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El terror y ‘La sustancia’

Juan Diego Soler
27 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.
“En 'La Sustancia', el terror está en el cuerpo de una mujer, una celebridad marginalizada por su edad (Demi Moore)”: Juan Diego Soler
“En 'La Sustancia', el terror está en el cuerpo de una mujer, una celebridad marginalizada por su edad (Demi Moore)”: Juan Diego Soler
Foto: Cortesía - MUBI

La forma en que se miraban delataba que hasta ahora comenzaban a conocerse. Su pelo rubio desordenado se agitaba por encima del resto de las cabezas en la fila, aunque se encorvaba ligeramente para mirarla a los ojos mientras conversaba. Parecían perfectamente uniformados para una película de terror a media noche. Él con un traje de pana color arena que le daba un aire de crítico cinematográfico. Ella de negro, desde la corona de su lisa cabellera hasta su falda, desde donde se extendían los tatuajes de hiedras que se encontraban con los cordones de sus botas justo bajo la rodilla. Pero fueron los primeros en huir de la sala de cine durante la proyección de La Sustancia, la fascinante película de la directora francesa Coralie Fargeat, estrenada la semana pasada en cines de todo el mundo.

El cine de terror tiene una pésima fama, ganada a pulso con oleadas de películas de baja calidad y algunas máscaras repetidas hasta el tedio. Sin embargo, es uno de los géneros que permite la mayor expresión creativa y traduce de forma más pura las ansiedades de una sociedad. “El pulso del tiempo en que vivimos se mide en el género de terror”, aprendí de mi colega astrofísico y crítico de cine Andy Howell. Las invasiones alienígenas en las películas de la década de 1950 reflejan el miedo al comunismo; con criaturas extraterrestres que controlan mentes en el lugar de los lectores de Marx trastornando los valores americanos. Los zombis de las películas de la década de 1960 aparecen en la conjunción de las imágenes de violencia en la Guerra de Vietnam, la represión a la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos y el auge del consumismo. Los espíritus vengativos y monstruos despiadados del cine japonés y coreano de comienzos del siglo XXI encarnan las deudas con el pasado y la naturaleza en sociedades con la mirada fija en el futuro.

Incluso en Colombia, en donde los horrores cotidianos parecen agotar el espacio para aquellos de la ficción, el terror es un espejo de la realidad. Carlos Mayolo se vale en Carne de tu carne (1983) de un hecho real, la explosión accidental de un camión cargado de dinamita en Cali, y el mito de la madremonte para plasmar la ruina moral de una familia de clase alta durante la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. En El Páramo (2011), Jaime Osorio lleva a un grupo de expertos soldados a una base militar de alta montaña, en donde pierden la certeza sobre su propia identidad y la de su enemigo, mientras en la realidad se extendían las revelaciones de las ejecuciones extrajudiciales perpetradas por el ejército nacional en los hechos conocidos como “falsos positivos”. El miedo al espacio abierto de la protagonista de Al final del espectro (2006) es familiar para cualquier víctima de un crimen violento; las visiones que luego la sumen en la desesperación recuerdan los titulares de televisión que, acompañados de música alarmante, repiten con insistencia las amenazas que aguardan a los ciudadanos en el espacio público.

En La Sustancia, el terror está en el cuerpo de una mujer, una celebridad marginalizada por su edad (Demi Moore) que decide consumir una droga del mercado negro que crea temporalmente una versión más joven y mejor de sí misma (Margaret Qualley), provocándose sin saberlo horribles efectos secundarios. A diferencia de planos largos y gratuitos de mujeres en peligro, actos de violencia sexualizada que se extienden desde Psicosis hasta las sagas de Halloween y Viernes 13, Fargeat usa la conciencia de la transformación del cuerpo femenino para generar terror. Sigue la senda del director canadiense David Cronenberg, cuyas pesadillas corporales han resaltado durante décadas la impronta que el sexo y la violencia en los medios de comunicación produce en la realidad de las personas, pero lleva al extremo la metáfora visual con un dominio impecable del lenguaje del cine para conjugar un vibrante relato donde la violencia más insoportable no es la que viene del frívolo entorno, sino de lo que la protagonista se hace a sí misma para encajar en él.

Como para Gulliver en Brobdingnag, la repulsión en La Sustancia viene de lo cotidiano visto muy de cerca, tanto en las fascinantes imágenes de tonos vibrantes como en el exuberante diseño de sonido, que indudablemente hiela la sangre, aunque se intente cerrar los ojos. La pareja que huyó de la sala no fue la única en levantarse de sus asientos tras una de las escenas más extremas, pero sí fue la única que me crucé al salir de la sala. Sentados en la barra del bar del cine, se podía ver en sus animadas sonrisas que habían superado la experiencia. Tal vez porque el terror en el cine no es solo una forma de enfrentarse a los miedos más profundos de una sociedad, sino también una oportunidad de compartir los propios sin filtros ni pantallas. Y eso en estos tiempos no es algo que se encuentre todos los días.

Juan Diego Soler

Por Juan Diego Soler

Doctor en Astronomía y Astrofísica en la Universidad de Toronto, Canadá. Investigador científico del Instituto de Astrofísica Espacial y Planetología en Roma, Italia. Autor de los libros “Relatos del confín del mundo (y el universo)” y “Lejos de casa”. Escribe sobre ciencia para El Espectador desde 2011.

 

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