La rocambolesca elección del nuevo magistrado de la Corte Constitucional refleja el nivel de deterioro de la democracia y de la cultura política en Colombia. Triste e inolvidable episodio. Ninguno de los dos respetables candidatos se merecía que el trámite se convirtiera en una baja pugna entre el gobierno y la oposición. Desde las dos orillas muchos llegaron a sostener que lo que estaba en juego era la continuidad del proyecto político de Petro. Si de verdad se están dando los pasos para lograr en esa Corte unas mayorías al servicio de ese propósito, lo grave es que no se vislumbre siquiera la sabiduría, grandeza y sensatez que a veces evitan que las sociedades caigan en el abismo. No se salvó Argentina cuando en mala hora llegó el peronismo al poder; aún siguen padeciendo las consecuencias.
Hay dos ejemplos recientes del poder ejecutivo queriendo encanastar al poder judicial como herramienta de autoritarismo: España e Israel. Ambas democracias atraviesan un periodo oscuro de su historia, gracias a los deplorables Sánchez y Netanyahu, refinados ejemplos del populismo.
En Estados Unidos existen también motivos de preocupación, pero, por razones diferentes. Además de la apabullante victoria del partido republicano en las elecciones presidenciales y legislativas, la mayoría que ejerce ese partido en la Corte Suprema hace temer que esta se someta a los designios de Trump. Muchos pronostican que esa corporación ahora estará más proclive a coartar las libertades civiles como sucedió con sentencia que revirtió los efectos del caso Roe vs Wade que garantizaba el derecho a abortar. Incluso se teme que la Corte legitime un eventual tercer mandato de Trump. Evidentemente el mundo vive una crisis de los valores constitucionales que apenas tienen más de 200 años.
La andanada del presidente Petro y el ministro Reyes en contra de la justicia arbitral pasa por alto la grave realidad de las corporaciones judiciales en nuestro país. A pesar de la mística y el esfuerzo de los jueces y magistrados, la rama jurisdiccional está desbordada por cientos de miles de casos por resolver. El futuro de modestos ciudadanos, de pequeñas y grandes empresas duerme aún en los anaqueles de los despachos judiciales.
La rocambolesca elección del nuevo magistrado de la Corte Constitucional refleja el nivel de deterioro de la democracia y de la cultura política en Colombia. Triste e inolvidable episodio. Ninguno de los dos respetables candidatos se merecía que el trámite se convirtiera en una baja pugna entre el gobierno y la oposición. Desde las dos orillas muchos llegaron a sostener que lo que estaba en juego era la continuidad del proyecto político de Petro. Si de verdad se están dando los pasos para lograr en esa Corte unas mayorías al servicio de ese propósito, lo grave es que no se vislumbre siquiera la sabiduría, grandeza y sensatez que a veces evitan que las sociedades caigan en el abismo. No se salvó Argentina cuando en mala hora llegó el peronismo al poder; aún siguen padeciendo las consecuencias.
Hay dos ejemplos recientes del poder ejecutivo queriendo encanastar al poder judicial como herramienta de autoritarismo: España e Israel. Ambas democracias atraviesan un periodo oscuro de su historia, gracias a los deplorables Sánchez y Netanyahu, refinados ejemplos del populismo.
En Estados Unidos existen también motivos de preocupación, pero, por razones diferentes. Además de la apabullante victoria del partido republicano en las elecciones presidenciales y legislativas, la mayoría que ejerce ese partido en la Corte Suprema hace temer que esta se someta a los designios de Trump. Muchos pronostican que esa corporación ahora estará más proclive a coartar las libertades civiles como sucedió con sentencia que revirtió los efectos del caso Roe vs Wade que garantizaba el derecho a abortar. Incluso se teme que la Corte legitime un eventual tercer mandato de Trump. Evidentemente el mundo vive una crisis de los valores constitucionales que apenas tienen más de 200 años.
La andanada del presidente Petro y el ministro Reyes en contra de la justicia arbitral pasa por alto la grave realidad de las corporaciones judiciales en nuestro país. A pesar de la mística y el esfuerzo de los jueces y magistrados, la rama jurisdiccional está desbordada por cientos de miles de casos por resolver. El futuro de modestos ciudadanos, de pequeñas y grandes empresas duerme aún en los anaqueles de los despachos judiciales.