Cuenta la leyenda que en el siglo XIX una flota británica encalló en un arrecife en el Caribe. Los pobladores de una isla cercana salvaron a los tripulantes y como muestra de gratitud, Jorge III, rey de Inglaterra, prometió que dicha isla nunca pagaría impuestos. Con el tiempo esa isla se convertiría en refugio contra los abusos tributarios de muchas naciones en el mundo o escondite frente a criminales intenciones de quienes perseguían a los más acomodados.
Esta historia contrasta con el misterio, enredo y actuar tipo caja negra que hemos conocido por revelaciones de periodistas independientes en los casos de los papeles de Panamá y del Paraíso. En el último mes hemos conocido este último caso y nuevamente salen a la luz pública documentos de prestigiosas firmas de abogados que ponen en la picota a líderes y celebridades, incluyendo reyes (entre ellas la sucesora del mítico rey que dio vida a estos paraísos) y jefes de Estado.
De inmediato sucede lo mismo. Acusaciones van y vienen sobre eventual evasión fiscal, la mayoría se queda callada, otros más afamados niegan dichas aseveraciones, otros expresan que eso fue hace mucho tiempo y que desconocían de dichas operaciones y otros manifiestan que todo se declaró y reportó oportunamente e integralmente a las autoridades correspondientes. Tal vez en el caso colombiano, y como rareza en comparación con entes similares (me refiero a la DIAN), su expresión pública concluye en defensa de los afamados paraísos, afirmando que se están satanizando sin que haya lugar a que se infrinja la ley tributaria en todos los casos.
Por un momento quisiera superar el debate sobre si hay eventualmente evasión o elusión. Simplemente quisiera llamar la atención acerca de un principio del mundo moderno alrededor del gobierno corporativo y el “accountability”, tan de moda en los debates contemporáneos de la administración. Me refiero al principio de transparencia empresarial. Ese mismo que no se entiende mucho cuando la firma de abogados de Panamá para comunicarse con sus clientes del “paraíso” utilizaba seudónimos como “Winnie the Pooh” y así hacía oscura seguramente la operación.
Por eso entiendo las conclusiones hace un corto tiempo de más de 300 economistas del mundo, convocados por Oxfam, con motivo de una reunión sobre corrupción, incluidos varios premios nobel de Economía, quienes llegaban a una conclusión contundente que ya sabemos no comparte la DIAN: “No hay argumento económico que justifique la continuidad de los paraísos fiscales”. Justamente porque esos “paraísos” minan la capacidad recaudatoria, distorsionan el comportamiento de la economía global, ahondan la inequidad y disminuyen la competitividad.
A esta misma cruzada se han sumado el Consejo Pontificio “Justicia y Paz” en 2006 y el propio papa Francisco (nuestro reciente visitante que lastimosamente no visitó la DIAN), cuando afirmaban que la corrupción se favorece por la escasa transparencia de las finanzas internacionales, ejemplo de lo cual es la existencia de paraísos fiscales y la incapacidad para combatir su existencia. Francisco incluso en la encíclica Laudato si, de la que tanto habló en Colombia, llama la atención sobre no sólo las ganancias que crecen exponencial e inequitativamente, sino en la corrupción ramificada y evasión fiscal egoísta que asume dimensión internacional.
Para mi gusto el abuso de los poco transparentes paraísos fiscales, con o sin evasión, suma además un modelo que perpetúa una doble moral en la sociedad. Esos mismos que se enfurecen contra los carteles de la contratación o similares, o que pontifican por la ética, prefieren utilizar mecanismos como estos “paraísos” para eludir o enturbiar operaciones que podrían ser bastante más limpias y transparentes, y permitirían además, de manejarse distinto, recuperar buena parte de aquellos $15 a 20 billones anuales (dos reformas tributarias) que un sobresaliente exdirector de la DIAN trató de recuperar arriesgándolo todo.
No pretendo con esto ocultar tampoco las ansias cuasi confiscatorias de los sistemas tributarios, incluyendo en parte el nuestro, ni la urgencia de acabar con tanta informalidad fiscal en pymes y profesionales independientes, ni los costos de tanto cambio e incertidumbre tributaria. Simplemente intento llamar la atención de que sin paraísos fiscales tenemos el paraíso de construir equidad, promover crecimiento y empleo y construir una ética y cultura pública más transparente.
