El ministro de Defensa, Guillermo Botero, sigue en su cargo bajo todo el desastre y sobre todo el colapso de su legitimidad. Su ineptitud escandalosa sigue destruyendo la imagen de un gobierno de renegados que se resiste a destituirlo para no demostrar una derrota más y una nueva humillación ante sus contendores y enemigos. El panorama no puede ser peor: perdieron todas las regiones estratégicas, los partidos alternativos acaparan ahora la atención de nuevos bastiones decisivos y los ministros caen estrepitosamente en el descrédito y la autodestrucción, arrastrando todas las cortinas y las luces y los tronos de un palacio sin trascendencia ni significado.
Iván Duque permanece ahora en la soledad del poder, sin alianzas regionales posibles y cercado por su propio partido que lo empieza a responsabilizar de todas sus desgracias. Pero aun cercado y cercenado por todos, tampoco puede tomar la única decisión que pudo salvarlo de un descrédito mayor y de una humillación lenta y más grande: destituir a su ministro más trágico. Guillermo Botero sigue fungiendo en el cargo que representa la defensa y la vida mientras maquilla escenas del crimen con versiones que exculpan a los asesinos, y sigue sosteniendo hipótesis fantásticas de delincuencia común en zonas donde el rearme de grandes bandas es evidente y progresa en los territorios abandonados por su incompetencia. La reciente masacre de Tacueyó, aún sin resolver, debió atenderla con la urgencia del caso, pero tampoco estuvo allí. Viajó de repente al Ecuador sin motivos conocidos, lejos del ruido y de los muertos y el escándalo, lejos de todo y de todos, lejos de su gabinete que se hunde con los nombres del poder porque la imagen pública y creciente es la del desgobierno. Cuando habla solo intenta matizar la gravedad de los crímenes y cuando evita su interlocución solo demuestra soberbia. Mientras tanto, los oficiales del Ejército que intentan humanizar el desastre entre la nulidad del Ministerio lo hacen sin el protagonismo de esa línea de mando que sigue demostrando torpeza y los sigue enlodando con la imagen de los oficiales oscuros que continúan en libertad. Botero no tiene una mínima concepción de responsabilidad política para renunciar por dignidad y no hay nadie que le diga que debe irse, aunque todo lo señale y lo culpe. El ministro sigue volando sobre un territorio que desconoce y sigue ladrando con su pose de alguacil incuestionable contra todos los fantasmas que amenacen la sacralidad de su nombramiento. Sabe que se quedará allí por los juramentos de un presidente que tampoco es autosuficiente y no responde a su voluntad. Seguirá ocupando su trono hasta que sea demasiado tarde y nada importe más que seguir demostrando poder aunque ya no lo tengan.
P.D. Alfredo Molano, caminando, nos abrió los cerrojos y las trochas de esta larga selva mental de un conflicto profundo. Caminando nos tumbó el prejuicio y la comodidad del escritorio para pensarnos como vástagos y herederos responsables de una guerra que debía terminar. Cruzó los cercos que no eran tan infranqueables y tan perversos como lo decían todos entre cocteles de clubes. Salvar su memoria es salvarnos. Caminando siempre lo recordaremos.
El ministro de Defensa, Guillermo Botero, sigue en su cargo bajo todo el desastre y sobre todo el colapso de su legitimidad. Su ineptitud escandalosa sigue destruyendo la imagen de un gobierno de renegados que se resiste a destituirlo para no demostrar una derrota más y una nueva humillación ante sus contendores y enemigos. El panorama no puede ser peor: perdieron todas las regiones estratégicas, los partidos alternativos acaparan ahora la atención de nuevos bastiones decisivos y los ministros caen estrepitosamente en el descrédito y la autodestrucción, arrastrando todas las cortinas y las luces y los tronos de un palacio sin trascendencia ni significado.
Iván Duque permanece ahora en la soledad del poder, sin alianzas regionales posibles y cercado por su propio partido que lo empieza a responsabilizar de todas sus desgracias. Pero aun cercado y cercenado por todos, tampoco puede tomar la única decisión que pudo salvarlo de un descrédito mayor y de una humillación lenta y más grande: destituir a su ministro más trágico. Guillermo Botero sigue fungiendo en el cargo que representa la defensa y la vida mientras maquilla escenas del crimen con versiones que exculpan a los asesinos, y sigue sosteniendo hipótesis fantásticas de delincuencia común en zonas donde el rearme de grandes bandas es evidente y progresa en los territorios abandonados por su incompetencia. La reciente masacre de Tacueyó, aún sin resolver, debió atenderla con la urgencia del caso, pero tampoco estuvo allí. Viajó de repente al Ecuador sin motivos conocidos, lejos del ruido y de los muertos y el escándalo, lejos de todo y de todos, lejos de su gabinete que se hunde con los nombres del poder porque la imagen pública y creciente es la del desgobierno. Cuando habla solo intenta matizar la gravedad de los crímenes y cuando evita su interlocución solo demuestra soberbia. Mientras tanto, los oficiales del Ejército que intentan humanizar el desastre entre la nulidad del Ministerio lo hacen sin el protagonismo de esa línea de mando que sigue demostrando torpeza y los sigue enlodando con la imagen de los oficiales oscuros que continúan en libertad. Botero no tiene una mínima concepción de responsabilidad política para renunciar por dignidad y no hay nadie que le diga que debe irse, aunque todo lo señale y lo culpe. El ministro sigue volando sobre un territorio que desconoce y sigue ladrando con su pose de alguacil incuestionable contra todos los fantasmas que amenacen la sacralidad de su nombramiento. Sabe que se quedará allí por los juramentos de un presidente que tampoco es autosuficiente y no responde a su voluntad. Seguirá ocupando su trono hasta que sea demasiado tarde y nada importe más que seguir demostrando poder aunque ya no lo tengan.
P.D. Alfredo Molano, caminando, nos abrió los cerrojos y las trochas de esta larga selva mental de un conflicto profundo. Caminando nos tumbó el prejuicio y la comodidad del escritorio para pensarnos como vástagos y herederos responsables de una guerra que debía terminar. Cruzó los cercos que no eran tan infranqueables y tan perversos como lo decían todos entre cocteles de clubes. Salvar su memoria es salvarnos. Caminando siempre lo recordaremos.