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En busca del estado de ánimo

Juan Carlos Botero
13 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.

Todo escritor cultiva mañas, costumbres, rutinas y métodos de trabajo. Como bien se sabe, Hemingway solía escribir de pie, mientras que Capote prefería la cama. Faulkner decía que el mejor lugar para un escritor es un burdel, porque de noche hay bastante diversión y en las mañanas el silencio y la calma son propicios para trabajar en paz. Arturo Pérez-Reverte se desconecta del mundo y desciende en su casa a un búnker donde trabaja con disciplina ejemplar. Balzac comenzaba la jornada tarde y escribía durante toda la noche, bebiendo jarras y jarras de café.

En mi caso personal, lo más importante es el estado de ánimo. Ponerme en cierta actitud mental y quizá emocional y espiritual para tratar de escribir bien. Para ello, primero leo. Leo lo que necesito en ese momento. Procuro evitar ciertos autores cuyos estilos son tan seductores que me enredan en sus telarañas, lo cual siempre he dicho que es prueba de su maestría, como Borges o García Márquez, pues sin darme cuenta termino copiando sus prosas. El hecho es que leo o releo lo que me estimula, lo que deseo emular por su belleza o precisión. Y tan pronto siento ganas e ilusión, y me invade un estado de ánimo especial, una especie de plenitud existencial, como cuando el atleta siente que está listo para la carrera, arranco. Y en ese momento es como si estuviera montando a caballo.

Sin embargo, me ha pasado más de una vez que justo en ese instante algo me interrumpe. Entra una llamada o un correo que exige respuesta inmediata. Y entonces me maldigo por haber olvidado apagar el teléfono y desconectar el programa del correo y, al igual que el amigo de Tintín, el capitán Haddock, me apetece lanzar una retahíla de maldiciones que seguro merecerían la admiración del barbudo marinero. No lo hago, desde luego. Eso es contrario a mi carácter, y pienso que nadie tiene por qué soportar los costos y las rabias y la neurosis de uno salvo uno mismo. A fin de cuentas, nada me obliga a ser escritor, y no es justo untarle a los demás nuestra mala cara. Eso ni siquiera lo hice mientras lidié con una enfermedad que casi me mata, y por eso siempre fui solo a recibir mi quimioterapia y no permití que nadie me llevara al hospital, salvo en dos ocasiones precisas porque carecía de fuerzas para llegar por mis propios medios. Pero esa es otra historia.

En todo caso, si la interrupción no sucede, arranco a escribir y comprendo que García Márquez tenía razón cuando decía que ese es el estado más parecido a la levitación. Pueden pasar horas sin que lo note, y siento que lo que estoy escribiendo roza la perfección. Claro, llevo demasiado tiempo en este trabajo para saber que eso es obviamente falso, y que al día siguiente me ruborizaré al comprobar la cantidad abrumadora de errores y frases pobres que se deben pulir, corregir, apretar y mejorar. Pero esa imperfección no le quita nada al deleite que sentí el día anterior, y me pongo de nuevo en la tarea y busco las lecturas y las palabras sabias de los grandes (mis maestros generosos que siempre me salvan); las necesarias para tratar de repetir el milagro. Algunas veces lo logro y otras no. Pero cuando las cosas fluyen, solo puedo dar gracias a que todavía tengo salud y memoria para seguir en este oficio que, a pesar de todo, sigue siendo es el más bello y extraño del mundo.

@JuanCarBotero

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Bello escrito, gracias.
Bernardo(31155)14 de septiembre de 2024 - 11:47 p. m.
Soberbio Botero saltando sin más ni más de Capote a su pluma (que, por tanto, termina siendo de palomita)
Hans(06202)14 de septiembre de 2024 - 11:35 p. m.
Me sorprende que menciono a Franz Kafka que solo escribió de noche hasta las 03.00 del otro día ( y muchas veces hasta la madrugada.
Rafael(92116)14 de septiembre de 2024 - 03:14 p. m.
Don Juan Carlos, gracias por este escrito fresco. Gracias.
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