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Néiser Villarreal, 19 añitos, se paró encima del balón. La reacción del árbitro fue sacarle amarilla; la de los rivales, buscarlo para agredirlo, empujarlo e insultarlo. Los periodistas, en su mayoría, lo calificaron desde imbécil a estúpido. El fútbol está en crisis.
Lo primero. Pararse encima del balón no está estipulado en las reglas como merecedor de tarjeta amarilla. Lo que está castigado es faltar al respeto al espíritu del fútbol. En Colombia, en el mundo, decidieron que hacer algunas virguerías con el balón se castiga con tarjeta amarilla. Triste escenario el de nuestro fútbol porque el espíritu de este deporte se basa en la creatividad, el talento y la capacidad de sorprender al rival. Humillar al rival, con balón, es desde siempre parte de la esencia del juego.
Innecesario, dicen algunos eruditos comentaristas. No hay colombiano que no saque pecho por aquello que sucedió en Wembley una tarde de septiembre de 1995. Desde unos 25 metros, y ligeramente escorado a la derecha, el inglés Redknapp ejecutó un disparo intrascendente rumbo a la portería del arquero de la selección de Colombia. El balón salió en parábola hacia el centro de la portería. Higuita, en lugar de encajar el balón, dio tres pequeños pasos hacia atrás, se impulsó hacia adelante y ejecutó lo que el mundo conocería para siempre como el escorpión. Eran otros tiempos. Aquella jugada completamente innecesaria de Higuita fue alabada por propios y extraños.
“Imbécil”, le leí a alguno; “estúpido”, soltó otro. No sé si fue el primero, pero sí ha sido el más elegante. Esperando un balón cruzado, de esos de 30 metros, Neymar decidió dar un pequeño salto, y cruzando el pie derecho por detrás del izquierdo, paró el balón en el aire de forma totalmente antinatural. Nuestro Lucho Díaz hace esa jugada. Nadie los ha ofendido, como aquí hicieron de forma tan irrespetuosa.
Pelé hacía una jugada aún más humillante: con balón controlado, se paraba frente al rival, que seguramente rezaba para adivinar si saldría por derecha o por izquierda, pero el Rey optaba por la tercera vía. Pateaba el balón hacia la canilla del rival, arrancaba y al recibir la “pared” involuntaria, salía como una bala con balón controlado.
En diciembre de 1982, el irrepetible Cruyff decidió rizar el rizo. Listo para patear el penal, optó por tocar el balón ligeramente hacia la izquierda. Desde atrás apareció su compañero Jesper Olsen para tomar el balón y enfrentar a un sorprendido arquero. Optó por devolver el balón a Cruyff, quien marcó a puerta vacía.
Vinicius, el delantero madridista, sin duda está en capacidad de pararse encima del balón. Pero en España no la hace. Allá, la defensa del Atlético de Simeone no le da los dos metros que aquí parecen sobrar. Quizás en eso deban pensar nuestros futbolistas.
Ni Villarreal ni Francisco Chaverra son Cruyff ni Pelé, pero agradezco su afán por divertir. Lo humillante es que quienes agredieron al joven jugador de Millonarios se fueron sin sanción. Al artista se le castigó. Estamos mal.
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