Hace unos 50 años, la pequeña Mafalda tenía un enfermo en casa. Y es que a punta de escuchar todas esas noticias violentas de la época, a Mafalda no le quedó más remedio que poner su globo terráqueo en la cama y velar por él. Su papá, algo incrédulo con esta ocurrencia, solo se percató de lo que realmente estaba sucediendo cuando al cruzar la esquina, vio en la calle a un niño pidiendo limosna. En ese momento, todo se le hizo menos divertido.
¿Qué diría la pequeña Mafalda si se enterara de que el mundo sigue enfermo? Y es que no es para menos: nos encontramos en una coyuntura muy similar a la que se vivió durante la Alemania nazi o cuando se preparaba el genocidio en Ruanda. Los países aliados sabían o intuían lo que estaba sucediendo; muchas personas de muchas partes del mundo, en especial líderes políticos, tenían conocimiento del odio proclamado del gobierno hegemónico hutu hacia los tutsis.
Esta semana que pasó, Naciones Unidas expresó a través de un grupo de expertos independientes que “los ataques indiscriminados contra civiles por parte de Hamás y del Ejército israelí constituyen crímenes de guerra”. Además enfatizó con claridad que la defensa de Israel ha sobrepasado los límites y que los repetidos ataques en Gaza tienen más el carácter de “castigo colectivo” que de otra cosa.
Mafalda tenía razón. No solo por la enfermedad de aquellos que como Hamás y el Gobierno israelí han decidido empuñar las armas para hacer la guerra; sino también por aquellos que han ido atizando la situación por razones políticas y económicas. Las recientes incursiones terrestres del Ejército israelí en Gaza solo han sido posibles por la permisividad de Estados Unidos y algunos países europeos. Con su silencio consentido, con esos viajes exprés a Israel, con esas peroratas sobre el derecho a defenderse, los gobernantes de esos países nos están dejando vivir en directo la crónica de una masacre anunciada. Nos están dejando muy claro que lo que menos les importa en este mundo es la vida.
Y cuanto más pasan los días, más se pretende “normalizar” una situación que en un par de años es muy posible que sea vista como un error histórico: uno más en la historia de esos países que han gobernado el mundo a su antojo con una hipocresía tan grande como Hiroshima y Nagasaki juntas. Nos han hecho creer que ellos, los “buenos”, tienen derecho a matar a gente inocente de manera indiscriminada sin importar las consecuencias. Nos han hecho creer que ellos son los artífices de la razón histórica y que nada adquiere sentido fuera de sus decisiones.
Mafalda tenía razón y ojalá que las niñas palestinas e israelíes como ella les pudieran decir a esos supuestos líderes que no soportan más vivir invadidas por el miedo y la muerte. Son pocos los que han entendido que defender la vida de los civiles debería ser la primera prioridad de esta guerra y son contados los que han hecho o dicho algo al respecto.
El Ejército israelí está invadiendo Gaza con el mismo odio del Holocausto, y lo está invadiendo sin ni siquiera importarles la suerte de las personas secuestradas por Hamás. El mal llamado mundo occidental está dejando que esto suceda y que todos aquellos que sufrimos la muerte de personas inocentes podamos ser estúpidamente tildados de antisemitas por personas inescrupulosas e incendiarias. Esto no se le pasa por la cabeza a mi buen amigo Gal Kleinman, director de la ONG Education for Global Peace, quien está viviendo en carne propia los desmanes de los dirigentes de su triste Israel. Gal, como muchos otros, solo quiere la paz.
Hace unos 50 años, la pequeña Mafalda tenía un enfermo en casa. Y es que a punta de escuchar todas esas noticias violentas de la época, a Mafalda no le quedó más remedio que poner su globo terráqueo en la cama y velar por él. Su papá, algo incrédulo con esta ocurrencia, solo se percató de lo que realmente estaba sucediendo cuando al cruzar la esquina, vio en la calle a un niño pidiendo limosna. En ese momento, todo se le hizo menos divertido.
¿Qué diría la pequeña Mafalda si se enterara de que el mundo sigue enfermo? Y es que no es para menos: nos encontramos en una coyuntura muy similar a la que se vivió durante la Alemania nazi o cuando se preparaba el genocidio en Ruanda. Los países aliados sabían o intuían lo que estaba sucediendo; muchas personas de muchas partes del mundo, en especial líderes políticos, tenían conocimiento del odio proclamado del gobierno hegemónico hutu hacia los tutsis.
Esta semana que pasó, Naciones Unidas expresó a través de un grupo de expertos independientes que “los ataques indiscriminados contra civiles por parte de Hamás y del Ejército israelí constituyen crímenes de guerra”. Además enfatizó con claridad que la defensa de Israel ha sobrepasado los límites y que los repetidos ataques en Gaza tienen más el carácter de “castigo colectivo” que de otra cosa.
Mafalda tenía razón. No solo por la enfermedad de aquellos que como Hamás y el Gobierno israelí han decidido empuñar las armas para hacer la guerra; sino también por aquellos que han ido atizando la situación por razones políticas y económicas. Las recientes incursiones terrestres del Ejército israelí en Gaza solo han sido posibles por la permisividad de Estados Unidos y algunos países europeos. Con su silencio consentido, con esos viajes exprés a Israel, con esas peroratas sobre el derecho a defenderse, los gobernantes de esos países nos están dejando vivir en directo la crónica de una masacre anunciada. Nos están dejando muy claro que lo que menos les importa en este mundo es la vida.
Y cuanto más pasan los días, más se pretende “normalizar” una situación que en un par de años es muy posible que sea vista como un error histórico: uno más en la historia de esos países que han gobernado el mundo a su antojo con una hipocresía tan grande como Hiroshima y Nagasaki juntas. Nos han hecho creer que ellos, los “buenos”, tienen derecho a matar a gente inocente de manera indiscriminada sin importar las consecuencias. Nos han hecho creer que ellos son los artífices de la razón histórica y que nada adquiere sentido fuera de sus decisiones.
Mafalda tenía razón y ojalá que las niñas palestinas e israelíes como ella les pudieran decir a esos supuestos líderes que no soportan más vivir invadidas por el miedo y la muerte. Son pocos los que han entendido que defender la vida de los civiles debería ser la primera prioridad de esta guerra y son contados los que han hecho o dicho algo al respecto.
El Ejército israelí está invadiendo Gaza con el mismo odio del Holocausto, y lo está invadiendo sin ni siquiera importarles la suerte de las personas secuestradas por Hamás. El mal llamado mundo occidental está dejando que esto suceda y que todos aquellos que sufrimos la muerte de personas inocentes podamos ser estúpidamente tildados de antisemitas por personas inescrupulosas e incendiarias. Esto no se le pasa por la cabeza a mi buen amigo Gal Kleinman, director de la ONG Education for Global Peace, quien está viviendo en carne propia los desmanes de los dirigentes de su triste Israel. Gal, como muchos otros, solo quiere la paz.