Vivimos en una burbuja. Literal y figuradamente. El viento solar, el chorro de partículas cargadas que se libera continuamente en la capa más externa del Sol, excava una cavidad en el gas y el polvo que extienden por el espacio formando una burbuja, la heliósfera. Si no fuera por el campo magnético de la Tierra, el viento solar se llevaría también nuestra atmósfera, esa fina capa de gas que recubre nuestro planeta, incluyendo el aire que respiramos y los gases que evitan que la radiación de nuestra estrella calcine nuestros cultivos, nuestros animales y todo lo que nos es querido.
Vivimos en una burbuja. Literal y figuradamente. Creímos haber escapado de ella cuando las sondas interestelares Voyager 1 y Voyager 2, después de más de 35 años de viaje, remontaron la zona de influencia del viento solar, pero más allá se extiende una burbuja aún mayor: la Burbuja Local, una cavidad en el espacio cuyos contornos reconocimos cuando los primeros cohetes con instrumentos para medir rayos X remontaron la atmósfera a finales de la década de 1970. Después la detectamos usando la huella que la materia en el espacio deja en la luz de las estrellas. Y hace muy poco encontramos en el fondo marino el remanente del paso del Sistema Solar a través de la pared de la Burbuja Local. El hierro, manganeso y plutonio radiactivos depositados en las profundidades de los océanos indican que hace unos cuatro y medio millones de años se precipitó sobre nuestro planeta una lluvia del tipo de materia que se forja en la explosión termonuclear de una estrella moribunda, una supernova.
No nacimos en la burbuja. El sol simplemente se encontró con ella en su ruta alrededor del centro de la galaxia. No es la única burbuja. Nuestras observaciones del firmamento en todas las frecuencias de luz revelan regiones del espacio evacuadas por supernovas. La Vía Láctea y otras galaxias burbujean como una copa de vino espumoso con explosiones de supernovas y a partir de la materia liberada por ellas se forman nuevas estrellas y nuevos sistemas solares.
No nacimos en la burbuja. Alguna vez buscamos a las estrellas arriba en el firmamento y no abajo en la pantalla que cabe en la palma de la mano. Alguna vez nos fascinaron los puntos brillantes en el cielo nocturno y nos ayudaron a entender la verdadera medida de los humanos ante la naturaleza. ¿Para qué sirve mirar hacia el cielo si no es para eso? ¿Para qué sirve saber que existe una Burbuja Local si no es para reconocer las otras que nos rodean?
Vivimos en una burbuja. Literal y figuradamente. Podemos pretender que no existe nada más allá afuera y aferrarnos a lo que hay adentro como si de ello dependiera muchísimo del mundo. Pero no es ese el mundo. Por más que pretendamos simplificarlo no es una sola sino una infinidad de burbujas, una red de relaciones cuya complejidad es un privilegio ignorar. Ignorar la física o las matemáticas es un privilegio que nos regalan quienes las usan para intentar comprender la naturaleza. Desdeñar la química o la biología es el privilegio que nos dan quienes producen nuestros alimentos o desarrollan nuestras vacunas. Desconocer la ciencia es un privilegio que está de moda, aunque se materialice en innumerables formas en que nuestras vidas son mejores que las de nuestros ancestros. Otros la han sembrado y la siguen sembrando. Pero vivimos en una burbuja. Ejercemos nuestro privilegio de saber tanto sobre el mundo como los humanos de la edad de piedra, aunque creamos tenerlo en el bolsillo.
Vivimos en una burbuja. Literal y figuradamente. El viento solar, el chorro de partículas cargadas que se libera continuamente en la capa más externa del Sol, excava una cavidad en el gas y el polvo que extienden por el espacio formando una burbuja, la heliósfera. Si no fuera por el campo magnético de la Tierra, el viento solar se llevaría también nuestra atmósfera, esa fina capa de gas que recubre nuestro planeta, incluyendo el aire que respiramos y los gases que evitan que la radiación de nuestra estrella calcine nuestros cultivos, nuestros animales y todo lo que nos es querido.
Vivimos en una burbuja. Literal y figuradamente. Creímos haber escapado de ella cuando las sondas interestelares Voyager 1 y Voyager 2, después de más de 35 años de viaje, remontaron la zona de influencia del viento solar, pero más allá se extiende una burbuja aún mayor: la Burbuja Local, una cavidad en el espacio cuyos contornos reconocimos cuando los primeros cohetes con instrumentos para medir rayos X remontaron la atmósfera a finales de la década de 1970. Después la detectamos usando la huella que la materia en el espacio deja en la luz de las estrellas. Y hace muy poco encontramos en el fondo marino el remanente del paso del Sistema Solar a través de la pared de la Burbuja Local. El hierro, manganeso y plutonio radiactivos depositados en las profundidades de los océanos indican que hace unos cuatro y medio millones de años se precipitó sobre nuestro planeta una lluvia del tipo de materia que se forja en la explosión termonuclear de una estrella moribunda, una supernova.
No nacimos en la burbuja. El sol simplemente se encontró con ella en su ruta alrededor del centro de la galaxia. No es la única burbuja. Nuestras observaciones del firmamento en todas las frecuencias de luz revelan regiones del espacio evacuadas por supernovas. La Vía Láctea y otras galaxias burbujean como una copa de vino espumoso con explosiones de supernovas y a partir de la materia liberada por ellas se forman nuevas estrellas y nuevos sistemas solares.
No nacimos en la burbuja. Alguna vez buscamos a las estrellas arriba en el firmamento y no abajo en la pantalla que cabe en la palma de la mano. Alguna vez nos fascinaron los puntos brillantes en el cielo nocturno y nos ayudaron a entender la verdadera medida de los humanos ante la naturaleza. ¿Para qué sirve mirar hacia el cielo si no es para eso? ¿Para qué sirve saber que existe una Burbuja Local si no es para reconocer las otras que nos rodean?
Vivimos en una burbuja. Literal y figuradamente. Podemos pretender que no existe nada más allá afuera y aferrarnos a lo que hay adentro como si de ello dependiera muchísimo del mundo. Pero no es ese el mundo. Por más que pretendamos simplificarlo no es una sola sino una infinidad de burbujas, una red de relaciones cuya complejidad es un privilegio ignorar. Ignorar la física o las matemáticas es un privilegio que nos regalan quienes las usan para intentar comprender la naturaleza. Desdeñar la química o la biología es el privilegio que nos dan quienes producen nuestros alimentos o desarrollan nuestras vacunas. Desconocer la ciencia es un privilegio que está de moda, aunque se materialice en innumerables formas en que nuestras vidas son mejores que las de nuestros ancestros. Otros la han sembrado y la siguen sembrando. Pero vivimos en una burbuja. Ejercemos nuestro privilegio de saber tanto sobre el mundo como los humanos de la edad de piedra, aunque creamos tenerlo en el bolsillo.