“Oppenheimer”: pieza del espejo roto que refleja la realidad
Juan Diego Soler
Oppenheimer, película sobre un físico teórico fallecido hace unas seis décadas y filmada parcialmente en blanco y negro, es uno de los eventos cinematográficos del año. Con una recaudación global de casi US$1.000 millones, ya amortizó diez veces el costo de su producción y está cerca de convertirse en la película de contenido para adultos (mayores de 17 años) más taquillera de la historia, por encima de títulos como Deadpool y Matrix. A la innumerable lista galardones que ha cosechado, el pasado fin de semana sumó los premios Óscar a Mejor película, director, actor secundario, cinematografía, banda sonora y edición. ¿Qué queda por decir sobre Oppenheimer? Casi todo.
J. Robert Oppenheimer no es el primer nombre que viene a la cabeza cuando se piensa en un científico, pero fue uno de los más importantes del siglo XX, un hombre que forjó en gran medida el mundo en que vivimos. Una infancia privilegiada rodeado de cuadros de Picasso y Van Gogh. Elegantes trajes a la medida durante su educación con la vanguardia de la física en Europa, justo en el momento en que se comenzaba a desentrañar la estructura de la materia en una escala tan pequeña que desafía la percepción humana.
Una gota de agua contiene miles de millones de átomos y cada átomo está casi vacío. Nada en el mundo cotidiano nos permite a los primates bípedos terrestres imaginar un átomo. En una analogía de trazo grueso se muestra como un sistema solar en miniatura con electrones, de carga negativa, que giran alrededor de un núcleo de carga positiva. El núcleo es tan pequeño que comparado con el átomo es como una mosca dentro de una catedral, una certera metáfora de Ernest Rutherford, el físico neozelandés pionero en el estudio de la estructura atómica en el Laboratorio Cavendish, en donde Oppenheimer sufrió por su falta de aptitud para la experimentación, antes de mudarse a Alemania.
El destino de Oppenheimer era la Universidad de Göttingen, en donde, bajo la supervisión de Max Born, comenzó a estudiar la más prometedora teoría para entender el átomo: la mecánica cuántica. Otro de los estudiantes de Born era un joven prodigio cuyo nombre es sinónimo de las extrañas leyes que rigen la materia en las escalas más pequeñas: Werner Heisenberg. Hoy sabemos que la Alemania nazi estuvo muy lejos de desarrollar exitosamente una bomba a partir de la energía del núcleo atómico. Sin embargo, el descubrimiento de la fisión del átomo en un laboratorio en Berlín, en 1938, y la presencia de Heisenberg y otros talentosos físicos que sobrevivieron a las purgas de las universidades alemanas fueron suficiente motivo para que Estados Unidos se embarcara en la carrera para producir la primera bomba atómica. Al frente del proyecto se puso a uno de los pioneros del estudio de la mecánica cuántica en Norteamérica: Oppenheimer.
La película sobre Oppenheimer que llena las salas de cine de todo el mundo es una hazaña de Christopher Nolan, un director que abraza la complejidad y logra construir experiencias memorables confiando en la inteligencia de sus espectadores. No es que la física siempre se le dé bien, para disfrutar Tenet hay que olvidarla casi por completo. Tampoco se le dan bien los personajes femeninos, reducidos en Oppenheimer a su mínima expresión. También faltan las víctimas. Enfocada en la tragedia del físico, la cámara olvida los más de 120.000 muertos por las bombas en Hiroshima y Nagasaki, y a los más de 20.000 pobladores indígenas de Nuevo México expuestos a los efectos de las pruebas nucleares. Pero es la película que tenemos y es un triunfo tener esta brillante pieza del espejo roto en el que vemos la realidad. Es una victoria que tantas personas puedan verla y hacerse las preguntas difíciles. Ojalá entre ellos estén los físicos del futuro. Ojalá al aprender de esta historia, valoren su legado y sean mejores que quienes los precedimos.
