
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El rasgo distintivo de esta presidencia es la incoherencia.
Hace poco critiqué la posición del gobierno frente a Venezuela y su incapacidad de llamar a Nicolás Maduro un dictador. Me llovieron rayos e insultos. ¿El argumento? Hay que manejar las relaciones con el país vecino con diplomacia, dijeron, porque es un valioso socio comercial y los principios no pueden primar sobre realidades económicas. Ahora el presidente acaba de poner en riesgo la relación con Estados Unidos, lo que habría significado una crisis política y comercial inimaginable, y al criticar ese manejo torpe e irresponsable regresaron los mismos rayos e insultos. ¿El argumento? Lo importante son los principios y la dignidad, que deben primar sobre lo económico. La ironía es que nuestra relación comercial con Estados Unidos es 70 veces más grande que la que existe con Venezuela. Eso es lo fastidioso de la dignidad, dicho sea de paso. Cuando se usa como disculpa de un fracaso y se manipula con fines políticos, se evapora en segundos.
Nadie se puede proclamar defensor de los pobres y dejar a cientos de pobres esperando durante horas, a rayo de sol, en varias ocasiones, por la incapacidad de cumplir una agenda. Tampoco se puede proponer un Gran Acuerdo Nacional y luego, cada vez que se anuncia, insultar a un sector importante del país o a la mitad de la población. Tampoco se pueden aceptar marchas en contra para que, al ocurrir, se llamen “marchas de la mafia y los asesinos”. Y tampoco se puede prometer llenar los altos cargos del gobierno con gente preparada, y luego nombrar de canciller a Laura Sarabia, una joven sin la experiencia o la preparación que requiere el cargo, y más en esta coyuntura tan compleja.
¿Es coherente ufanarse de ser un campeón de la igualdad de género, cuando se demuestra todo lo contrario al presentarse cada oportunidad de probarlo? ¿Cuando se asciende a Armando Benedetti, acusado de maltratar a las mujeres? ¿Cuando se intenta premiar a Daniel Mendoza con una embajada, tras publicar trinos que aplauden la misoginia y la violación de menores? ¿Y cuando tienen que acudir a la mentira de que los trinos son de un personaje ficticio, y el presidente lo defiende y lo compara con cineastas y autores de renombre? ¿Eso es coherencia?
Calificar la tiranía de Maduro como una dictadura es injusto, ¿pero es justo decir que el gobierno Duque, según Petro, fue “tres veces peor y tres veces más dictadura que Venezuela”? Olvidan que Petro gozó de la pacífica transferencia del poder con Duque, como se espera en toda democracia, lo que no ocurrió, justamente, en Venezuela.
Así pasan los días en este gobierno. De incoherencia en incoherencia. Entre tanto, hay crisis en la salud, en seguridad, en orden público, en el Catatumbo, y ahora el usual aliado en la Casa Blanca es un autócrata con ganas imperiales y Petro lo acaba de graduar de enemigo. Aun así, el presidente insiste en su estrategia: polemizar a diario y, ante todo, controlar la polémica, para que nos desgastemos en debates estériles que duran 24 horas. Y así la gente pasa por alto todas sus promesas de campaña… incumplidas.
El presidente tiene que cambiar su forma de gobernar, pero sabemos que eso no va a ocurrir. Lo cual suscita una última pregunta: ¿de qué sirve prometer el Cambio a nivel nacional, si no es capaz de cambiar él mismo?