En Colombia el hielo no sobrevive fuera de una nevera por debajo de los 4.200 metros sobre el nivel del mar. Sobre esa cota, cada vez más alta por el calentamiento global, la vida es difícil: los niveles de oxígeno en la sangre pueden caer repentinamente, se pierde el aliento, la respiración se agita y la confusión domina los sentidos. Por esa razón Colombia no tiene una cultura alpina: no tenemos nieve a una altitud moderada en donde esquíes y trineos sean habituales. Sin embargo, algunos compatriotas parten en busca del hielo en lugares aún más recónditos en nombre de la ciencia.
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En Colombia el hielo no sobrevive fuera de una nevera por debajo de los 4.200 metros sobre el nivel del mar. Sobre esa cota, cada vez más alta por el calentamiento global, la vida es difícil: los niveles de oxígeno en la sangre pueden caer repentinamente, se pierde el aliento, la respiración se agita y la confusión domina los sentidos. Por esa razón Colombia no tiene una cultura alpina: no tenemos nieve a una altitud moderada en donde esquíes y trineos sean habituales. Sin embargo, algunos compatriotas parten en busca del hielo en lugares aún más recónditos en nombre de la ciencia.
Por estos días regresan a nuestro país los miembros de la Décima Expedición Colombiana a la Antártida, el continente más frío y seco del planeta. Antártida no tiene población permanente, pero luego de la firma del Tratado Antártico —que desde 1959 consagra el extremo sur del planeta como santuario de la naturaleza y la investigación— científicos de todo el mundo viajan allí para realizar estudios bajo la luz permanente del verano austral o desafiar la oscuridad del violento invierno polar.
Colombia se unió a las naciones que realizan expediciones antárticas a finales de 2014, cuando el buque ARC 20 de Julio cruzó las aguas que separan a Sudamérica del continente helado. El lugar de exploración fue el mismo al que han regresado las demás expediciones colombianas: el estrecho de Gerlache, que separa la península Antártica del archipiélago de 52 islas cubiertas de hielo en la Antártida Occidental.
Las investigaciones colombianas en esa región comenzaron por la oceanografía, midiendo el océano y sus formas de vida, nuestra principal conexión con el continente antártico. No son solo las ballenas jorobadas, que viajan desde la Antártida hasta el Pacífico colombiano para aparearse y dar a luz a sus crías. Al ser una de las regiones del planeta más sensibles al calentamiento global, el océano alrededor de Antártica es como el canario en la mina. Los cambios que allí se producen están directamente relacionados con el clima en nuestro país. En un año de temperaturas récord y sequía producida por El Niño, conocer de primera mano la relación entre las corrientes antárticas y la amplitud del fenómeno no es solamente aprender sobre el presente sino prepararse para el futuro.
Este año, la expedición antártica colombiana contó con un nuevo buque de investigación, el flamante ARC Simón Bolívar, construido en los astilleros de Cartagena. La coordinación científica estuvo liderada por primera vez por un civil y por primera vez por una mujer, la historiadora Natalia Jaramillo, quien ha dirigido investigaciones geográficas en ocho expediciones del Programa Antártico Colombiano. Preguntarle cuál fue su experimento favorito es como pedirle a Débora Arango que pinte solo con el color verde. Las investigaciones abarcan un amplio espectro que va desde el sondeo de contaminantes como el mercurio y los microplásticos, hasta el comportamiento de mamíferos marinos y las observaciones astronómicas en ondas de radio. Pero si tiene que destacar una sola cosa, es el enorme esfuerzo que se ha hecho para que Colombia no sea un primíparo en el hielo.
Aunque Colombia no tiene una base permanente en la Antártida, colabora con Ecuador, Bulgaria, Chile, España y otras naciones para compartir sus instalaciones. En un lugar donde las hostiles condiciones climáticas borran las fronteras que dividen a los humanos, esas relaciones garantizan la supervivencia y forman sólidos puentes de cooperación internacional. Su lenguaje común es la ciencia y los colombianos podemos hablarlo, no solo para poner al país en el mapa de la investigación mundial, sino también para recordarles a nuestros compatriotas que la Tierra es esférica y que hay un mundo enorme allá afuera que merece ser comprendido y preservado.