Ha sido poco más de un lustro el período en el que he podido disfrutar de esta columna. Una experiencia llena de emoción del minuto final antes de enviar el artículo, del ajuste de última hora, de identificar juiciosamente los temas a considerar, de conversar con muchas personas a lo largo de la semana para poder encontrar un asunto pertinente, de investigar en detalle artículos y documentos para darle cuerpo a la argumentación, y de esperar una musa de la inspiración que pueda hacer que uno acierte. No es todo lo anterior una tarea fácil, por cuanto implica mucho de responsabilidad con el planteamiento y, sobre todo, una buena dosis de creatividad para estar permanentemente considerando asuntos nuevos. Por eso, dejar una columna es como dejar a un hijo que ha crecido y que sigue ahora un rumbo nuevo. Pero además es la tristeza de saber que no se recibirán los varios mensajes electrónicos en los que uno encontraba lectores interesados y dispuestos a dar un debate sobre el planteamiento de la columna. Confieso que cada mensaje electrónico es motivo de alegría para un autor y de reconocimiento al esfuerzo de escribirla.
Como es y debe ser la tradición de un medio tan respetado como El Espectador, hoy debo abandonar, y aspiro que sea con tiquete de regreso más adelante. A mis lectores de esta columna, creo necesario entonces dedicarles esta columna para agradecerles su fidelidad a estas notas y su paciencia cuando encontraron algo que no era de su agrado. Pero debo especialmente también agradecer a Fidel Cano. Aún recuerdo aquel encuentro en un avión, en el que me invitó a ser parte de una nueva apuesta del periódico al darle vida a su sección de El Salmón. Dejaba en aquel momento una década del mismo ejercicio de una columna en el Nuevo Siglo. Ha sido fascinante ver el devenir de este proyecto editorial económico de El Espectador, y no tengo sino palabras de agradecimiento por haber sido parte del mismo. Intenté hacer con responsabilidad una columna que combinara los temas empresariales, económicos y de educación. Tres asuntos que se han convertido en los compañeros de mi vida profesional y que creo deben tener muchos más puntos de tangencia.
Habiendo sido un educador por mucho tiempo, siempre tuve como convicción que uno tiene y se debe un compromiso con su país, independiente de los sacrificios que deba asumir. He tenido siempre como norte que en nuestras actuaciones, cualquiera que ellas sean, debemos privilegiar el bien común sobre el particular, y tenemos la obligación de responder por los privilegios que algunos hemos tenido en la vida, para que todos tengan las mismas oportunidades. Que como ciudadanos construyamos equidad y prosperidad, y que tengamos en mente ser solidarios y respetuosos de la diferencia en una sociedad.
Trabajar en educación de calidad es, sin duda, una forma a través de la cual proveemos un servicio público, y a través de ella se construye bien común, pero me llega el momento en el que hay que dar un paso adelante y servir con responsabilidad, con dedicación, con el máximo de mis fuerzas, a propósitos de país. Por ello, cuando el Presidente electo Iván Duque, generosamente me llamó a servir al país, acepté dicho desafío. Porque es fácil criticar o hacer recomendaciones desde una columna como esta, pero mucho más difícil trabajar directamente para construir una mejor política pública, y porque parte de nuestra vida como ciudadanos es entender que en el marco de una ética de lo público, en algún momento es necesario construir ese bien sagrado de lo público. Como lo he dicho en este espacio, no siempre ese trabajo público es una tarea que se agradece y como me lo han señalado quienes han ejercido dicho rol, hay veces en los que se siente ingratitud. Pero, justamente, es indispensable entender que si privilegiamos ese bien común sobre el particular, el servicio de lo público no es precisamente para obtener aplausos y reconocimiento, sino para genuinamente construir una mejor sociedad.
