Fedesarrollo, en cabeza de su investigador Mauricio Reina, juiciosamente ha hecho un análisis de las propuestas económicas de los candidatos presidenciales en Colombia. Del estudio sobresale la evidencia de que aún subsiste en la mayoría de los colombianos el temor de que sigamos en Colombia la senda del desastre económico del modelo venezolano, así como la identificación del desempleo como nuestro problema central.
Dentro de las promesas electorales estudiadas, Reina profundiza en las ideas de reforma pensional y tributaria de cada candidato, asuntos claves para construir nuestro largo plazo. Sin embargo, me parece más importante destacar las conclusiones claves de lo que la mayoría de las calificadoras de riesgo o entes multilaterales han considerado el tema central que el próximo gobierno habrá de enfrentar. Me refiero al crecimiento y desarrollo productivo, que no es nada distinto a saber de dónde saldrá la generación de riqueza más importante de la Colombia que viene. La realidad es concluyente. Por muchos años vivimos de café, otros tantos de petróleo, y hoy enfrentamos una reducción de casi 30 % en nuestro crecimiento potencial, con el agravante de que estamos estancados en competitividad y con un bono demográfico por acabarse, lo que pone urgencia en la necesidad de elevar la productividad.
Entre las propuestas de los candidatos hay lugares comunes, “cisnes negros” y propuestas peligrosas. Entre los lugares comunes están el desarrollo del sector del agro, el fortalecimiento de la inversión en ciencia y tecnología, el interés de promover un desarrollo ambientalmente sostenible, la urgencia de fomentar la diversificación de la canasta exportadora y el impulso al desarrollo de infraestructura en sentido amplio. Entre las propuestas peligrosas están las de acabar con la industria extractiva sostenible y formal (sin proponer cuidadosamente sustitutos) o aquella que pretende implementar “prácticas proteccionistas del siglo XXI”, que nos devuelve en nuestra historia económica y promueve un país autárquico en un mundo globalizado.
Finalmente están los “cisnes negros” o ideas sorpresa de eventuales grandes impactos si son implementadas acertadamente. Entre ellas están las de promover la innovación como centro de un programa de gobierno o contribuir a que Colombia sea un escenario de desarrollo de industrias creativas y del emprendimiento, o propiciar estrategias de mejoramiento y movilidad del capital humano, o fortalecer la red ferroviaria del país como motor de nuevos mercados.
Habiendo dicho esto, recomiendo a los candidatos presidenciales o a sus asesores leerse con cuidado el recientemente divulgado informe del BID “La hora del crecimiento”, para identificar nuevos caminos para alcanzar ese anhelado 5 % o más de crecimiento, que a su vez nos haga más productivos, que genere empleo y que no retroceda en los avances sociales de reducción de pobreza y generación de equidad que tiene Colombia en los últimos 15 años.
A la luz del informe del BID, necesitamos invertir en infraestructura de forma tal que la inversión crezca por lo menos 8 puntos porcentuales del PIB, lo que necesariamente supone una mayor tasa de ahorro cuyo único camino son reformas serias y prontas en lo pensional y en lo fiscal. En segundo lugar, es indispensable que los candidatos envíen un mensaje de confianza al sector privado, que además significa ser competitivos en costos (laborales, tributarios, de energía y logísticos), enfrentar la evasión, dar claridad con el tema de tierras y agilizar trámites ambientales y de consultas a comunidades. Finalmente, es indispensable considerar una apuesta seria de mejoramiento del capital humano en cantidad y niveles formativos y un esfuerzo activo de promover la innovación en las empresas e inserción de la economía en la cuarta revolución industrial (en lugar de seguir enredados prohibiendo o dejando en la oscuridad modelos tipo Uber o Airbnb). Lo que no debería suceder es que sigamos retrocediendo en la regulación, por ejemplo laboral, a modelos de la década de los 60, que les inyectan nuevas inflexibilidades de mercado a formas de contratación, mecanismos de desvinculación o aun a medios de remuneración.
