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Vivimos bombardeados de malas noticias. Por eso no es fácil dar un paso atrás para observar las tendencias mundiales con una visión más panorámica. Pero tan pronto uno lo hace, y a pesar del caos y los gritos de rabia y hambre que resuenan en el planeta, lo que más sobresale son motivos para la esperanza, razones para creer que el mundo será, cada día más, un mejor lugar.
No niego la existencia de tantos problemas dramáticos y apremiantes. El cambio climático, la guerra en Ucrania, la pobreza y la desigualdad económica, el COVID y las miles de enfermedades que persisten sin remedio o solución, la violencia en Colombia, la polarización política, los retos de la inteligencia artificial y muchos más.
Pero esa moneda de la realidad tiene otra cara. Más discreta y positiva. Porque, paralelo a los desafíos y problemas, hay hechos que apuntan a un horizonte más optimista. No son fantasías o ingenuidades. Son hechos tangibles que animan y resaltan lo que el mundo ha progresado, en comparación con otros tiempos del pasado, y sugieren que, en un futuro cercano, mucho será mejor.
¿Mejor? ¿Con el cambio climático que sumergirá ciudades, arrasará especies, causará hambrunas y desatará guerras por el agua? Sí. Mejor. Porque por primera vez en la historia las nuevas generaciones están siendo educadas con conciencia ambiental, y estos jóvenes serán los líderes y los gerentes del futuro. Los chicos de hoy son más tolerantes a la diversidad, más conscientes del valor de los derechos individuales, más astutos en el manejo de redes de comunicación para lograr cambios políticos y sociales. Hoy, gracias a un celular, cada atropello es visto y condenado por el mundo entero. Y los tiranos tienen menos rincones en donde esconderse.
No sólo eso. Extraigo esperanzas de quienes construyen el futuro sin tomar aliento. Me refiero a quienes resisten, a gente valiente que se enfrenta al poder para luchar y lograr sociedades más justas y equitativas. Me refiero a los miles que protestan contra Putin, a sabiendas de lo que le pasa a un opositor en Rusia. A los chinos que protestan contra el encierro brutal en su país. A las mujeres que desafían los regímenes de Irán y Afganistán. Al valor de Zelenski y su pueblo, que combaten al ejército ruso. A la alianza de Occidente que sigue intacta en contra de la invasión de un tirano.
Me anima pensar que una fuente de energía limpia e inagotable será, pronto, una realidad, gracias a la fusión nuclear. Quizás no hoy ni mañana, pero en 50 años será algo normal. Me anima pensar que los carros eléctricos serán preferibles; que la tecnología derrotará males y enfermedades; que ciertos daños ecológicos son reversibles; que las guerras son cada vez menos comunes (lo de Ucrania sobresale como una aberración); que la violencia causa cada vez menos muertes en el mundo; que las hambrunas son, cada vez más, tragedias del pasado; que la conciencia social en temas como la inequidad, los derechos de las minorías, la soberanía de la mujer y la protección a la niñez es creciente e inatajable. Y bastante más.
Claro, hay mucho que preocupa. Pero también hay mucho que alienta. Que renueva la fe en la especie y en el futuro. Depende de cómo se miran las cosas. Por eso los invito a mirarlas bajo esta luz. Que es más positiva. Y a mi juicio, más realista.