguntaban a Alexis Lalas, aquel pelirrojo mechudo de la selección EE.UU. 1994, su opinión sobre el futuro del fútbol femenino. Su respuesta siempre me pareció llamativa: “los hombres hemos luchado y conseguido, es la hora de ellas de luchar por sus derechos”. He ahí la clave. A estas alturas, es relativamente conocido que a las mujeres les cortaron las alas pronto. Con el argumento genérico del peligro del fútbol para procrear, en Inglaterra, Brasil, Alemania, entre otros, simplemente les prohibieron jugar. La sanción por ser mujer se prolongó hasta los años setenta. Nominalmente, porque tomaría aún dos décadas más para que la FIFA pusiera en marcha un mundial de fútbol, la esencia de este deporte. Los hombres, mientras tanto, libraban sus propias batallas. A Pelé, como a Eusebio, les prohibieron fichar por un club extranjero, por ser “patrimonio del país”. En Inglaterra, el fútbol tuvo un salario máximo de £20 semanales hasta 1961, no mucho más que el salario medio de un hogar, entonces de £14.10. Durante la mayor parte del siglo XX, al expirar el contrato de un futbolista, éste no podía decidir su destino pues era propiedad del club de forma vitalicia. No fue hasta que en los noventa un desconocido Jean-Marc Bosman demandó tal exabrupto. Su accionar le costó su trabajo, su matrimonio y además rechazó €600.000 de la UEFA para que retirara la demanda. Ganó la demanda, pero él quedó en la quiebra. Los primeros conatos de asociaciones sindicales son de los años sesenta, Colombia incluida. Cruyff, ya en sus inicios, cuestionó a los dirigentes de la Federación Holandesa, por viajar con seguro, mientras que los futbolistas, los artistas, no tenían nada. Con la selección jugaban gratis, sólo honor. Aún en el S. XXI, nuestro fútbol presentaba situaciones inadmisibles. Arley Dinas, jugando con la selección Colombia, se rompió el cartílago de la rodilla derecha en 2004. Fue operado misericordiosamente por un médico amigo que había conocido en el América. Nadie respondió por su lesión a pesar de que ya entonces un trabajador formal debía contar con los seguros médicos necesarios. Hoy el fútbol masculino goza de una salud envidiable para cualquier otra industria. Las grandes estrellas ganan cifras grotescas, pero también gana bien el futbolista promedio. En España, un futbolista de primera división ingresa en promedio €155.000 anuales, €77.000 en segunda. Contando que el presidente de aquel país gana €85.000.000, son cifras importantes, aunque es bien sabido que el flujo de ingresos de un deportista apenas dura unos años.
Las mujeres, como sugería Lalas, están en su lucha. En Colombia les siguen regateando la liga femenina. El mejor golpe al statu quo son los resultados. Las jugadoras, a diferencia de ciertos periodistas, han entendido que su brillante subcampeonato en la Copa América es la mejor herramienta para impulsar el fútbol femenino. Poco aporta menospreciar el masculino. El mundial del 2023 es la oportunidad de oro para consolidar la liga en el país.