Después de muchos años, la casa de Vicente Aleixandre será declarada bien de interés cultural.
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Después de muchos años, la casa de Vicente Aleixandre será declarada bien de interés cultural.
Dos años después de la muerte del poeta murió su hermana Concepción, en 1986, y desde entonces la Asociación de Amigos Vicente Aleixandre y algunos funcionarios del Ministerio de Cultura y de la Comunidad de Madrid habían pretendido crear allí una casa de poesía. Tras algunos intentos infructuosos por parte de los herederos por vender la casa a particulares, se declaró bien de interés patrimonial primero (en el 2022, el mismo año en el que el archivo del poeta y premio nobel se declaró bien de interés cultural, lo que impedía que se vendiese, disgregase o exportase), y ahora será un bien de interés cultural. Que se declarara bien de interés patrimonial significaba que se preservaba el bien pero se le podía dar cualquier uso al inmueble. Con la declaración como bien de interés cultural la casa se restaurará y se preservará para fines culturales. Se consolidará en ella un centro cultural y en el año 2027 será epicentro de la celebración de los cincuenta años de obtención del Premio Nobel de Aleixandre y del centenario de la Generación del 27.
Aleixandre vivió en esta casa desde el año 1927 y pasaron por allí grandes exponentes de la Generación del 27, incluidos Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Rafael Alberti y Federico García Lorca. La residencia se conoce con el nombre de Velintonia porque Aleixandre castellanizó el nombre de la antigua calle Wellingtonia en donde quedaba el bien. Hoy la calle lleva el nombre del poeta.
Celebro cuando logran preservarse de la destrucción estas viejas edificaciones llenas de solera, de historias antiguas, de visitantes ilustres que poblaron sus estancias. Celebro cuando se preservan para guardarle un rincón a la cultura en un mundo sobrepoblado de entretenimiento. En el caso de la residencia de Aleixandre, se debe reconocer también el papel decisivo que jugaron las autoridades gubernamentales y de cultura de España para evitar su venta o su demolición.
Contrasta esta actitud con la desidia que en ocasiones mostramos en Colombia por bienes similares. Basta recordar los problemas actuales de la Casa de Poesía Silva en Bogotá o el estado de conservación de casas formidables que fueron residencias de artistas y de escritores ilustres. Vienen a la memoria verdaderas joyas arquitectónicas y culturales que en las últimas décadas han sido demolidas para izar torres sin encanto y sin alma; valga recordar la casa Uribe Holguín o la que fuera residencia de Ricardo Acevedo Bernal en la que se atesoraban muchísimas obras del maestro, ambas ubicadas en el barrio Chapinero de Bogotá.
Algunos de estos bienes se perdieron ya para siempre; otros están en mora de ser restaurados para el arte y para la cultura en general. Bienes que siempre se construyen con el trabajo de toda una vida y de esfuerzos sin par, y que son un gesto de civilización en medio de ciudades y de espacios sin historia y sin alma. El caso de Velintonia nos recuerda, en tiempos de desmemoria y de incuria, la tensión perpetua entre el imperativo de preservar los espacios que hasta ayer fueron habitados por la cultura y el ánimo de modernizar las ciudades. Claro que la vida es cambio, y esa mutación se refleja en el destino de las ciudades, pero no es menos cierto que hay bienes que se deben preservar: los de quienes con su empeño, con su legado y con su vida edificaron el alma de la ciudad.