La selección de Colombia rozó la gloria en este Mundial de 2023. El legado más grande que dejan nuestras futbolistas es la mentalidad ganadora, casi inédita en nuestro medio. La frase de la capitana dejando claro que el objetivo era el título y, más importante, haberlo disputado hasta el último minuto, es ya un hito del deporte nacional. Pero, como buenos colombianos, no podemos celebrar todos al mismo ritmo.
El fútbol no es más que un reflejo de la sociedad. Este país vive dividido por la política, por regiones, por el medio en que nos transportamos y, cómo no, por el fútbol. El éxito de las jugadoras llegó acompañado de dos corrientes tan opuestas como, en mi opinión, detestables. Por un lado, hombres que minusvaloran el fútbol femenino, que las tildan de “muñecas” o aún consideran que el fútbol es solo de hombres.
Por otro lado, hay aquellos, mayoritariamente mujeres, pero no exclusivamente, que enfocan el éxito de la selección en el Mundial en relación con el necesario fracaso de la selección masculina. Este grupo, además, repite hasta la saciedad que ellas están ahí, a pesar de ellos, sean dirigentes, periodistas y hasta hinchas.
A la larga, el problema de ambos grupos es un desconocimiento profundo de la historia del fútbol, casi de la sociedad en general. Sobre la exclusión del fútbol femenino he escrito varias veces en esta columna. Resumiendo: Tras germinar en el siglo XIX, el fútbol femenino no floreció porque la sociedad machista de la época primero las limitó y luego las vetó por décadas.
Sobre el segundo grupo, es evidente que existe una desigualdad de género en el fútbol. Quizá desconozcan que el costo de estadía y transporte de los ejecutivos de FIFA en el Mundial del 82 costó US$3’000.000, más que movilizar a todos los 24 equipos. Historias de dirigentes oprimiendo futbolistas se cuentan por miles.
Por eso es tan importante la frase de Falcao, que recuerda a la de Alexi Lalas hace 25 años: “Escribiendo su propia historia”. Lalas decía que las mujeres debían ahora luchar por sus derechos como antes les había tocado a ellos. En el fútbol se ha discriminado o maltratado a jugadores por su color de piel, nivel social, religión, orientación sexual, el género y cualquier característica imaginable. Hasta hace no tanto, un futbolista promedio carecía de derechos laborales. Un señor por muchos desconocido, Jean-Marc Bosman, dio nombre a una ley que da libertad deportiva a un futbolista una vez acaba su contrato. Sembró, pero no recogió: terminó expulsado a la cuarta división.
Las mujeres llevan décadas luchando y aún hoy están lejos de una necesaria paridad, por lo que sus exigencias hoy son tan válidas como aquellas que hicieron los varones décadas atrás. Pero la historia que escribe nuestra selección hay que verla como una reivindicación desde sus cualidades y potencial. Yo quisiera que el éxito de unas no exigiera el fracaso de los otros.
La selección de Colombia rozó la gloria en este Mundial de 2023. El legado más grande que dejan nuestras futbolistas es la mentalidad ganadora, casi inédita en nuestro medio. La frase de la capitana dejando claro que el objetivo era el título y, más importante, haberlo disputado hasta el último minuto, es ya un hito del deporte nacional. Pero, como buenos colombianos, no podemos celebrar todos al mismo ritmo.
El fútbol no es más que un reflejo de la sociedad. Este país vive dividido por la política, por regiones, por el medio en que nos transportamos y, cómo no, por el fútbol. El éxito de las jugadoras llegó acompañado de dos corrientes tan opuestas como, en mi opinión, detestables. Por un lado, hombres que minusvaloran el fútbol femenino, que las tildan de “muñecas” o aún consideran que el fútbol es solo de hombres.
Por otro lado, hay aquellos, mayoritariamente mujeres, pero no exclusivamente, que enfocan el éxito de la selección en el Mundial en relación con el necesario fracaso de la selección masculina. Este grupo, además, repite hasta la saciedad que ellas están ahí, a pesar de ellos, sean dirigentes, periodistas y hasta hinchas.
A la larga, el problema de ambos grupos es un desconocimiento profundo de la historia del fútbol, casi de la sociedad en general. Sobre la exclusión del fútbol femenino he escrito varias veces en esta columna. Resumiendo: Tras germinar en el siglo XIX, el fútbol femenino no floreció porque la sociedad machista de la época primero las limitó y luego las vetó por décadas.
Sobre el segundo grupo, es evidente que existe una desigualdad de género en el fútbol. Quizá desconozcan que el costo de estadía y transporte de los ejecutivos de FIFA en el Mundial del 82 costó US$3’000.000, más que movilizar a todos los 24 equipos. Historias de dirigentes oprimiendo futbolistas se cuentan por miles.
Por eso es tan importante la frase de Falcao, que recuerda a la de Alexi Lalas hace 25 años: “Escribiendo su propia historia”. Lalas decía que las mujeres debían ahora luchar por sus derechos como antes les había tocado a ellos. En el fútbol se ha discriminado o maltratado a jugadores por su color de piel, nivel social, religión, orientación sexual, el género y cualquier característica imaginable. Hasta hace no tanto, un futbolista promedio carecía de derechos laborales. Un señor por muchos desconocido, Jean-Marc Bosman, dio nombre a una ley que da libertad deportiva a un futbolista una vez acaba su contrato. Sembró, pero no recogió: terminó expulsado a la cuarta división.
Las mujeres llevan décadas luchando y aún hoy están lejos de una necesaria paridad, por lo que sus exigencias hoy son tan válidas como aquellas que hicieron los varones décadas atrás. Pero la historia que escribe nuestra selección hay que verla como una reivindicación desde sus cualidades y potencial. Yo quisiera que el éxito de unas no exigiera el fracaso de los otros.