De alguna manera, el almendrón de la necesaria reforma del régimen pensional consiste en integrar el viejo sistema nacido en 1950 con la creación del Instituto de Seguros Sociales (ISS) en desarrollo de una política estatal de seguridad social de pensiones y salud, que sobrevive como nostalgia en los proyectos de Gustavo Petro. Son proyectos necesarios pero obsoletos en su concepción, adecuados al país de ayer, un país donde la población crecía exponencialmente —se hablaba entonces de una explosión demográfica que llevaría a Carlos Lleras a apoyar a Profamilia y a la iniciación de las políticas de control de natalidad, en medio del auge de la industrialización con un empleo urbano en ascenso—. Para rematar, en ese entonces la esperanza de vida era de cincuenta y pico de años. Es decir, estaba montado el escenario de una política de pensiones de jubilación operando bajo la lógica y dinámica de la solidaridad intergeneracional donde los jóvenes empleados que cotizaban al ISS financiaban el pago de las pensiones de los jubilados. Era un sistema con un cubrimiento muy limitado de los obreros y trabajadores que tenían un empleo formalizado y estable, cuyos empleadores cotizaban igualmente a un fondo común de donde salían los dineros para los pensionados. El resto de la población —pobre, campesina, “rebuscadora”— no estaba cubierta, enfrentada a una pobreza que la acompañaría a la tumba. Los sectores más pudientes de la clase media alta para arriba tenían garantizada su vejez con su patrimonio y sistemas privados de ahorro. Con las cifras colombianas de hoy, la reforma pensional atañe a los intereses de la clase media.
Sí a la reforma pensional, pero no así
04 de mayo de 2023 - 02:00 a. m.