Gracias a El Espectador por este espacio, a Fidel Cano por asumir el riesgo de invitarme, y a todos mis lectores por estar ahí cada domingo.
jrestrep@gmail.com / @jrestrp
Ha sido poco más de un lustro el período en el que he podido disfrutar de esta columna. Una experiencia llena de emoción del minuto final antes de enviar el artículo, del ajuste de última hora, de identificar juiciosamente los temas a considerar, de conversar con muchas personas a lo largo de la semana para poder encontrar un asunto pertinente, de investigar en detalle artículos y documentos para darle cuerpo a la argumentación, y de esperar una musa de la inspiración que pueda hacer que uno acierte. No es todo lo anterior una tarea fácil, por cuanto implica mucho de responsabilidad con el planteamiento y, sobre todo, una buena dosis de creatividad para estar permanentemente considerando asuntos nuevos. Por eso, dejar una columna es como dejar a un hijo que ha crecido y que sigue ahora un rumbo nuevo. Pero además es la tristeza de saber que no se recibirán los varios mensajes electrónicos en los que uno encontraba lectores interesados y dispuestos a dar un debate sobre el planteamiento de la columna. Confieso que cada mensaje electrónico es motivo de alegría para un autor y de reconocimiento al esfuerzo de escribirla.
Como es y debe ser la tradición de un medio tan respetado como El Espectador, hoy debo abandonar, y aspiro que sea con tiquete de regreso más adelante. A mis lectores de esta columna, creo necesario entonces dedicarles esta columna para agradecerles su fidelidad a estas notas y su paciencia cuando encontraron algo que no era de su agrado. Pero debo especialmente también agradecer a Fidel Cano. Aún recuerdo aquel encuentro en un avión, en el que me invitó a ser parte de una nueva apuesta del periódico al darle vida a su sección de El Salmón. Dejaba en aquel momento una década del mismo ejercicio de una columna en el Nuevo Siglo. Ha sido fascinante ver el devenir de este proyecto editorial económico de El Espectador, y no tengo sino palabras de agradecimiento por haber sido parte del mismo. Intenté hacer con responsabilidad una columna que combinara los temas empresariales, económicos y de educación. Tres asuntos que se han convertido en los compañeros de mi vida profesional y que creo deben tener muchos más puntos de tangencia.
Habiendo sido un educador por mucho tiempo, siempre tuve como convicción que uno tiene y se debe un compromiso con su país, independiente de los sacrificios que deba asumir. He tenido siempre como norte que en nuestras actuaciones, cualquiera que ellas sean, debemos privilegiar el bien común sobre el particular, y tenemos la obligación de responder por los privilegios que algunos hemos tenido en la vida, para que todos tengan las mismas oportunidades. Que como ciudadanos construyamos equidad y prosperidad, y que tengamos en mente ser solidarios y respetuosos de la diferencia en una sociedad.
Trabajar en educación de calidad es, sin duda, una forma a través de la cual proveemos un servicio público, y a través de ella se construye bien común, pero me llega el momento en el que hay que dar un paso adelante y servir con responsabilidad, con dedicación, con el máximo de mis fuerzas, a propósitos de país. Por ello, cuando el Presidente electo Iván Duque, generosamente me llamó a servir al país, acepté dicho desafío. Porque es fácil criticar o hacer recomendaciones desde una columna como esta, pero mucho más difícil trabajar directamente para construir una mejor política pública, y porque parte de nuestra vida como ciudadanos es entender que en el marco de una ética de lo público, en algún momento es necesario construir ese bien sagrado de lo público. Como lo he dicho en este espacio, no siempre ese trabajo público es una tarea que se agradece y como me lo han señalado quienes han ejercido dicho rol, hay veces en los que se siente ingratitud. Pero, justamente, es indispensable entender que si privilegiamos ese bien común sobre el particular, el servicio de lo público no es precisamente para obtener aplausos y reconocimiento, sino para genuinamente construir una mejor sociedad.
Gracias a El Espectador por este espacio, a Fidel Cano por asumir el riesgo de invitarme, y a todos mis lectores por estar ahí cada domingo.
jrestrep@gmail.com / @jrestrp