Pocas veces una protesta campesina había contado con tanta comprensión y apoyo de la gente especialmente en las ciudades, tradicionalmente ausentes y hasta indiferentes frente a los problemas del campo. El gobierno aparece superado por la validez del reclamo, la fuerza de las movilizaciones y el acompañamiento que les ha dado la opinión.
A pesar del cuento manido de algunos, sobre el manipuleo de la protesta por “fuerzas oscuras”, estamos en medio de una que ha sido calificada de legítima hasta por el propio gobierno y los obispos. En lo fundamental, ha transcurrido de manera no violenta; sus organizadores no han pisado las cascaritas que desde ciertas orillas les han lanzado, bien para deslegitimarlos, bien para instrumentalizarlos con propósitos distintos a la protesta campesina. La minera fue ahogada por la campesina, aunque permanecen sin solucionarse los reclamos de los pequeños mineros artesanales.
El diagnóstico de la crisis agraria del país aunque es conocida, no es ni reconocida ni asumida por quienes desde las instancia gubernamentales tienen la responsabilidad legal y política de decidir y de actuar. Es importante y diciente que el Presidente de la República en persona haya tenido que salir de su despacho para escuchar de viva voz el descontento campesino. Juan Manuel Santos, que se presenta como el más campesinista de los presidentes colombianos, tiene una oportunidad única en medio de esta crisis para refrendar su pretensión, al liderar la toma de unas decisiones que sean lógicas y justas e injustificadamente aplazadas. Sonaré poco original, pero el Presidente puede hacer de esta crisis la gran oportunidad para jugársela por lo que el país reclama, le reclama, no solo el rural. Solo así podrá sacudirse las limitaciones del pequeño juego político y del dedo acusador de su antecesor, para arriesgarse a hacer Historia. Solo así ejercerá realmente el liderazgo que tanta falta le hace a la búsqueda de la paz. En caso contrario, este paro será el comienzo de su fin político. Amanecerá y veremos.
La situación reclama ir más allá de la simple superación del paro; requiere ser abordada en su integralidad. Demanda una serie de decisiones gubernamentales, complementarias entre sí. Decisiones en favor de los sectores productivos en general y en especial para los campesinos. Para empezar y de una, se necesita que los insumos que requiere la producción rural sirvan para producir y generar empleo y no para enriquecer inmoralmente a un puñado de transnacionales importadoras que de tiempo atrás hacen su agosto bajo la mirada impotente (¿cómplice?) de las autoridades; este es un caso equiparable al de las drogas humanas, donde se paga 4 o 5 veces el precio internacional. Si el gobierno pudo meterle el hombro a las drogas, debe hacer lo mismo con los insumos agropecuarios. Para mañana es tarde.
El contrabando de comida es rampante, descarado, escandaloso y ruinoso salvo para los corruptos, comerciantes, transportadores y funcionarios que con él hacen su agosto y dejan al productor honrado viendo un chispero. Un ESMAD contra esos que sí son delincuentes.
Hay un cuento viejo actualizado por el reclamo de los campesinos: No se puede seguir entre impávidos y paralizados, viendo como de semestre en semestre crecen vulgarmente las utilidades del sistema financiero, mientras que quiebran agricultores, se cierran empresas y tanto el empleo real como los ingresos del común, van para atrás como el cangrejo.
Continuamos cometiendo un suicidio económico en cámara lenta, con TLC aplicados “a la lata” sin hacer previamente el ajuste de los sectores productivos a los nuevos escenarios y desafíos, y en medio de una demoledora revaluación del peso que nos cierra los mercados extranjeros y desprotege el propio, revaluación que es hija legítima de una inversión extranjera invasiva y cortoplacista que sin reglas claras salvo las de la publicitada e irresponsable “confianza inversionista” se limita a comprar emprendimientos minero energéticos ya existentes para lucrarse del boom de los precios internacionales y de las facilidades que el gobierno le ofrece al inversionista extranjero. Menos mal que el Presidente ya habla de hacer un alto en el camino de la apertura.
La convulsionada realidad exige señales y decisiones para ya, no para el próximo cuatrienio que no será para Juan Manuel Santos, salvo que actúe ya y con decisión. El tiempo y la paciencia se agotan en el país.
