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El método científico es muy reciente en la historia: cuatro siglos. En este tiempo, ha permitido avances significativos en el conocimiento de la naturaleza y del cosmos, y mejoras en la calidad de vida. No pretende ser el único sistema que permite acercarse a una mejor comprensión de la humanidad y su entorno. La intuición, la introspección, el arte, la poesía, la inspiración y la iluminación son también aliados en el conocimiento. Einstein sintetizó: “El arte es la expresión más profunda del pensamiento por el camino más sencillo”. Los conceptos de belleza y simetría están inmersos en la física teórica y en la matemática, son ejemplos de ello la formulación del modelo estándar de las partículas elementales y las hipótesis de la relatividad. En la creación matemática la idea de belleza es una guía casi segura para su éxito, J. von Newmann dice: “El criterio matemático de selección y que tiene más probabilidades de éxito es el estético”. Aristóteles afirmó “Quien no identifica ciencia y matemáticas con la belleza no las comprende”. Adelantándose tres siglos a Newton, Dante Alighieri, utilizando un concepto casi desconocido, gravedad, estabilizó un lago sin fondo en el centro de la Tierra, lugar del infierno donde habita el demonio. Las áreas del conocimiento que siguen el método científico, no solo las llamadas ciencias duras, aceptan que sus resultados son provisionales, que nuevas observaciones pueden llevar a modificarlos. El conocimiento se va acercando a la realidad objetiva.
La aplicación de la ciencia a las tecnologías en muchos casos ha causado y causa daños enormes a la humanidad, en especial cuando se aplican a la muerte y las guerras. Esto no se debe a la ciencia, sino a quienes las emplean con fines perversos. Las grandes masacres y genocidios de la historia no requirieron ciencia ni tecnología de última generación. En el medioevo se usaron como armas químicas el envenenamiento con cadáveres de las fuentes de agua. A finales del siglo XX, utilizando una tecnología sencilla, el machete, cerca de un millón de tutsis (habitantes de Ruanda) fueron masacrados.
El bombardeo a Tokio con armas convencionales, días antes de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, causó más víctimas que en estas ciudades. En el holocausto contra la comunidad judía no se utilizaron dispositivos altamente sofisticados, fueron suficientes el hambre, las enfermedades, el gas venenoso de producción industrial patentada.
Los avances en medicina han permitido duplicar la esperanza de vida. La observación y el conocimiento de prácticas ancestrales han sido también incorporadas y sistematizadas en los nuevos y efectivos medicamentos. Antes del descubrimiento de la penicilina, para evitar infecciones se curaban las heridas aplicando miel de panela, que genera hongos (penicilina), y alcohol, que cura y desinfecta. Hoy existen medicamentos más adecuados, que permiten además atacar infecciones internas. La aspirina y la quina provienen de saberes tradicionales. La neurociencia explica el poder curativo del placebo, que actúa en forma similar a la acción de un chamán.
Con las vacunas, la ciencia ortodoxa ha permitido erradicar la viruela y casi totalmente el polio y el sarampión, su reciente éxito con las vacunas contra el covid permitió salvar millones de vidas.
Más que una confrontación entre las diferentes miradas de la ciencia, se requiere un diálogo de saberes.