No nos engañemos: Picasso era terrible.
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No nos engañemos: Picasso era terrible.
En particular, con las mujeres. Un hombre posesivo y machista, que al dejar la casa de su amante se llevaba sus zapatos para que ella no saliera a la calle. Parece, incluso, que el abuso y la tortura eran parte del maltrato. En el cuadro Mujer con collar amarillo de 1946, Françoise Gilot, esposa del artista y madre de sus hijos Claude y Paloma, luce la marca del cigarrillo que Picasso le aplicó a su mejilla. El hombre le triplicaba la edad y se sabía que podía ser cruel. Dos de sus mujeres se suicidaron. Su nieto Pablito, también, al tomarse una botella de lejía. Su hijo Paulo, quien era su chofer, terminó alcohólico.
En suma, Picasso era terrible.
Y no sólo él. Pound y Céline eran fascistas. A Pablo Neruda y a Diego Rivera los tildan de comunistas. A Borges, de facho. A Balthus y a Nabokov, de pedófilos. Beethoven era violento; Caravaggio, asesino y Wagner, antisemita.
¿Y?
Está de moda la cultura de la cancelación. Algunos se niegan a ver el arte o leer los libros u oír la música de quienes repudian por su conducta o moral. Parecen creer que si celebran sus obras apoyan sus abusos, y el rechazo suena noble. Pero es una tontería. ¿Acaso sólo debemos apreciar las obras de gente impoluta? ¿Cuántas quedarían? ¿Qué pasa si el genio es un monstruo?
¿Y qué hacemos con los artistas de los cuales nada sabemos? ¿Qué tal que el maestro de la cuadriga de caballos en bronce, robada de Constantinopla y llevada a Venecia, donde hoy reposa en la basílica de San Marcos, haya sido un criminal? ¿Debemos privarnos de admirar esa obra maestra de la Antigüedad porque su autor, quizá, fue un canalla?
Es fácil juzgar a la gente del pasado desde nuestro tiempo y perspectiva. Claro, muchos rechazan a estas figuras no por auténtica indignación sino para llamar la atención, señalar que están del lado correcto de la historia. Es una pose. Y es infantil.
Aquí hay una confusión esencial: arte y moral son dos cosas distintas. La tarea del artista no radica en desinfectar la condición humana para que luzca ética y placentera, sino expresarla en toda su complejidad para que la persona entienda que esa complejidad es parte de la realidad y que tarde o temprano tendrá que enfrentar dilemas, pruebas y dificultades que vienen con vivir en un mundo desafiante, lleno de grises.
Además, los defectos de los genios no se trasladan a sus seguidores. Me gusta la música de Wagner y no por eso soy antisemita. Disfruto a Beethoven y eso no me hace maltratar a mi familia.
Una cosa es el deleite artístico. Otro es el debate acerca de la conducta del artista, y ahí uno puede tener juicios y rechazos. Pero trasladar esos rechazos a la apreciación artística es un error. Porque al cancelar a un gran artista el único que se empobrece es uno mismo.
Una persona puede sostener, al tiempo, opiniones contrarias. Admiro a Borges, por ejemplo, pero no su política. Y me tendrán que perdonar, pero de las pocas cualidades que tengo es que poseo una enorme capacidad de admiración. Y seguiré admirando el arte de estos gigantes, así condene, a la vez, sus conductas. Digan lo que quieran de Beethoven, pero no dejaré de escuchar sus sinfonías. Que él haya sido un santo o una bestia es diciente, pero irrelevante para esto: era un genio de la música. Y por eso lo escucho.