El uso común de una lengua, el compartir ciertos usos y ciertas costumbres, esa manera de comprender la vida, de habitar el mundo y de enfrentar la muerte nos permite afirmar que Hispanoamérica existe.
Una historia común, resultado de la herencia española en su mezcla –en partes desiguales según los países– con un componente indígena y un componente africano, junto con la existencia de un territorio común o, en todo caso, contiguo, si hemos de hacer caso a las fronteras, hubieran debido dar como resultado histórico una de las regiones más formidables del planeta. Y sin embargo pudo más, desde los tiempos de la Independencia de las naciones americanas de la Corona española, las ansias de poder de ciertos caudillos regionales que se empeñaron en escindir lo que por su historia y por su naturaleza debió permanecer, al menos en cierta forma, unido.
Claro que puede haber diferencias al interior de un país o de un continente, lo importante es la manera que encuentran y establecen las distintas naciones para tramitarlas.
Decía en la columna pasada que la ilusión más grande que me había dejado el documental Rompan todo era mostrar que pese a las diferencias entre países –y pese a las similitudes a la hora de ser regidos por gobiernos mezquinos y por gobernantes muchas veces incompetentes o francamente mediocres– el movimiento del rock en español se había convertido en un vaso comunicante o en un hilo conductor que había atravesado todo el continente americano.
Se oye de tanto en tanto decir a un político de aquí o de allá que Iberoamérica tiene que unir sus lazos, tiene que lograr mayores y mejores acuerdos de cooperación, que debería incluso tener una moneda continental. Todo ello es cierto y resulta muy encomiable. Pero quizás la forma idónea de hacerlo no sea a través de los tratados intergubernamentales o a través de los acuerdos económicos de cooperación (quizás pueda ese ser punto de llegada y no punto de inicio). Tal vez la forma idónea y natural de hacerlo entre esas quinientas millones de personas que constituyen una comunidad sustentada por el uso y la comprensión de un mismo idioma sea a través de la cultura. Leyendo los autores de los países vecinos, patrocinando a lo largo del continente los festivales de música y de teatro, filmando películas con equipos actorales y de producción de muchas latitudes, fomentando las becas de estudiantes universitarios a lo ancho y largo de América y de España, para que de esa manera lógica y, por así decirlo, natural se siga consolidando esa comunidad espiritual vastísima que comprende España y las naciones americanas; todo eso que con justicia histórica y con rigor geográfico y sociopolítico denominamos o podemos denominar Hispanoamérica.
@D_Zuloaga, atalaya.espectador@gmail.com
El uso común de una lengua, el compartir ciertos usos y ciertas costumbres, esa manera de comprender la vida, de habitar el mundo y de enfrentar la muerte nos permite afirmar que Hispanoamérica existe.
Una historia común, resultado de la herencia española en su mezcla –en partes desiguales según los países– con un componente indígena y un componente africano, junto con la existencia de un territorio común o, en todo caso, contiguo, si hemos de hacer caso a las fronteras, hubieran debido dar como resultado histórico una de las regiones más formidables del planeta. Y sin embargo pudo más, desde los tiempos de la Independencia de las naciones americanas de la Corona española, las ansias de poder de ciertos caudillos regionales que se empeñaron en escindir lo que por su historia y por su naturaleza debió permanecer, al menos en cierta forma, unido.
Claro que puede haber diferencias al interior de un país o de un continente, lo importante es la manera que encuentran y establecen las distintas naciones para tramitarlas.
Decía en la columna pasada que la ilusión más grande que me había dejado el documental Rompan todo era mostrar que pese a las diferencias entre países –y pese a las similitudes a la hora de ser regidos por gobiernos mezquinos y por gobernantes muchas veces incompetentes o francamente mediocres– el movimiento del rock en español se había convertido en un vaso comunicante o en un hilo conductor que había atravesado todo el continente americano.
Se oye de tanto en tanto decir a un político de aquí o de allá que Iberoamérica tiene que unir sus lazos, tiene que lograr mayores y mejores acuerdos de cooperación, que debería incluso tener una moneda continental. Todo ello es cierto y resulta muy encomiable. Pero quizás la forma idónea de hacerlo no sea a través de los tratados intergubernamentales o a través de los acuerdos económicos de cooperación (quizás pueda ese ser punto de llegada y no punto de inicio). Tal vez la forma idónea y natural de hacerlo entre esas quinientas millones de personas que constituyen una comunidad sustentada por el uso y la comprensión de un mismo idioma sea a través de la cultura. Leyendo los autores de los países vecinos, patrocinando a lo largo del continente los festivales de música y de teatro, filmando películas con equipos actorales y de producción de muchas latitudes, fomentando las becas de estudiantes universitarios a lo ancho y largo de América y de España, para que de esa manera lógica y, por así decirlo, natural se siga consolidando esa comunidad espiritual vastísima que comprende España y las naciones americanas; todo eso que con justicia histórica y con rigor geográfico y sociopolítico denominamos o podemos denominar Hispanoamérica.
@D_Zuloaga, atalaya.espectador@gmail.com