Tallada en un trozo de madera por el viejo carpintero Geppetto, la marioneta Pinocho cobra vida e inmediatamente empieza a portarse mal. Pero si usted cree que es apenas una novela sobre un muñeco al que le crece la nariz al mentir y anhela convertirse en un niño de verdad, se ha perdido lo mejor de la historia.
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Tallada en un trozo de madera por el viejo carpintero Geppetto, la marioneta Pinocho cobra vida e inmediatamente empieza a portarse mal. Pero si usted cree que es apenas una novela sobre un muñeco al que le crece la nariz al mentir y anhela convertirse en un niño de verdad, se ha perdido lo mejor de la historia.
Pinocho es, probablemente, uno de los libros más vendidos jamás publicados y, ciertamente, uno de los más traducidos. Se publicó como folletín a partir de julio de 1881 en uno de los primeros semanarios italianos para público infantil. Tras casi cuatro meses de publicación, la historia se detuvo en el capítulo 15, con Pinocho en una horca pendiendo de un roble, donde un par de malhechores lo dejan para morir tras haberle tendido una emboscada. La escena, demasiado cruel para algunas sensibilidades modernas, venía de la mente de un hombre que había visto bastante de la cruda realidad en su tiempo.
Carlo Lorenzini, era el mayor de diez hermanos, siete de los cuales murieron a corta edad. Pasó la mayor parte de su infancia en la ciudad natal de su madre, de donde tomó su nombre de pluma, Collodi. Tras la escuela primaria, fue enviado al seminario bajo el auspicio del marqués Ginori Lisci, pero su verdadero llamado era el Risorgimento, el movimiento de unificación de Italia. En 1844, con 18 años, Collodi empezó a trabajar en la librería Piatti de Florencia. Su fama como librero creció hasta obtener una dispensa eclesiástica que le permitía leer las obras en el índice de libros prohibidos y su firma comenzó a ser reconocida por sus artículos de crítica cultural. Cuatro años después, al estallar la Primera Guerra de Independencia Italiana, se alistó como voluntario y luchó contra las fuerzas austriacas con el batallón toscano.
A petición de los lectores, la publicación de los episodios de Pinocho se reanudó en febrero de 1882. El protagonista era rescatado por un hada de cabellos color turquesa, quien llama a tres médicos para que lo evalúen. “Cuando los muertos lloran, significa que están en vías de recuperación”, dice uno de los tres pomposos incompetentes. Esa desconfianza en la autoridad es fundamental en la obra. La policía culpa a la víctima. El juez es un simio que condena a Pinocho por ser inocente y el muñeco tiene que convencer a los guardias de que él también es un delincuente para que lo dejen libre.
Collodi había afinado esa crítica mordaz al editar un periódico satírico, Il Lampione, con el que se convirtió en portavoz de la vertiente más progresista del Risorgimento. Aspiraba a construir una nación igualitaria y democrática. El humor era su arma. “El hábito hace a la persona. Retiren los trajes negros y no encontraran un solo hombre serio sobre la faz de la tierra”, escribió en alguna ocasión. Su opinión era reconocida en la naciente Italia, pero tras su participación en la Segunda Guerra de Independencia, como voluntario en el regimiento de Caballería de Saboya, se desencantó con la política. Es en esa época, luego de adaptar al italiano cuentos de hadas franceses, cuando fijó su atención en la literatura infantil y comenzó a experimentar con un personaje amigable y travieso para expresar sus propias ideas a través de alegorías. Y cuánto hacen pensar en Lucignolo las recientes palabras de aquella Honorable Representante a la Cámara. Cuánta elocuencia tienen el Zorro y el Gato que hoy nos prometen educación y ciencia. Más de siglo más tarde y a más de nueve mil kilómetros de la Toscana seguimos sembrando monedas en el Campo de los Milagros.