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Los últimos meses trajeron consigo el cuarto fenómeno de El Niño más potente del que se tiene registro. Provocó sequías, inundaciones y otras catástrofes en todo el planeta. A muchos bogotanos la noticia les llegó cuando el agua dejó de salir de los grifos, pero el fenómeno ya había afectado a la agricultura y la pesca, generando escasez y aumento de los precios de los alimentos en todo el mundo. Esta visita de El Niño parece estar terminando, pero la siguiente tiende a ser peor como consecuencia del aumento de la temperatura media global. ¿A quién podemos culpar?
La evidencia científica señala que los responsables somos nosotros, al liberar cada año miles de millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero generados por el uso de combustibles fósiles. Ni la actividad volcánica ni los cambios en la actividad solar pueden explicar lo que le está sucediendo a la temperatura de nuestro planeta, pero siempre que surge una explicación alternativa es un alivio para muchos. Esta semana fue el turno de los ciclos astronómicos, no con interpretaciones esotéricas como la era de Acuario o el Mercurio retrógrado, sino por cambios en la forma en que la Tierra se desplaza por el espacio alrededor del Sol.
En la década de 1920, el astrónomo serbio Milutin Milanković notó que las variaciones en la órbita de la Tierra sumadas a la inclinación del eje de rotación y el movimiento de cabeceo como un trompo (precesión) tienen consecuencias sobre el clima del planeta, produciendo ciclos climáticos. Un par de décadas después de su fallecimiento en 1958, los estudios de los sedimentos en el fondo marino demostraron que los ciclos que había predicho corresponden con periodos de grandes cambios climáticos en los últimos 450 mil años, y que las edades de hielo conocidas como glaciaciones se produjeron cuando la Tierra atravesaba diferentes variaciones en su órbita.
Este hecho, que nos deberían enseñar a todos en primaria, se convirtió en noticia esta semana. Un nuevo estudio publicado en la revista Nature reportó que un ciclo aún más amplio, con escalas de un par de millones de años, coincide con las interrupciones en la acumulación de sedimentos del lecho marino a grandes profundidades. Como este descubrimiento puede brindar información sobre la relación entre las orbitas de la Tierra y Marte (resonancia secular), el planeta rojo apareció en la jugada. Un popular medio colombiano tituló su nota “Estudio revela cómo la atracción gravitacional de Marte tiene un papel decisivo en el calentamiento del clima de la Tierra” y el meteorólogo más conocido de Colombia no dudó en difundirla en la red social anteriormente conocida como Twitter con un “No todo es culpa nuestra”.
Perdimos la oportunidad de que nos contara que este nuevo ciclo y los ciclos de Milankovitch operan en escalas temporales largas, de decenas de miles años y más; que el calentamiento actual de la Tierra se ha producido en escalas temporales de décadas a siglos; que, en los últimos 150 años, los ciclos de Milankovitch no han modificado mucho la cantidad de energía solar absorbida por la Tierra; que las observaciones satelitales muestran que, en los últimos 40 años, la radiación solar ha disminuido, mientras la temperatura de la Tierra sigue aumentando. Perdimos una oportunidad de entender algo más sobre el problema más serio al que se enfrenta la humanidad porque alguien en quien confiamos como una supuesta autoridad científica no hizo bien la tarea. Y entonces, ¿a quién podemos culpar? Ciertamente no a los astros, aunque se encuentren en todas partes oráculos dispuestos a decirnos (y a cobrarnos por decirnos) que sí, que le importamos al universo. Ciertamente no a los “sabios” a quienes entregamos autoridad, que no son más que humanos. Como a Lady Macbeth, nos avergüenza apenas llevar un corazón tan blanco.