Una semana después de la orden de detención contra Álvaro Uribe, su equipo jurídico de entuertos y distorsiones decidió sugerirle la renuncia a su curul en el Congreso. Una medida que intenta desesperadamente evadir la competencia de la Corte Suprema en su proceso por fraude procesal y soborno, y dirigirla al control exclusivo y leal de la Fiscalía General, donde lo esperaría el respaldo reverencial de Francisco Barbosa Delgado: el funcionario que debe responder a los favores recibidos del partido y a los recuerdos entrañables de su infancia.
El equipo de abogados del caudillo preso, liderado por el solemne y malencarado Jaime Granados, ha subido el tono de la bravura y ha dicho que la Corte debe perder su competencia o asumirá las consecuencias. Quieren seguir llevando la tensión judicial a la bajeza de sus términos, aprovechando el aura mediática y los subterfugios que han manipulado a su conveniencia, para que la atmósfera política prevalezca sobre la justicia y puedan sostener la imagen y el dominio de la opinión entre sus códigos de odio.
Empezaron la semana usando todos los recursos mediáticos con la complicidad de la revista Semana, el medio de comunicación que funge ahora como último espadachín a ultranza del gobierno sin importar las consecuencias de su desfachatez. Vicky Dávila y María Isabel Rueda sostuvieron la autodefensa del reo en una alocución de dos horas, sin interrupciones y con todas las preguntas complacientes para que el prohombre pudiera denigrar del Estado de derecho, escupir a las cortes, insultar a los sospechosos de su derrumbe y rugir contra los nuevos tiempos y los fantasmas de sus pesadillas: los testigos peligrosos, los buenos muertos, los documentos firmados mucho tiempo atrás, los audios perdidos, las ordenes filtradas, los traidores de su corte.
Con su dedo índice y con un tono patriarcal de macho paisa, dirigió las preguntas que las interlocutoras hacían con su aprobación. Se limitaron, de principio a fin, sin hacer jamás uso de su profesión o de una nimia estrategia de disimulo, a sonreír con la timidez que les causaba la presencia de un salvador eterno y ajeno a todos los cumplimientos terrenales de la ley. Así sostuvo el caudillo su poder en horario prime time sin que una sola pregunta incómoda lo indujera a responder racionalmente por los delitos que le quitaron la libertad.
La evidente desaparición de Uribe en la historia también se lleva la dignidad de los que intentan ahora defender a una figura política sobre los mismos propios del Estado de derecho, contra todos los fundamentos obvios de la ley y sobre toda la lógica. Eso lo saben muy bien los sectarios de esa bandera que se esfuma en el tiempo con los últimos coletazos de la furia. Intentarán usar todos los recursos posibles para contrarrestar el cerco judicial del caudillo que se niega a perder, aunque el concepto de república se incendie bajo su nombre. Lo ha hecho desde siempre, negado a aceptar sus excesos y sus culpas, y lo hará ahora que se sabe perdido junto a la estirpe partidaria de los condenados.
Una semana después de la orden de detención contra Álvaro Uribe, su equipo jurídico de entuertos y distorsiones decidió sugerirle la renuncia a su curul en el Congreso. Una medida que intenta desesperadamente evadir la competencia de la Corte Suprema en su proceso por fraude procesal y soborno, y dirigirla al control exclusivo y leal de la Fiscalía General, donde lo esperaría el respaldo reverencial de Francisco Barbosa Delgado: el funcionario que debe responder a los favores recibidos del partido y a los recuerdos entrañables de su infancia.
El equipo de abogados del caudillo preso, liderado por el solemne y malencarado Jaime Granados, ha subido el tono de la bravura y ha dicho que la Corte debe perder su competencia o asumirá las consecuencias. Quieren seguir llevando la tensión judicial a la bajeza de sus términos, aprovechando el aura mediática y los subterfugios que han manipulado a su conveniencia, para que la atmósfera política prevalezca sobre la justicia y puedan sostener la imagen y el dominio de la opinión entre sus códigos de odio.
Empezaron la semana usando todos los recursos mediáticos con la complicidad de la revista Semana, el medio de comunicación que funge ahora como último espadachín a ultranza del gobierno sin importar las consecuencias de su desfachatez. Vicky Dávila y María Isabel Rueda sostuvieron la autodefensa del reo en una alocución de dos horas, sin interrupciones y con todas las preguntas complacientes para que el prohombre pudiera denigrar del Estado de derecho, escupir a las cortes, insultar a los sospechosos de su derrumbe y rugir contra los nuevos tiempos y los fantasmas de sus pesadillas: los testigos peligrosos, los buenos muertos, los documentos firmados mucho tiempo atrás, los audios perdidos, las ordenes filtradas, los traidores de su corte.
Con su dedo índice y con un tono patriarcal de macho paisa, dirigió las preguntas que las interlocutoras hacían con su aprobación. Se limitaron, de principio a fin, sin hacer jamás uso de su profesión o de una nimia estrategia de disimulo, a sonreír con la timidez que les causaba la presencia de un salvador eterno y ajeno a todos los cumplimientos terrenales de la ley. Así sostuvo el caudillo su poder en horario prime time sin que una sola pregunta incómoda lo indujera a responder racionalmente por los delitos que le quitaron la libertad.
La evidente desaparición de Uribe en la historia también se lleva la dignidad de los que intentan ahora defender a una figura política sobre los mismos propios del Estado de derecho, contra todos los fundamentos obvios de la ley y sobre toda la lógica. Eso lo saben muy bien los sectarios de esa bandera que se esfuma en el tiempo con los últimos coletazos de la furia. Intentarán usar todos los recursos posibles para contrarrestar el cerco judicial del caudillo que se niega a perder, aunque el concepto de república se incendie bajo su nombre. Lo ha hecho desde siempre, negado a aceptar sus excesos y sus culpas, y lo hará ahora que se sabe perdido junto a la estirpe partidaria de los condenados.