Pocas veces una protesta campesina había contado con tanta comprensión y apoyo de la gente especialmente en las ciudades, tradicionalmente ausentes y hasta indiferentes frente a los problemas del campo. El gobierno aparece superado por la validez del reclamo, la fuerza de las movilizaciones y el acompañamiento que les ha dado la opinión.
A pesar del cuento manido de algunos, sobre el manipuleo de la protesta por “fuerzas oscuras”, estamos en medio de una que ha sido calificada de legítima hasta por el propio gobierno y los obispos. En lo fundamental, ha transcurrido de manera no violenta; sus organizadores no han pisado las cascaritas que desde ciertas orillas les han lanzado, bien para deslegitimarlos, bien para instrumentalizarlos con propósitos distintos a la protesta campesina. La minera fue ahogada por la campesina, aunque permanecen sin solucionarse los reclamos de los pequeños mineros artesanales.
El diagnóstico de la crisis agraria del país aunque es conocida, no es ni reconocida ni asumida por quienes desde las instancia gubernamentales tienen la responsabilidad legal y política de decidir y de actuar. Es importante y diciente que el Presidente de la República en persona haya tenido que salir de su despacho para escuchar de viva voz el descontento campesino. Juan Manuel Santos, que se presenta como el más campesinista de los presidentes colombianos, tiene una oportunidad única en medio de esta crisis para refrendar su pretensión, al liderar la toma de unas decisiones que sean lógicas y justas e injustificadamente aplazadas. Sonaré poco original, pero el Presidente puede hacer de esta crisis la gran oportunidad para jugársela por lo que el país reclama, le reclama, no solo el rural. Solo así podrá sacudirse las limitaciones del pequeño juego político y del dedo acusador de su antecesor, para arriesgarse a hacer Historia. Solo así ejercerá realmente el liderazgo que tanta falta le hace a la búsqueda de la paz. En caso contrario, este paro será el comienzo de su fin político. Amanecerá y veremos.
La situación reclama ir más allá de la simple superación del paro; requiere ser abordada en su integralidad. Demanda una serie de decisiones gubernamentales, complementarias entre sí. Decisiones en favor de los sectores productivos en general y en especial para los campesinos. Para empezar y de una, se necesita que los insumos que requiere la producción rural sirvan para producir y generar empleo y no para enriquecer inmoralmente a un puñado de transnacionales importadoras que de tiempo atrás hacen su agosto bajo la mirada impotente (¿cómplice?) de las autoridades; este es un caso equiparable al de las drogas humanas, donde se paga 4 o 5 veces el precio internacional. Si el gobierno pudo meterle el hombro a las drogas, debe hacer lo mismo con los insumos agropecuarios. Para mañana es tarde.
El contrabando de comida es rampante, descarado, escandaloso y ruinoso salvo para los corruptos, comerciantes, transportadores y funcionarios que con él hacen su agosto y dejan al productor honrado viendo un chispero. Un ESMAD contra esos que sí son delincuentes.
Hay un cuento viejo actualizado por el reclamo de los campesinos: No se puede seguir entre impávidos y paralizados, viendo como de semestre en semestre crecen vulgarmente las utilidades del sistema financiero, mientras que quiebran agricultores, se cierran empresas y tanto el empleo real como los ingresos del común, van para atrás como el cangrejo.
Continuamos cometiendo un suicidio económico en cámara lenta, con TLC aplicados “a la lata” sin hacer previamente el ajuste de los sectores productivos a los nuevos escenarios y desafíos, y en medio de una demoledora revaluación del peso que nos cierra los mercados extranjeros y desprotege el propio, revaluación que es hija legítima de una inversión extranjera invasiva y cortoplacista que sin reglas claras salvo las de la publicitada e irresponsable “confianza inversionista” se limita a comprar emprendimientos minero energéticos ya existentes para lucrarse del boom de los precios internacionales y de las facilidades que el gobierno le ofrece al inversionista extranjero. Menos mal que el Presidente ya habla de hacer un alto en el camino de la apertura.
La convulsionada realidad exige señales y decisiones para ya, no para el próximo cuatrienio que no será para Juan Manuel Santos, salvo que actúe ya y con decisión. El tiempo y la paciencia se agotan en el país.