Oppenheimer, película sobre un físico teórico fallecido hace unas seis décadas y filmada parcialmente en blanco y negro, es uno de los eventos cinematográficos del año. Con una recaudación global de casi US$1.000 millones, ya amortizó diez veces el costo de su producción y está cerca de convertirse en la película de contenido para adultos (mayores de 17 años) más taquillera de la historia, por encima de títulos como Deadpool y Matrix. A la innumerable lista galardones que ha cosechado, el pasado fin de semana sumó los premios Óscar a Mejor película, director, actor secundario, cinematografía, banda sonora y edición. ¿Qué queda por decir sobre Oppenheimer? Casi todo.
J. Robert Oppenheimer no es el primer nombre que viene a la cabeza cuando se piensa en un científico, pero fue uno de los más importantes del siglo XX, un hombre que forjó en gran medida el mundo en que vivimos. Una infancia privilegiada rodeado de cuadros de Picasso y Van Gogh. Elegantes trajes a la medida durante su educación con la vanguardia de la física en Europa, justo en el momento en que se comenzaba a desentrañar la estructura de la materia en una escala tan pequeña que desafía la percepción humana.
Una gota de agua contiene miles de millones de átomos y cada átomo está casi vacío. Nada en el mundo cotidiano nos permite a los primates bípedos terrestres imaginar un átomo. En una analogía de trazo grueso se muestra como un sistema solar en miniatura con electrones, de carga negativa, que giran alrededor de un núcleo de carga positiva. El núcleo es tan pequeño que comparado con el átomo es como una mosca dentro de una catedral, una certera metáfora de Ernest Rutherford, el físico neozelandés pionero en el estudio de la estructura atómica en el Laboratorio Cavendish, en donde Oppenheimer sufrió por su falta de aptitud para la experimentación, antes de mudarse a Alemania.
El destino de Oppenheimer era la Universidad de Göttingen, en donde, bajo la supervisión de Max Born, comenzó a estudiar la más prometedora teoría para entender el átomo: la mecánica cuántica. Otro de los estudiantes de Born era un joven prodigio cuyo nombre es sinónimo de las extrañas leyes que rigen la materia en las escalas más pequeñas: Werner Heisenberg. Hoy sabemos que la Alemania nazi estuvo muy lejos de desarrollar exitosamente una bomba a partir de la energía del núcleo atómico. Sin embargo, el descubrimiento de la fisión del átomo en un laboratorio en Berlín, en 1938, y la presencia de Heisenberg y otros talentosos físicos que sobrevivieron a las purgas de las universidades alemanas fueron suficiente motivo para que Estados Unidos se embarcara en la carrera para producir la primera bomba atómica. Al frente del proyecto se puso a uno de los pioneros del estudio de la mecánica cuántica en Norteamérica: Oppenheimer.
La película sobre Oppenheimer que llena las salas de cine de todo el mundo es una hazaña de Christopher Nolan, un director que abraza la complejidad y logra construir experiencias memorables confiando en la inteligencia de sus espectadores. No es que la física siempre se le dé bien, para disfrutar Tenet hay que olvidarla casi por completo. Tampoco se le dan bien los personajes femeninos, reducidos en Oppenheimer a su mínima expresión. También faltan las víctimas. Enfocada en la tragedia del físico, la cámara olvida los más de 120.000 muertos por las bombas en Hiroshima y Nagasaki, y a los más de 20.000 pobladores indígenas de Nuevo México expuestos a los efectos de las pruebas nucleares. Pero es la película que tenemos y es un triunfo tener esta brillante pieza del espejo roto en el que vemos la realidad. Es una victoria que tantas personas puedan verla y hacerse las preguntas difíciles. Ojalá entre ellos estén los físicos del futuro. Ojalá al aprender de esta historia, valoren su legado y sean mejores que quienes los precedimos.