A todo lo anterior, me permito recomendar que los candidatos adicionen un capítulo especial que promueva activamente la equidad, a través de la política social, la reforma fiscal o lo regulatorio, de forma tal que existan oportunidades para todos.
jrestrep@gmail.com / @jrestrp
Fedesarrollo, en cabeza de su investigador Mauricio Reina, juiciosamente ha hecho un análisis de las propuestas económicas de los candidatos presidenciales en Colombia. Del estudio sobresale la evidencia de que aún subsiste en la mayoría de los colombianos el temor de que sigamos en Colombia la senda del desastre económico del modelo venezolano, así como la identificación del desempleo como nuestro problema central.
Dentro de las promesas electorales estudiadas, Reina profundiza en las ideas de reforma pensional y tributaria de cada candidato, asuntos claves para construir nuestro largo plazo. Sin embargo, me parece más importante destacar las conclusiones claves de lo que la mayoría de las calificadoras de riesgo o entes multilaterales han considerado el tema central que el próximo gobierno habrá de enfrentar. Me refiero al crecimiento y desarrollo productivo, que no es nada distinto a saber de dónde saldrá la generación de riqueza más importante de la Colombia que viene. La realidad es concluyente. Por muchos años vivimos de café, otros tantos de petróleo, y hoy enfrentamos una reducción de casi 30 % en nuestro crecimiento potencial, con el agravante de que estamos estancados en competitividad y con un bono demográfico por acabarse, lo que pone urgencia en la necesidad de elevar la productividad.
Entre las propuestas de los candidatos hay lugares comunes, “cisnes negros” y propuestas peligrosas. Entre los lugares comunes están el desarrollo del sector del agro, el fortalecimiento de la inversión en ciencia y tecnología, el interés de promover un desarrollo ambientalmente sostenible, la urgencia de fomentar la diversificación de la canasta exportadora y el impulso al desarrollo de infraestructura en sentido amplio. Entre las propuestas peligrosas están las de acabar con la industria extractiva sostenible y formal (sin proponer cuidadosamente sustitutos) o aquella que pretende implementar “prácticas proteccionistas del siglo XXI”, que nos devuelve en nuestra historia económica y promueve un país autárquico en un mundo globalizado.
Finalmente están los “cisnes negros” o ideas sorpresa de eventuales grandes impactos si son implementadas acertadamente. Entre ellas están las de promover la innovación como centro de un programa de gobierno o contribuir a que Colombia sea un escenario de desarrollo de industrias creativas y del emprendimiento, o propiciar estrategias de mejoramiento y movilidad del capital humano, o fortalecer la red ferroviaria del país como motor de nuevos mercados.
Habiendo dicho esto, recomiendo a los candidatos presidenciales o a sus asesores leerse con cuidado el recientemente divulgado informe del BID “La hora del crecimiento”, para identificar nuevos caminos para alcanzar ese anhelado 5 % o más de crecimiento, que a su vez nos haga más productivos, que genere empleo y que no retroceda en los avances sociales de reducción de pobreza y generación de equidad que tiene Colombia en los últimos 15 años.
A la luz del informe del BID, necesitamos invertir en infraestructura de forma tal que la inversión crezca por lo menos 8 puntos porcentuales del PIB, lo que necesariamente supone una mayor tasa de ahorro cuyo único camino son reformas serias y prontas en lo pensional y en lo fiscal. En segundo lugar, es indispensable que los candidatos envíen un mensaje de confianza al sector privado, que además significa ser competitivos en costos (laborales, tributarios, de energía y logísticos), enfrentar la evasión, dar claridad con el tema de tierras y agilizar trámites ambientales y de consultas a comunidades. Finalmente, es indispensable considerar una apuesta seria de mejoramiento del capital humano en cantidad y niveles formativos y un esfuerzo activo de promover la innovación en las empresas e inserción de la economía en la cuarta revolución industrial (en lugar de seguir enredados prohibiendo o dejando en la oscuridad modelos tipo Uber o Airbnb). Lo que no debería suceder es que sigamos retrocediendo en la regulación, por ejemplo laboral, a modelos de la década de los 60, que les inyectan nuevas inflexibilidades de mercado a formas de contratación, mecanismos de desvinculación o aun a medios de remuneración.
A todo lo anterior, me permito recomendar que los candidatos adicionen un capítulo especial que promueva activamente la equidad, a través de la política social, la reforma fiscal o lo regulatorio, de forma tal que existan oportunidades para todos.
jrestrep@gmail.com / @jrestrp