Esta semana se cumplen quince años del fallecimiento de la italiana Oriana Fallaci, ahora en el altar de los grandes periodistas de la historia.
Su padre fue miembro de la resistencia italiana y ella misma en su natal Florencia, con apenas diez años, colaboró con los partisanos para enfrenar la invasión nazi.
Entre los años 60 y 70, entrevistó a casi todos los líderes mundiales, la mayoría de los cuales la odiaron por su irreverencia. Lejos de la lisonja y el deslumbramiento, retó de frente a esos personajes para develar las mentiras detrás del poder. Según ella, de todos a quienes entrevistó apenas unos pocos merecían ser tomados en serio: Jomeini, Deng Xiao Ping, Golda Meir y quizás Indira Gandhi.
No fue una periodista de sala de redacción. Vivió de cerca la revolución húngara de 1956. Cubrió como reportera la guerra de Vietnam, cuya experiencia se relata en su magnífico libro Nada y así sea. A los pocos días de su regreso de las junglas del sudeste asiático fue herida y se salvó de morir abatida por las balas del Ejército mexicano en la matanza de Tlatelolco, en octubre de 1968, justo antes de los Juegos Olímpicos en Ciudad de México.
A pesar del celo con el cual protegió su vida personal, Fallaci dejó dos relatos íntimos y conmovedores: uno sobre el aborto, Carta a un niño que nunca nació, y otro dedicado al amor, Un hombre.
Cuando ocurrieron los ataques del 11 de septiembre, vivía en Manhattan y vio desde su apartamento cómo se lanzaban al vacío cientos de personas desde las Torres Gemelas para no morir en el fuego. Inició entonces una cruzada intelectual contra la islamización de Europa —“Eurabia”, según ella—. Su libro La rabia y el orgullo (2001) es una declaración apasionada contra el islam y su propósito de arrasar a la cultura occidental. Acusó a los dirigentes por su permisiva debilidad y entreguismo al enfrentar la ferocidad de la yihad.
El legado de Oriana Fallaci es una muestra del periodismo que, más allá de lo “objetivo” y “neutral”, es un ejercicio de valor y honestidad para enfrentar al poder y al extremismo.
@jcgomez_j
Esta semana se cumplen quince años del fallecimiento de la italiana Oriana Fallaci, ahora en el altar de los grandes periodistas de la historia.
Su padre fue miembro de la resistencia italiana y ella misma en su natal Florencia, con apenas diez años, colaboró con los partisanos para enfrenar la invasión nazi.
Entre los años 60 y 70, entrevistó a casi todos los líderes mundiales, la mayoría de los cuales la odiaron por su irreverencia. Lejos de la lisonja y el deslumbramiento, retó de frente a esos personajes para develar las mentiras detrás del poder. Según ella, de todos a quienes entrevistó apenas unos pocos merecían ser tomados en serio: Jomeini, Deng Xiao Ping, Golda Meir y quizás Indira Gandhi.
No fue una periodista de sala de redacción. Vivió de cerca la revolución húngara de 1956. Cubrió como reportera la guerra de Vietnam, cuya experiencia se relata en su magnífico libro Nada y así sea. A los pocos días de su regreso de las junglas del sudeste asiático fue herida y se salvó de morir abatida por las balas del Ejército mexicano en la matanza de Tlatelolco, en octubre de 1968, justo antes de los Juegos Olímpicos en Ciudad de México.
A pesar del celo con el cual protegió su vida personal, Fallaci dejó dos relatos íntimos y conmovedores: uno sobre el aborto, Carta a un niño que nunca nació, y otro dedicado al amor, Un hombre.
Cuando ocurrieron los ataques del 11 de septiembre, vivía en Manhattan y vio desde su apartamento cómo se lanzaban al vacío cientos de personas desde las Torres Gemelas para no morir en el fuego. Inició entonces una cruzada intelectual contra la islamización de Europa —“Eurabia”, según ella—. Su libro La rabia y el orgullo (2001) es una declaración apasionada contra el islam y su propósito de arrasar a la cultura occidental. Acusó a los dirigentes por su permisiva debilidad y entreguismo al enfrentar la ferocidad de la yihad.
El legado de Oriana Fallaci es una muestra del periodismo que, más allá de lo “objetivo” y “neutral”, es un ejercicio de valor y honestidad para enfrentar al poder y al extremismo.
@jcgomez_j