¿En verdad funcionan los antidepresivos?
Durante tres décadas, el psiquiatra Peter D. Kramer ha luchado contra la desinformación sobre antidepresivos. Hablando con El Espectador, explica sus razones.
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Durante tres décadas, el psiquiatra Peter D. Kramer ha luchado contra la desinformación sobre antidepresivos. Hablando con El Espectador, explica sus razones.
Los antidepresivos causan polémica. En mis investigaciones sobre salud mental, un común denominador que he encontrado entre pacientes y familiares de pacientes es el miedo a los medicamentos y la desconfianza de los psiquiatras que los recetan. Por eso, busqué a Peter D. Kramer (Nueva York, 1948), psiquiatra clínico y profesor del Brown Medical School. Hace treinta años escribió Listening to Prozac, un best-seller internacional que le contó al mundo las bondades de los antidepresivos modernos. Conversamos sobre prejuicios, historia de la medicina y cómo sí hay esperanza en medio de la enfermedad que, según la Organización Mundial de la Salud, afecta a unas 280 millones de personas. En negrilla están mis preguntas.
Profesor, compartí una cita de su libro sobre cómo funcionan los antidepresivos y una de las primeras respuestas que recibí fue “es mentira, eso es veneno”.
Tenemos esta situación análoga en los Estados Unidos, donde las personas piensan que las vacunas son veneno y el número de bebés que no son vacunados viene en aumento. Esto a pesar de que las vacunas son uno de los grandes descubrimientos de la medicina para luchar contra enfermedades terribles.
La depresión es uno de los grandes tormentos de los seres humanos. A lo largo de la historia las personas han buscado tener medicina para tratar la melancolía, pues la melancolía de la que escribieron nuestros ancestros era muy seria, similar a lo que hablamos cuando nos referimos a la depresión. En ese marco, desde el final de los años 50, ya casi 70 años, hemos tenido medicamentos que tratan la depresión y tenemos que estar muy agradecidos con ellos porque nos ayudan a salvar y reparar vidas.
Lo que no puede pasar desapercibido es que la depresión es muy debilitante. Involucra desesperanza, pensamientos tristes, ideación suicida, la ralentización de distintos tipos de funciones mentales, de nuestras acciones, de nuestras palabras, y la gente que tiene depresión, especialmente la recurrente, sufre mucho. Le va mal en sus trabajos, tiene menos probabilidades de casarse, tiene dificultades para criar a sus hijos... La depresión interfiere con la vida diaria en formas muy graves y lo que estos medicamentos hacen es interrumpir los episodios de depresión. Es tan claro como que algunas personas dejan de estar deprimidas después de tomarlos durante semanas.
Es cierto que los primeros antidepresivos tenían muchísimos efectos secundarios, eran poco placenteros de tomar y era muy fácil que te mataras con ellos. Teníamos entonces la dificultad de darle a una población en riesgo de suicidio algo que podían usar con esos fines. Pero al final de los años 80, cuando aparecieron el Prozac y medicinas similares, llegaron con muchos menos efectos secundarios y no tenían el mismo riesgo de suicidio, así que los doctores empezamos a usarlos como la materialización de un sueño que la psiquiatría tenía desde los años 50. Esto también ha ayudado a tener más reconocimiento de la depresión y sus posibles tratamientos.
Todos los medicamentos tienen efectos secundarios. Hay personas a las que les va mal cuando los toman. Pero el beneficio real de los antidepresivos es que se pueden recetar en horas, se toleran mayoritariamente bien y no son veneno.
Mi intuición es que el prejuicio va mucho más allá de los medicamentos. En Colombia, por lo menos, es muy usual escuchar a personas decir que la depresión no existe, que se trata de una enfermedad inventada.
Sí, por eso empecé hablando de lo seria que es y de cómo tenemos que reconocer la realidad. En Against Depression (2006) escribí contra la romantización de la depresión y la idea de que la enfermedad es una gran fuente de creatividad. Esta noción viene por lo menos desde el Renacimiento, así que hay una larga tradición occidental sobre la melancolía y la depresión.
También tenemos un movimiento antipsiquiatría que dice que toda la depresión es circunstancial, depende de tu sensibilidad a la cultura, pero la medicina moderna entiende la depresión como una enfermedad multisistémica. Como discutí hace poco en una entrevista para Psychiatry at the Margins, podemos comparar la depresión con la diabetes, pues ambas son dolencias muy destructivas en las cuales la gente empieza a tener problemas del corazón y otros órganos varios años después. Estas lesiones derivadas muestran que debe entenderse la depresión como un problema multisistémico.
Culturalmente, la gente puede decir lo que se le antoje, pero creo que el consenso médico es que la depresión es muy grave y muy fuerte. La visión sociológica también reconoce que afecta tu calidad de vida y tus lazos con las otras personas. Todo eso es muy dañino.
Un problema común que me han comentado las personas con depresión es que el sistema de salud colombiano, con sus citas de 20 minutos, les receta medicamentos sin siquiera darles una oportunidad de conocerse con el psiquiatra. Todo esto lleva a malas experiencias con los antidepresivos.
Sin duda. Soy consciente de que mi experiencia viene de una posición muy privilegiada porque puedo ver a mis pacientes durante 50 minutos cada semana. Eso significa que primero pasa un buen tiempo, incluso meses, antes de pensar en usar medicamentos. Me gusta poder conocer a mis pacientes muy bien, poder seguir sus casos y rastrear si hay malas reacciones a las drogas para poder ajustarlas de manera inmediata.