Cuenta la leyenda que en el siglo XIX una flota británica encalló en un arrecife en el Caribe. Los pobladores de una isla cercana salvaron a los tripulantes y como muestra de gratitud, Jorge III, rey de Inglaterra, prometió que dicha isla nunca pagaría impuestos. Con el tiempo esa isla se convertiría en refugio contra los abusos tributarios de muchas naciones en el mundo o escondite frente a criminales intenciones de quienes perseguían a los más acomodados.
Esta historia contrasta con el misterio, enredo y actuar tipo caja negra que hemos conocido por revelaciones de periodistas independientes en los casos de los papeles de Panamá y del Paraíso. En el último mes hemos conocido este último caso y nuevamente salen a la luz pública documentos de prestigiosas firmas de abogados que ponen en la picota a líderes y celebridades, incluyendo reyes (entre ellas la sucesora del mítico rey que dio vida a estos paraísos) y jefes de Estado.
De inmediato sucede lo mismo. Acusaciones van y vienen sobre eventual evasión fiscal, la mayoría se queda callada, otros más afamados niegan dichas aseveraciones, otros expresan que eso fue hace mucho tiempo y que desconocían de dichas operaciones y otros manifiestan que todo se declaró y reportó oportunamente e integralmente a las autoridades correspondientes. Tal vez en el caso colombiano, y como rareza en comparación con entes similares (me refiero a la DIAN), su expresión pública concluye en defensa de los afamados paraísos, afirmando que se están satanizando sin que haya lugar a que se infrinja la ley tributaria en todos los casos.
Por un momento quisiera superar el debate sobre si hay eventualmente evasión o elusión. Simplemente quisiera llamar la atención acerca de un principio del mundo moderno alrededor del gobierno corporativo y el “accountability”, tan de moda en los debates contemporáneos de la administración. Me refiero al principio de transparencia empresarial. Ese mismo que no se entiende mucho cuando la firma de abogados de Panamá para comunicarse con sus clientes del “paraíso” utilizaba seudónimos como “Winnie the Pooh” y así hacía oscura seguramente la operación.
Por eso entiendo las conclusiones hace un corto tiempo de más de 300 economistas del mundo, convocados por Oxfam, con motivo de una reunión sobre corrupción, incluidos varios premios nobel de Economía, quienes llegaban a una conclusión contundente que ya sabemos no comparte la DIAN: “No hay argumento económico que justifique la continuidad de los paraísos fiscales”. Justamente porque esos “paraísos” minan la capacidad recaudatoria, distorsionan el comportamiento de la economía global, ahondan la inequidad y disminuyen la competitividad.
A esta misma cruzada se han sumado el Consejo Pontificio “Justicia y Paz” en 2006 y el propio papa Francisco (nuestro reciente visitante que lastimosamente no visitó la DIAN), cuando afirmaban que la corrupción se favorece por la escasa transparencia de las finanzas internacionales, ejemplo de lo cual es la existencia de paraísos fiscales y la incapacidad para combatir su existencia. Francisco incluso en la encíclica Laudato si, de la que tanto habló en Colombia, llama la atención sobre no sólo las ganancias que crecen exponencial e inequitativamente, sino en la corrupción ramificada y evasión fiscal egoísta que asume dimensión internacional.
Para mi gusto el abuso de los poco transparentes paraísos fiscales, con o sin evasión, suma además un modelo que perpetúa una doble moral en la sociedad. Esos mismos que se enfurecen contra los carteles de la contratación o similares, o que pontifican por la ética, prefieren utilizar mecanismos como estos “paraísos” para eludir o enturbiar operaciones que podrían ser bastante más limpias y transparentes, y permitirían además, de manejarse distinto, recuperar buena parte de aquellos $15 a 20 billones anuales (dos reformas tributarias) que un sobresaliente exdirector de la DIAN trató de recuperar arriesgándolo todo.
No pretendo con esto ocultar tampoco las ansias cuasi confiscatorias de los sistemas tributarios, incluyendo en parte el nuestro, ni la urgencia de acabar con tanta informalidad fiscal en pymes y profesionales independientes, ni los costos de tanto cambio e incertidumbre tributaria. Simplemente intento llamar la atención de que sin paraísos fiscales tenemos el paraíso de construir equidad, promover crecimiento y empleo y construir una ética y cultura pública más transparente.