El diagnóstico es crucial. Si sientes que alguien es maníaco depresivo y solo le das un medicamento probablemente le vas a causar problemas. Tan pronto descubrimos los antidepresivos se observó que podían causar agitación en algunas personas, o incluso producir ideación suicida, por eso es tan importante observar con cuidado lo que ocurre en cada caso desde el principio.
La verdad, sin embargo, es que estos medicamentos son muy efectivos. La razón por la que millones de personas los toman es porque les va muy bien con ellos.
Otra oposición, esta vez desde el mundo académico, es la que dice que los estudios clínicos no muestran diferencias considerables entre la efectividad de los antidepresivos y el placebo.
Mi respuesta larga contra ese argumento está en Ordinarily Well: The Case for Antidepressants (2016), pero la respuesta corta es que los antidepresivos son tan exitosos que es muy difícil hacerles estudios. En los Estados Unidos son tan baratos que, si eres una de las personas que va a reaccionar bien a los medicamentos, tu médico general seguramente ya te los recetó y te estás sintiendo bien, por lo que no vas a participar en un estudio clínico. Eso hace que todos los estudios clínicos se construyan con outsiders, los casos más extremos, o personas a las que no les ha ido bien con estos medicamentos. Entonces es muy difícil hacer estudios clínicos confiables y causa que los que tengamos presenten sesgos en contra de la medicina.
Si miramos las circunstancias de una población sin esos sesgos obtenemos una visión más clara. En el libro menciono estudios de casos de personas que, por ejemplo, sufren depresión después de un paro cardiaco. Allí se ve claramente cómo esa depresión se puede tratar o incluso prevenir tomando los antidepresivos. Por eso es tan importante que miremos con cuidado la evidencia. Los resultados son muy positivos.
Lo más persuasivo de leer su libro fueron las historias de los pacientes y cómo los antidepresivos los ayudaron en sus vidas.
El tipo de paciente con el que me gusta trabajar es aquel que tiene una depresión culposa. Tal vez no usan la palabra, pero me dicen que se sienten inútiles, que están sufriendo y que todo es su culpa, que merecen ese sufrimiento. Lo intentamos trabajar en psicoterapia, pero entran en círculos donde se culpan a sí mismos sin salir de ahí, lo que me dice que escucharlos no es suficiente. Cuando les damos un antidepresivo, esto les permite pensar sobre sus circunstancias de manera distinta, usar herramientas para mejorar la situación e incluso trabajar mejor conmigo durante la terapia. En otras palabras, el medicamento les ayuda a tener una visión mucho más compleja de sus problemas, con más perspectiva. Pueden empezar a percatarse, por ejemplo, de que los obstáculos en su relación no se deben solo a ellos mismos, sino que su pareja no los está tratando como es debido y que por eso es necesario que se hagan respetar. También los ayuda a dormir mejor, a comer mejor, a concentrarse en sus trabajos. Y me empiezan a decir que se sienten mejores padres, lo que beneficia a los otros.
A mí me parte el corazón porque la gente con depresión con la que hablo me dice que no siente esperanza, que nunca van a salir de ahí, que son inútiles. Como que se convencen de que la vida tiene que ser así de terrible. Yo mismo lo siento en ocasiones.
Sí, y volviendo a la idea de que es “veneno”, creo que la gente le tiene mucho miedo al prejuicio de que estas medicinas son coercitivas y que los van a llevar a lugares a los que no quieren ir. Pero en realidad estos medicamentos son mucho más permisivos y lo único que hacen es ayudar a que las personas cambien su perspectiva sobre lo que están viviendo.
Otro efecto que usted menciona mucho es sobre las habilidades sociales.
En Listening to Prozac (1993) hablo de cómo los cambios en la serotonina afectan el sentido que las personas tienen de sí mismas. Cuando mis pacientes empezaron a tomar antidepresivos y nadie sabía de estos efectos, observé que volvían a terapia y me decían que antes eran tímidos y experimentaban ansiedad social, pero que ahora se sentían mucho más cómodos. Me reportaban que estaban actuando con más asertividad en sus relaciones, mostrando liderazgo en sus trabajos. Efectos positivos que merecen más atención.
Doctor, ¿en qué está trabajando ahora?
Mi último libro es una novela llamada Death of the Great Man (2023), que más o menos sienta a un personaje como Donald Trump en el sillón de psicoterapia. También estoy trabajando en una investigación sobre la relación entre el trabajo y la felicidad.
¿Le gustaría darles un mensaje a las personas que nos leen y pueden tener temores sobre los antidepresivos?
El mensaje principal es que hay ayuda disponible. También me gustaría hablarles a las personas que tengan familiares con depresión: es fundamental apoyarlos, sí, pero también fomentar que busquen ayuda. Este es un trastorno para el que la ayuda profesional es muy útil. Lo importante es acceder a un tratamiento y, si el terapeuta con el que trabajas considera que necesitas medicamentos, construir una relación de confianza y darte la oportunidad de tomarlos.
* Si usted es un profesional de la salud mental o una persona que investiga en el área y quiere divulgar su trabajo o explorar los retos que enfrenta, escríbame a jrincon@elespectador.com